miércoles, 11 de abril de 2012

El asesinato de Urquiza - parte 5

Un nuevo trascendental acontecimiento viene a exacerbar los ánimos y a precipitar el desenlace del drama que está viviendo, desde hace años, el recalcitrante localismo de los entrerrianos.

Con el objeto de sellar su definitiva reconciliación con Urquiza, Sarmiento resuelve visitarle en San José para celebrar juntos el 18º aniversario de Caseros. A tal efecto y acompañado de brillante séquito se embarca en Buenos Aires a bordo del vapor de guerra Pavón y arriba al puerto de Concepción del Uruguay en la noche del 2 de febrero de 1870 desembarcando a la mañana siguiente. Urquiza y Sarmiento se abrazan en el puerto y el sanjuanino pronuncia aquella frase zalamera y efectista que la historia ha recogido: “Ahora sí que me siento presidente de la República, fuerte por el prestigio de la ley y el poderoso concurso de los pueblos”. Urquiza, correspondiendo a tan significativas demostraciones de cordialidad, echa la casa por la ventana, para agasajar a su encumbrado huésped. El sentimiento provincialista sufre así un rudo y afrentoso golpe que lo hiere en lo más íntimo, pulverizando los últimos restos de su antigua devoción por Urquiza. (…)

Para colmo, Sarmiento, ha tenido el mal gusto (no quiero usar otra expresión) de realizar el viaje a bordo de un vapor de guerra cuyo nombre Pavón significa una afrenta para los entrerrianos y para el general Urquiza en particular. ¿No disponía la armada nacional de otro buque de nombre menos agraviante? ¿No constituía una innecesaria provocación a los sentimientos localistas del pueblo, presentarse en un buque que traía pintado en su casco un nombre que evocaba la única acción de guerra en que el orgullo provincial quedó abatido? ¿No importaba un insulto al Gobernador de Entre Ríos y una desconsideración a la magnífica hospitalidad del general Urquiza, visitarle a bordo de una nave que ostentaba el nombre de la única batalla perdida por él perdida? Broma trágica, inadvertencia inexplicable o ensañamiento premeditado, la presencia del Pavón en el puerto de Concepción del Uruguay, debió excitar los ánimos, harto preparados para la insurgencia.

De este modo y, como si cumpliera un designio fatal de la providencia, Sarmiento, que había propiciado el asesinato de Urquiza en 1861, venía a precipitarlo ahora, no armando materialmente el brazo homicida, pero sí encendiendo la chispa que lo hará inevitable. Dos meses después, la revolución contra Urquiza, largamente gestada y a duras penas contenida, estalló violenta, haciendo su primera víctima en el ilustre organizador de la República. 7

En el atardecer del 11 de abril de 1870 una partida de 104 hombres armados, al mando del coronel Robustiano Vera, hicieron ruidosa irrupción en San José. Venían a apresar al gobernador y caudillo a los gritos de ¡Abajo el tirano Urquiza! ¡Viva el general López Jordán! Un grupo de cinco a las órdenes del coronel Simón Luengo, cordobés y protegido del general, se encamina a las dependencias privadas del dueño de casa. Integran el grupo Nicomedes Coronel, capataz de una de las estancias de Urquiza, oriental de origen, el tuerto Álvarez, cordobés, el pardo Luna, oriental y el capitán José María Mosqueira, entrerriano, nacido en Gualeguaychú. El general que está tomando mate debajo del corredor se incorpora, sorprendido por el bullicio y, comprendiendo que se trata de un asalto, grita ¡Son asesinos! Y corre a proveerse de un arma. Los asaltantes se acercan. ¡No se mata así a un hombre en su casa, canallas! Les especta, haciendo un disparo que hirió en el hombro a Luna. “Álvarez, entonces –explica el coronel Carlos Anderson, ayudante de Urquiza- y jefe de la Guardia del Palacio, testigo presencial de los sucesos- le tiró con un revólver, y le pegó al lado de la boca: era herida mortal, sin vuelta. El general cayó en el vano de la puerta y en esa posición Nico Coronel le pegó dos puñaladas y tres el cordobés Luengo, el único que venía de militar y que lo alcanzó cuando ya la señora Dolores y Lola, la hija, tomaban el cuerpo y lo entraban en una piecita, en la cual se encerraron con él yendo a recostarlo en la esquina del frente, donde se conservan hasta ahora, las manchas de sangre en las baldosas”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario