miércoles, 11 de abril de 2012

El asesinato de Urquiza - parte 4


En 1863, el autor del Martín Fierro en su ya recordado opúsculo Vida del Chacho había escrito estas palabras que resultaron proféticas: “La sangre de Peñaloza clama venganza, y la venganza será cumplida, sangrienta, como el hecho que la provoca, reparadora como lo exige la moral, la justicia y la humanidad ultrajada con ese cruento asesinato. La historia de los crímenes no está completa. El general Urquiza vive aún, y el general Urquiza tiene también que pagar su tributo de sangre a la ferocidad unitaria, tiene también que caer bajo el puñal de los asesinos unitarios como todos los próceres del partido federal. Tiemble ya el general Urquiza; que el puñal de los asesinos se prepara para descargarlo sobre su cuello, allí, en San José, en medio de los halagos de su familia, su sangre ha de enrojecer los salones tan frecuentados por el partido unitario” 3.

Ya hemos visto cuantas tentativas de asesinato se han frustrado después de Caseros. “Podríamos llenar libros –dice Vásquez- reproduciendo artículos periodísticos publicados desde Caseros hasta después de Pavón en los cuales se clama, se pide y se exige por patriotismo el asesinato de Urquiza… Fue esa propaganda metódica, persistente, de todos los días, la que dio tradición al asesinato”.

Era una sentencia a muerte sin plazo fijo pero que se cumpliría, tarde o temprano, inexorablemente.

“¿Por qué Urquiza, en lugar de hacer escribir biografías –decía Evaristo Carriego en 1867- no tiene el buen sentido de morirse una vez siguiera? ¿Piensa acaso no dejarnos desahogo nunca? 4”

El 2 de marzo de 1869, el doctor Vélez Sarsfield, ministro del interior de Sarmiento, escribe una extensa carta a Urquiza en que desliza algunas advertencias que hacen suponer que el astuto cordobés presentía, en aquellos momentos, la eliminación del general. Dice la carta:

Buenos Aires, marzo 2 de 1868.

Excmo. Sr. Capitán general, don Justo J. de Urquiza.
Estimado señor y amigo:

He tendido la satisfacción de recibir las dos últimas cartas de V. E. con varias comunicaciones que las acompañan. Ellas me han confirmado en la creencia íntima que tenía, de que no era posible que fuerza alguna pasase del Entre Ríos a revolucionar la república vecina. Yo había presenciado la completa armonía de los jefes del litoral oriental con V.E. y me persuadía que ningún grupo de consideración se animaría a un acto hostil a V.E y a las autoridades orientales. Todo el secreto, o más bien la causa de esos rumores, es, a mi juicio, el deseo de tantos hombres perdidos que hay en nuestra República y en la vecina, de ver aparecer a V.E. de Entre Ríos para crear un caos que sirve siempre a las malas aspiraciones.
Dalmacio Vélez Sarsfield 5

Urquiza no cree en estas advertencias. Piensa como Quiroga en vísperas de Barranca Yaco que no ha nacido el hombre que lo ha de matar.

Mientras tanto, el acercamiento entre Urquiza y el presidente Sarmiente se intensifica, día a día, con el consiguiente desagrado de los entrerrianos que ven en ello un nuevo e imperdonable renunciamiento del viejo caudillo. “Esta reconciliación –anota Vásquez- se consideró en Entre Ríos, que no se apeaba a sus rencores ni se entibiaba en su pasión provincialista, como la entrega definitiva a la política de la metrópoli” 6.

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