viernes, 23 de diciembre de 2011

La tragedia del tranvía obrero - parte 1


La niebla desconcierta, inhibe y es tema de conversación que sobrevive a su disipación. Los millones de trabajadores que truene, llueva o granice deben salir en busca de los pésimos medios de transporte que los llevarán hacia sus empleos, dejan de prestarle tanta atención a estas cosas. No es que se acostumbren, sólo tratan de no sumar una angustia más a las que deben sobrellevar como pueden todos los días.

Aquella mañana de invierno otra vez la niebla se había adueñado de Buenos Aires y aquel vagón sucio ya venía atestado desde su salida en Temperley y se siguió llenando, desafiando las leyes de la física y violando todas las leyes que "protegen" a los usuarios de los medios de transporte público. El tema entre muchos de los sufridos pasajeros era el inminente debut de la Selección nacional en el próximo campeonato mundial de Uruguay y los crecientes rumores de un golpe de Estado que terminaría con el gobierno de Yrigoyen.

Un desvencijado interno 75 de la línea 105 de Compañía de Tranvías Eléctricos del Sur había salido a las 5 de la mañana de aquel 12 de julio de 1930. Era el popularmente llamado "tranvía obrero": allí iban hombres, mujeres y también muchos niños que oficiaban de aprendices haciendo las peores tareas en talleres y frigoríficos. Por aquel Riachuelo que ya por entonces era el desagüe de todos los desperdicios de la industria que lo rodeaban y que le daban su clásico aspecto denso y negro, venía cansinamente la chata petrolera "Itaca II" que con sus sirenas le avisaba al encargado del puente levadizo, el español Manuel José Rodríguez de 68 años, que fuera levantándolo para darle paso.

El hombre hizo lo de siempre, encendió las luces de peligro para evitar que algún tranvía intentara cruzar en ese momento y puso en marcha el mecanismo para que el puente comenzara a elevarse. Al frente del tranvía venía su motorman, un italiano de 31 años llamado Juan Vescio.

Habían pasado unos pocos minutos de las seis cuando el tranvía cruzó la última curva, aquella que les avisaba a los pasajeros que viajaban de memoria que estaban a punto de cruzar el puente sobre el Riachuelo. El encargado del puente recordará: "En ese momento me pareció escuchar el ruido de un tranvía y sentí un sudor frío. Me asomé por la ventana de mi garita y vi, entre la niebla, las luces de las ventanillas de un vehículo que acababa de entrar al puente. Medio desesperado, empecé a gritar para que el motorman me escuchara, pero fue inútil. Era el tranvía 105, que venía muy ligero. El conductor no podía escucharme; tampoco tenía tiempo ya de frenar. Pasó debajo mío como una tromba y lo vi caer al vacío en forma espectacular, hasta que se hundió completamente en el río; en ese momento se apagaron los chirridos de las ruedas y se sintió el ruido del impacto con el agua. Después todo fue silencio aterrador. Bajé de la garita y me encontré con otras personas que también habían presenciado la escena y empezamos a pensar cómo diablos podríamos sacar a esa gente de allí dentro".


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