martes, 13 de septiembre de 2011

Sarmiento: Intuiciones acerca del valor social del patrimonio en un discurso de 1873 - parte 2


Pero analicemos la palabras del sanjuanino en el punto en que ha llegado a la presidencia de un país, todavía, dividido por aquellos caudillismos que Mitre, su predecesor, no había podido someter al poder central.

Dice Sarmiento:
“Llenamos uno de los más importantes deberes de la vida social, rindiendo homenaje a la memoria de los altos hechos que inmortalizan el nombre de uno de nuestros antepasados”

Es interesante esta postulación, de entrada, del deber social de homenajear la memoria de los próceres. No se trata ,sólo, del valor estético y ornamental del monumento escultórico del eximio Carrier-Belleuse (acompañado, en este caso, por el aporte de Santa Colonna para el caballo), quien se consagrará luego, entre nosotros, con el mausoleo sanmartiniano. Se trata de asignar a los monumentos un valor de memoria colectiva, para mantener vivas las hazañas (“altos hechos” dice Sarmiento) que ellos conmemoran, como dirá Alois Riegl en 1902.

De este modo, continúa Sarmiento, “ante la imagen de uno de nuestros hombres públicos, repetimos este acto instintivo de nuestra especie, volviendo a lo pasado, trayendo hacia nuestra época y legando a la posteridad el recuerdo en hombres y hechos de nuestro origen como pueblo…”
Nuevamente, el vitalismo del monumento lo hace operar no sólo en el plano “anticuario”, como una reliquia nostalgiosa, sino como un dispositivo dinámico identitario que afirma en el presente la pertenencia a una progenie histórica y que la proyecta colectivamente hacia el futuro.

Se trata de los valores rememorativos que, con antes señalé, calificará el teórico Riegl años más tarde, al justificar el “culto moderno” a los monumentos. Sarmiento ya lo intuye y lo postula con precisión.

El orador traza un derrotero histórico de los monumentos en general, remontándose, correctamente, al origen funerario de los monumentos antiguos y su relación con la memoria mortuoria: ”un montículo de tierra sobre los restos mortales de un héroe fue el primer monumento humano”.

En efecto, los antiguos llamaron túmulo a aquel sitio de entierro y de memoria. Prosigue con palabras casi calcadas de Fustel de Coulanges en la La Citté Antique: “es hoy día aceptado que alrededor de una tumba se despertó en el hombre aún salvaje el sentimiento religioso, y empezaron a bosquejarse la familia, el orden social y las leyes”. No ha de olvidarse que Sarmiento había obtenido, en 1847, su incorporación al Instituto Histórico de Francia.

Aquí debe anotarse otro aspecto, subsidiario y pedagógico, del patrimonio monumental, bien captado por Sarmiento: al componente de memoria se une un componente de iconografía: “el recuerdo de su imagen”, es decir, tal cual era en vida el aspecto de Belgrano. Más allá de la previsible estilización y embellecimiento que ofrece la pintura y la estatuaria de la época, en 1873, nuestro país comienza a fijar el canon iconográfico de sus próceres, en un proceso que llevarán al máximum de su demanda plástica, Adolfo P. Carranza y Enrique Udaondo, principalmente.
Y entrando, pues, en el terreno de la iconografía, Sarmiento, agrega, para referirse al gesto con que Belgrano ha sido representado por Carrier-Belleuse: “el artista ha conmemorado un hecho casi único en la historia y es la invención de la bandera… conduciéndola el mismo inventor como portaestandarte”. Sigue una exaltación de los campos gloriosos donde tremoló la enseña patria en señal de libertad y de soberanía. En ese contexto, Sarmiento vincula la insignia del monumento con el lugar de su emplazamiento, aunque no ocupe hoy la “centralidad” a que alude, ya que poco tiempo después fue movido a su actual sitio: “Por este acto elevamos una estatua en el centro de la plaza de la Revolución de Mayo al General portaestandarte de la República Argentina”. Esta asociación feliz de monumento y locus (idóneo loco, lugar adecuado, dirían los romanos), ya había sido ensayada en 1862, cuando se erigió la estatua ecuestre de San Martín en la plaza de su nombre, donde antes se asentaron los cuarteles de los grananderos.

Sarmiento continuó su discurso y no ahorró las previsibles y envenenadas execraciones a Rosas y, más presente, a Lopez Jordán que, en Entre Ríos, resistía a la autoridad nacional. Pero eso ya no concierne estrictamente a la cuestión del patrimonio.

Oscar Andrés De Masihttp://www.monumentosysitios.gov.ar

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