jueves, 22 de diciembre de 2011

Argentina, diciembre 2001: el pueblo puso fin a un modelo económico y a un sistema político - parte 10

El descontento popular por la situación casi anárquica que se vivía en el país no se hizo esperar, surgieron episodios de bronca contenida en diferentes puntos del territorio nacional hasta que el miércoles 19 de diciembre por la noche, el pueblo llano se lanzó a las calles de la Ciudad de Buenos Aires -como así también en el interior del país- haciendo oír su protesta, primero pidiendo la renuncia de Cavallo y luego la del propio Presidente. Se trató de lo que ya describimos como el "cacerolazo". La respuesta del gobierno no se hizo esperar, a las 21 horas el Presidente apareció por las pantallas de televisión con gesto adusto anunciando el Estado de Sitio. Esa fue la gota que rebasó el vaso. Miles de ciudadanos se congregaron en diferentes lugares y marcharon a la Plaza de Mayo, de dónde fueron desalojados violentamente por la Policía Federal entre esa noche y un tumultuoso jueves siguiente en que el Presidente no tuvo más que presentar su renuncia, no teniendo la capacidad de aceptar su responsabilidad en los hechos y descargándosela sobre la oposición justicialista que no le había dado el apoyo suficiente. Como si esto fuera poco, para demostrar su olímpica ignorancia de lo que ocurría en el país se lamentó de la represión policial aduciendo que él se había enterado de la misma por las imágenes televisivas. Con estos dichos -como con otros ocurridos 24 horas antes cuando públicamente fue abucheado al asistir a una reunión política- pasó a la historia con mucha pena y sin gloria alguna, es decir, como un pretendido imbécil o como un auténtico autista que ha estado aislado del mundo.

Otro tanto ocurrió con sus colaboradores más cercanos, que día a día eran menos, llegando el Ministro del Interior -la cartera política- a asegurar que no habían saqueos en el país. Solamente restaba que a alguno de ellos se les ocurriera repetir la célebre frase de la tristemente recordada República de Weimar (Luxemburgo, 1919) de "... que el orden reina en Berlín". No ha sido casual ni diletante que hayamos incorporado este recuerdo de la Alemania anterior al nazismo, al igual que en aquel momento y lugar, en la Argentina de finales del 2001 reina el caos político, social, económico e institucional ya que, como lo señaláramos anteriormente, los movimientos de protesta fueron espontáneos, no existió dirección política alguna que los encauzara y que se tuvieran propuestas plausibles para superar la crisis.

Esto sirvió para que los analistas políticos pudieran afirmar que la protesta no fue aprovechada por grupo ideológico alguno, lo cual fue verdadero, pero no se advirtió -o, si se lo hizo, se tuvo el cuidado de no alertar sobre ello por complicidad o interés de que se produzca- del peligro que tal situación engendra.

Sin un liderazgo político e ideológico claro, estos movimientos terminan por esperar -mientras hacen batir sus cacerolas por cualquier cosa que les desagrada como una forma de "desobediencia civil" (Thoreau, op. cit.)- la llegada de un líder mesiánico que sea capaz de imponer el orden en medio de tanto desorden. No en vano la clase media fue la convocante "espontánea" de la protesta, pero no lo hizo por razones altruistas, sino que salió a la calle cuando, como dijera Perón, "le tocaron la viscera que más le duele: el bolsillo"; y, al observar los desmanes que se producían -que nadie que tenga la mínima experiencia política podía ignorar que ocurrirían- huyó espantada al refugio de sus domicilios a seguir mirando horrorizada lo que acontecía por televisión, cómodamente sentada en sus poltronas y diciendo que ese no era el sentido de sus protestas y quejas.

Es imposible esperar protagonismo revolucionario en la burguesía que solamente se queja por donde le duele el zapato, prefiriendo la competencia a la cooperación: el que llegue primero a la ventanilla del banco cobrará sus ahorros, los que vengan después recibirán un acongojado "no hay más dinero en caja" (17). Esta situación ha sido muy bien explorada desde la psicosociología a través del juego de estrategia conocido como "el dilema del prisionero" (Poundstone, 1990).

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