sábado, 6 de agosto de 2011

Historias de la quinta presidencial: en la intimidad del poder - parte 2


El historiador Mario Pacho O’Donnell le dice a la Revista que aquel encuentro –que le fue contado por Jorge Carretoni, por entonces diputado nacional de la Unión Cívica Radical Intransigente, el partido de Frondizi– fue "uno de los momentos más intensos de la vida política argentina que se hayan registrado en la quinta de Olivos". Incorporado en su libro Che (Sudamericana), O’Donnell lo cuenta así:

"En julio de 1961 lo cita Frondizi [a Carretoni] en su despacho y lo asigna a la reunión de Punta del Este como asesor del Consejo Federal de Inversiones. Sin embargo, su misión será otra: hacer contacto con el Che Guevara. (...). El interés de Frondizi en el encuentro era mejorar sus relaciones con los Estados Unidos, hacer mérito y así ganar algo de aire (...) Su objetivo era intermediar en las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, gravemente deterioradas luego de los sucesos de Playa Girón.

"Carretoni alquila un pequeño Piper por 20.000 pesos para cruzar el Río de la Plata. Relata Carretoni: Mi instrucción establecía que Guevara debía viajar solo, por lo que al pie de la escalerilla le extiendo la mano para despedirme.
"¿Usted no viaja? –me pregunta el Che.
"No, ésas son mis instrucciones.
"Entonces yo tampoco viajo –dijo cortante.

"Opté por transgredir mis instrucciones y subir al avión. (...) El Piper aterrizó en el pequeño aeropuerto de Don Torcuato.

"Llegaron a la quinta presidencial a las 9 de la mañana, y enseguida Frondizi y Guevara se encerraron en un pequeño salón, a solas. La reunión duró tres horas y su resultado no sería auspicioso para el presidente argentino, pues fue derrocado algunos meses más tarde, y uno de los pretextos del golpe militar sería su encuentro clandestino con el «jerarca comunista comandante Guevara», como rezaría el comunicado golpista."

Estadistas brillantes, oscuros dictadores, mandatarios ineptos, honestos, humildes, ostentosos, todos, de un modo u otro, con mayor o menor moral, con permanencias más cortas o más largas, dejaron su huella en la quinta de Olivos, un lugar bellísimo que hasta despertó la emoción del presidente norteamericano Franklin Delano Roosevelt, el padre del new deal, que con ocasión de su visita al país durante el gobierno de Roberto Marcelino Ortiz (1938–1942) exclamó "¡llueve celeste!", mientras las flores de los jacarandaes de la Avenida del Libertador caí-an mansamente sobre sus hombros. Vale aclarar que durante su presidencia Ortiz vivió en su residencia de la calle Suipacha al 1000, luego ocupada por el Episcopado argentino.

Fue en Olivos donde, en junio de 2002, el presidente uruguayo Jorge Batlle desparramó lágrimas ante la fría mirada del entonces presidente Duhalde, cuando vino para disculparse por haber tratado a los argentinos de "ladrones". Y fue allí donde, durante los días finales de Perón, se instaló una unidad coronaria de emergencia. Carlos Seara, uno de sus médicos, recordó en una entrevista publicada en La Nacion: "El día del paro cardíaco que acabó con la vida de Perón, el 1º de julio de 1974, López Rega quemaba incienso alrededor de los médicos, que realizaban frenéticos esfuerzos por salvar a su líder, al que llamaba con unción «mi faraón, mi faraón».
En un momento me llamó y me dijo: «Si lo sacás, te hago conde»". Lo último que se le escuchó decir a Perón fue: "Esto se acabó". Y fue en Olivos, también, donde un Perón mucho más joven se paseaba en motoneta con los chicos de la Unión de Estudiantes Secundarios, en los tiempos previos a su caída, en 1955.

Jorge Palomar

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