miércoles, 25 de abril de 2012

Manuel Silvestre Prudán - parte 3

Era el general Vivero un anciano de más de setenta años, de figura marcial y fisonomía simpática, a la que daban apacible majestad los blancos cabellos que coronaban su cabeza.

García Gamba, que se hallaba en aquel momento distraído presidiendo los preparativos del sorteo, notó al general Vivero al levantar la vista.

- Señor don Pascual -le dijo, haciéndole con la mano ademán de que se retirase-, con usted no reza la orden.
- ¡Sí, reza! -contestó sencillamente el noble anciano.
- No, señor don Pascual, esta orden sólo reza para los prisioneros que marchaban unidos.
- Debe rezar conmigo, porque debo participar de la suerte de mis compañeros, así en las desgracias como en la felicidad. Por mi grado me corresponde sacar la primera suerte.
- ¡Se va a proceder al sorteo! -gritó el implacable jefe del estado mayor, sin darse por enterado de la insistencia.

Entonces, el general Vivero, sensibilizado en presencia de tantos jóvenes que iban a jugar sus vidas, se dirigió al ejecutor de tan tiránica orden, hablándole en estos términos:

“Soy un viejo soldado que ha sido traidor a Fernando VII; que ha entregado la plaza de Guayaquil, y he devuelto todos los honores al Rey. He perdido dos hijos en el campo de batalla y han muerto defendiendo su patria, que es también la mía, porque era mía la sangre que derramaron. De consiguiente, poco útil puedo ser ya a la patria: esos jóvenes todavía pueden darle días de gloria, por lo que pido y suplico que se sacrifique a este pobre viejo y que se salven tan preciosas vidas”.

García Gamba no oyó, o acaso aparentó no oír, las sentidas palabras del generoso anciano.

Las dos víctimas fueron puestas en capilla, confesados por el cura de Matucana. Millán pidió como última gracia que le dejaran vestir el uniforme de la Patria. Se lo puso, sacó del forro de la casaca las medallas de Tucumán y Salta, se las colgó en el pecho y dijo: “He combatido por la independencia desde joven; me he hallado en ocho batallas; he estado prisionero siete años y hubiera estado sesenta antes de transigir con la tiranía española. Mis compañeros de armas vengarán este asesinato”. Quisieron vendarle los ojos, pero tanto Prudán como Millán, se resistieron. Formó el pelotón encargado de ejecutar la criminal sentencia. Millán con admirable entereza, en el momento de apuntársele los fusiles que terminarían tan valiente vida, dijo: “¡Compañeros!, la venganza les encargo”, y desabrochándose la casaca, gritó con voz firme: “¡Al pecho!… ¡Al pecho!… ¡Viva la Patria!”.

Prudán murió con la resignación de un mártir, exclamando también: “Viva Buenos Aires!”. El cruel ejecutor de la sentencia, García Camba, hizo desfilar después el resto de los prisioneros ante los cuerpos ensangrentados de estos dos mártires de la Independencia de América.

La ejecución de estos dos valientes tuvo lugar el 22 de marzo de 1824.

El coronel Ramón Estomba, uno de los fugados, que fue causa del sorteo, compuso una canción fúnebre, la que con música de La Pola se cantó por muchos años en los campamentos militares. Dice una de las estrofas:

Al suplicio conducen a entrambos,
y con ánimo grande Millán,
desabrocha el honroso uniforme
y les dice: “Aquí, al pecho ¡tirad!”



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