sábado, 29 de octubre de 2011

La Revolución del Sud - parte 4

Se inicia el movimiento revolucionario

Mientras Lavalle organizaba su ejército en Corrientes, se producía en la campaña del sur de Buenos Aires el movimiento revolucionario. Los directores de este movimiento, pretendieron asociar a él a los coroneles, del Valle y Granada que mandaban regimientos en Dolores y en Tapalqué; pero cuando hubo adherido a la revolución el coronel Ramón Rico, que era el segundo jefe de del Valle, se prescindió de este, y en cuanto a Granada no hubo quien se atreviera a abordarlo francamente de temor de comprometer el éxito de la empresa, pues el comandante Lacasa que fue enviado cerca de él con este objeto sólo se atrevió a iniciar en el secreto a varios de los oficiales subalternos de la división acampada en Tapalqué.  A mediados de octubre Pedro Castelli, el agitador principal del movimiento, celebró una conferencia en la estancia de Juan Ramón Ezeiza con los coroneles Rico, Crámer y con Francisco Ramos Mexía. Allí se contaron los recursos militares de que podían disponer y que los constituían unos dos mil hombres bien montados, inclusive un escuadrón veterano a las órdenes de Rico y que éste reuniría oportunamente. Se acordó, además, que el día 6 de noviembre efectuaría el movimiento en Dolores y Crámer en Chascomús; y que Castelli, con las fuerzas que tuviera reunidas, se situaría en este último punto para apoyar a sus compañeros e incorporarlos a sus filas cuando se presentasen las fuerzas de Rosas.

Una circunstancia imprevista por ellos los obligó a anticipar el movimiento que esperaban hacer en combinación con el general Lavalle, cuando éste se dirigiera a Buenos Aires, como se lo había manifestado desde Entre Ríos. Rosas sabía que se conspiraba en la campaña del sur de acuerdo con Lavalle; y calculaba fundamentalmente que este general desembarcaría por la costa sur o norte, disponiendo como disponía de los buques de la escuadra francesa, pudiendo ser apoyado por las fuerzas de éstos como ya lo había sido, y guarecerse en aquéllos con su fuerza en el caso de un contraste. Los emigrados argentinos en Montevideo no ignoraban tampoco estas circunstancias. El doctor Alberdi, entre otros, le escribía a este respecto al jefe del estado mayor del ejército de Lavalle: “Tenga presente que para caer en la campaña de Buenos Aires no necesitan de inmensos recursos, si han de evitar, como deben hacerlo, encuentros por ahora. Le repetiré una frase que Rosas ha dicho hace un mes, y está de acuerdo con todo lo que nosotros hemos pensado desde el principio. Rosas ha dicho: “los unitarios son muy rudos: ellos no ven que a la mulita se la debe agarrar por la cabeza y no por el rabo”. Es pues preciso que en el instante en que ustedes puedan hacer una travesía del rabo a la cabeza, la hagan volando, porque de lo contrario la cosa ha de ser eterna”.
Fuera o no cierta la frase gauchesca y exacta que le atribuían a Rosas, el hecho es que éste calculaba que Lavalle vendría sobre Buenos Aires porque, u obtendría ventajas en Entre Ríos, y entonces esta provincia reunida a la de Corrientes podían contrabalancear el poder de la de Santa Fe y permitirle acometer con mayores fuerzas el centro de los recursos que se le oponían; o era derrotado, y entonces las mayores probabilidades en su favor estaban también en Buenos Aires donde se le incorporarían todos los elementos de resistencia que había en la campaña, con más los que pudiera proporcionarle en todo caso la escuadra francesa.

Firme en esta idea, Rosas quiso destruir esta base de resistencia armada en la campaña de Buenos Aires, y como ya hubiere tenido avisos de frecuentes reuniones que se hacían con diversos objetos, y no se le ocultaba que los hacendados que las fomentaban tenían afinidades serias con los que habían preparado la conjuración Maza, les hizo pasar una nota a los jueces de paz de algunos partidos del sur, en la que les comunicaba que el gobierno sabía que allí se conspiraba, y les ordenaba en consecuencia que remitieran a la ciudad en calidad de presos a cuatro de los más acérrimos unitarios, a los cuales el gobierno el gobierno no designaba por sus nombres, porque tenía la conciencia de que los jueces de paz los conocían perfectamente. En esto último no se engañaba tampoco Rosas, porque el juez de paz de Dolores, Manuel Sánchez, como el de la Lobería, José Otamendi, estaban al habla con los revolucionarios, a quienes dieron cuenta inmediatamente de lo que ocurría, para que resolvieran lo que debía hacerse.

Los momentos no permitían ya vacilar: o los jueces de paz cumplían las órdenes recibidas, o los revolucionarios lo impedían haciendo estallar el movimiento. Castelli, Rico y Crámer se decidieron por esto último. Al efecto, Rico llegó al pueblo de Dolores en la madrugada del 29 de octubre, y reuniéndose a los principales amigos mandó batir generala. Acudieron a la plaza como unos doscientos ciudadanos armados de lanza, a los cuales les manifestó que el objeto de la reunión era elegir autoridades que responderían al levantamiento de la campaña del sur contra el gobernador Juan Manuel de Rosas, y que no debían dejar las armas hasta no dar en tierra con el “tirano”. Cuatro vecinos condujeron de la sala del juzgado de paz a la plaza el retrato de Rosas. Rico lo acribilló a puñaladas, y arrancándose la divisa y el cintillo federal que había llevado hasta entonces, los hizo pedazos invitando a sus amigos a que hicieran otro tanto. Después de nombrar juez de paz a Tiburcio Lenz y de asumir él el mando de todas las fuerzas del departamento, se dirigió a las afueras del pueblo donde se le incorporaron los contingentes enviados por los promotores del movimiento.

Mientras Crámer procedía por su parte en Chascomús, Rico aprovechaba los momentos lanzando sus partidas hasta el Tandil y por todas las estancias desde Dolores hasta esta banda del Quequén Grande por la costa, con orden de traerse los hombres, armas y caballos que encontrasen. A las estancias de Rosas mandó Rico comisiones especiales que trajeron cuanto pudieron conducir. “Don Gervasio Rosas –le escribía Rico al capitán Zacarías Márquez el 3 de noviembre- fue prendido por López y éste sorprendió El Tala tomando toda la gente de esos establecimientos, lo mismo que el armamento y municiones. A Camarones he mandado a Pedro Nanzo con una partida para que me traiga la gente de esas estancias, municiones, armas, etcétera, etcétera, y como medida de precaución he arrestado a Almada, yerno de Morillo….”. Por su parte Castelli se situó con sus fuerzas en las inmediaciones de Chascomús después de haber tentado un golpe sobre la división al mando del coronel Granada que permanecía fiel al gobierno. El total de las fuerzas revolucionarias allí reunidas se elevaba a unos dos mil hombres cuando el coronel Prudencio Rosas recibió las primeras noticias de la revolución por los partes del coronel Vicente González, jefe del Regimiento Nº 3.


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