domingo, 16 de octubre de 2011

El arribo del primer tren a Ramos Mejia - parte 3


Los trabajos no se interrumpieron, tendiéndose una sola vía, que en las estaciones se bifurcaba por un corto trecho para posibilitar el cruce de los trenes,. Así avanzaron rápidamente las obras, permitiendo que el 25 de setiembre de 1858 llegara el primer tren a nuestra zona en lo que se denominó Estación General San Martín, arrastrado por La Porteña, con dos vagones de pasajeros más pequeños que un tranvía antiguo.
Según la reseña de un matutino porteño, "se levantó la estación, consistente en una pequeña casucha de madera con dos subdivisiones, una para oficina y otra para vivienda del encargado, y un galpón destinado a almacenamiento y depósito de frutos del país y otras cargas. No se instalaron ni plataformas, ni apeaderos, ni desvíos."

Dice José María Pico(*): "A cien metros de la nueva estación nacía el camino que conducía hacia el sur, a San Justo, adonde se bifurcaba en dirección al casco de `Los Tapiales', y al río Matanza; a El Pino y a Cañuelas.
Algún puesto de la estancia se hallaba cerca de la estación y a poca distancia de ella, hacia el noroeste, destacaba su silueta criolla la pulpería `La Blanqueada'. Al oeste se divisaba la arboleda y la casa de la antigua quinta de `La Figura', que posteriormente fue de D. Matías Ramos Mejía."

Los terrenos para instalar las vías y la estación fueron donados al ferrocarril por Da. María Antonia Segurola de Ramos Mexía. Los trenes comenzaron a correr a la mañana y a la tarde, pero el alto costo de los pasajes restringía su utilización a los miembros de la clase alta y a los funcionarios de la época.
La principal actividad estuvo dada por el transporte de lana y cereales y en 1858, primer año completo de explotación de la línea, el ferrocarril transportó 185.566 pasajeros y 6.747 toneladas de carga. Recordemos que a la primera locomotora, La Porteña, pronto se agregó otra (La Argentina) y al tiempo varias más, lo que indicaba la buena evolución del tráfico.

No se crea sin embargo que el primer silbato de las locomotoras había reemplazado de un día para el otro al mugido de los bueyes carreteros y al grito de los troperos criollos, que continuaron dando su típico colorido a la avenida Rivadavia durante varias décadas más.

 

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