martes, 2 de agosto de 2011

Virreinato del Río de la Plata – parte 1



La causalidad de la creación del Virreinato del Río de la Plata está directamente emparentada con la política desarrollada por Portugal prácticamente desde el momento mismo en que España descubrió América. Por las bulas papales de Alejandro VI de 1493, se dividía el océano Atlántico por una línea que fuera del Polo Norte al Polo Sur, distante de las Islas Azores o del Cabo Verde, cien leguas hacia occidente: las tierras hacia el oeste de esa línea serían españolas, las del este portuguesas, habida cuenta de los derechos de este país según el tratado celebrado en Toledo en 1480.

Pero el rey portugués Juan II, no aceptó la decisión papal y entonces ambas naciones llegaron al Tratado de Tordesillas en 1494 por el cual la línea se trazaría ahora a 370 leguas marinas al oeste de la más occidental isla de Cabo Verde. El problema no quedó dilucidado: los portugueses pretendían usar la legua marina española de 1.850 metros y los españoles la portuguesa de 1.543 metros, y tampoco hubo acuerdo sobre los instrumentos de medición a usarse. Por ello, la línea no llegó a establecerse nunca. Esa línea, que debía haber pasado más o menos a la altura de la actual ciudad de San Pablo, hubiese restringido el territorio portugués en América del Sur a una tercera parte, más o menos, de lo que es el actual espacio brasileño (tres millones y nueve millones de kilómetros cuadrados respectivamente).

En lo que nos toca, la costa Atlántica, desde San Vicente hacia el sur, y territorios conexos, debieron ser españoles, y ulteriormente argentinos. ¿Cómo lograron Portugal primero, y después Brasil, expandirse tan formidablemente en nuestra área? Esto es motivo de análisis en distintos pasajes de este trabajo. La cuestión empezó prácticamente con el descubrimiento, y ya en la época de la fundación del Virreinato estaba en plena ebullición.

Un hito importante fue Caseros, como se verá; hacia fines del siglo XIX se liquidó el último problema limítrofe con Brasil en Misiones, como siempre, desfavorablemente para Argentina. Recientemente, sin ir tan lejos, la construcción de la represa de Itaipú por Brasil, trajo tiranteces vinculadas con el dominio de la cuenca del Plata, en el que el país vecino ha ido haciendo progresos notorios.

Pero volviendo a los siglos XVI y XVII, los lusitanos nunca dejaron de avanzar, más allá de la línea del tratado de Tordesillas, en territorio español, ni siquiera cuando, entre 1580 y 1640, Portugal pasó a ser parte del Imperio español, y por ende también el Brasil.

El objetivo hacia el oeste era llegar al Pacífico, atraídos por las minas metalíferas del Alto y Bajo Perú, y hacia el sur los ríos Paraná y del Plata, en búsqueda de tierras templadas que compensaran las tierras monótonamente cálidas de los portugueses. Además, les interesaba transformar al Río de la Plata, tan importante desde el punto de vista comercial, en dominio compartido con España, en un río internacional, teatro del tráfico portugués y de su aliado, el comercio británico.

Precisamente, para asegurarse una base de operaciones del contrabando que practicaban hacia el Imperio español en el Río de la Plata –con Buenos Aires, específicamente- la osadía portuguesa, alentada por los proyectos ingleses, la llevó a establecerse en 1680, frente al mismo Buenos Aires, a menos de cincuenta kilómetros de ésta.

Los españoles, por la vía de las armas, llegaron a reconquistar esta fortificación denominada Colonia del Santísimo Sacramento, con la colaboración guaranítica; pero la habilidad de la diplomacia portuguesa logró que se le devolviera la plaza provisoriamente. Este hecho, inexplicablemente, ocurrió otras tres veces: con motivo de la guerra de Sucesión, a principios del siglo XVIII; en 1735, nuevamente fue sitiada Colonia por el gobernador de Buenos Aires, Miguel Salcedo, y cuando todo hacía prever la toma de ella por fuerzas españolas y guaraníticas, llegó el arreglo de siempre con los portugueses, y el sitio fue levantado; en 1762, Cevallos tomó Colonia, pero la componenda oportuna con Portugal llegó otra vez, con la Paz de París, y la fortaleza le fue devuelta.

Se ha hablado de la colaboración guaranítica, ¿por qué? Luego de la batalla de Mbororé, los bandeirantes dejaron de depredar y los guaraníes hicieron una vida apacible en sus treinta reducciones, bajo la paternal dirección de los hijos de San Ignacio de Loyola. Por ello es que, agradecidos a España, colaboraron en las ulteriores guerras con Portugal por la posesión de la Colonia. Pero en el siglo siguiente, dos hechos empañaron gravemente esta situación de concordia hispano-guaraní.

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