sábado, 23 de julio de 2011

Batalla de la Ciudadela – parte 3




Apenas llega a la ciudad y aún no ha podido descansar de las fatigas del viaje que ha hecho desde Mendoza a Tucumán, y de las de la batalla, cuando se le presenta el coronel Ruiz Huidobro, muy acicalado, perfumado y de elegante uniforme, acompañado de una dama. Es la señora esposa del general Lamadrid, portadora de una carta de su esposo para Facundo. La señora toma asiento en un sofá y Facundo de pie, lee la carta: “Excmo. señor general don Juan Facundo Quiroga. General: No habiendo tenido en mi vida otro interés que el de servir a mi patria, hice por ella cuanto juzgué conveniente a su salvación y a mi honor hasta la una de la tarde del día 4, que la cobardía de mi caballería y el arrojo de Vd. destruyeron la brillante infantería que estaba a mis órdenes.

Desde ese momento en que Vd. quedó dueño del campo y de la suerte de la República como de mi familia, envainé mi espada para no sacarla más en esta desastroza guerra civil, pues todo esfuerzo en adelante sería más que temerario, criminal. En esta firme resolución me retiro del territorio de la República, íntimamente persuadido de que la generosidad de un guerrero valiente como es Vd. sabrá dispensar todas las consideraciones que se merece la familia de un soldado que nada ha reservado en servicio de su patria y que le ha dado algunas glorias.
He sabido que mi señora fue conducida al Cabildo en la mañana del 5 y separada de mis hijos, pero no puedo persuadirme de que su magnitud lo consienta, no habiéndose extendido jamás la guerra, por nuestra parte, a las familias. Recuerde Vd. general, que a mi entrada en San Juan yo no tomé providencia alguna contra su señora. Ruego a Vd. general, no quiera marchitar las glorias de que está Vd. cubierto conservando en prisión a una señora digna de compasión y que se servirá Vd. concederle el pasaporte para que marche a mi alcance, etc.”

Facundo se ha puesto sumamente serio. Explica a la señora de Lamadrid que su detención, hechas con todas las consideraciones debidas a una señora, obedece al solo fin de preguntarle si sabe algo de los dineros que su esposo ha extraído de los tapados de Facundo, de La Rioja, pero que ella es completamente ajena a los hechos de su esposo.

Inmediatamente Facundo extiende un salvoconducto para la señora de Lamadrid. Luego dicta a su secretario la siguiente carta en respuesta de la que ha recibido: “Señor General don Gregorio Aráoz de Lamadrid. Tucumán, 24 de noviembre de 1831. General: Desde que oí resonar su nombre por mil acciones heroicas que Vd. hizo contra los enemigos de nuestra independencia, me mereció el aprecio más distinguido, y ésta ha sido la causa o fundamento principal para que viniéramos a ser los más mortales enemigos, de lo cual voy a hacer a Vd. una exacta explicación.
Cuando en julio de 1826 fui invitado por los muy malos y bajos Bustos e Ibarra para derribar al déspota Presidente don Bernardino Rivadavia, los desprecié, porque no los consideré capaces de hacer oposición con provecho al poder del Presidente, pero habiéndome asegurado el edecán del finado Bustos, coronel don Manuel Castillo (que fue uno de los enviados) que Vd. estaba de acuerdo en este negocio, y que era más interesado en él, no trepidé un momento en decidirme a arrostrar todo compromiso contando únicamente con su espada para esperar un desenlace feliz.
Pero ¡cuán terrible fue mi chasco cuando vi que los partidos de La Rioja, Córdoba y Santiago del Estero que depusieron al gobernador de Catamarca don Manuel Antonio Gutiérrez, fueron repelidos por las fuerzas que Vd. mandó bajo las órdenes de su primo don José Ignacio Helguero!.

Desde entonces ya conocí que era Vd. demasiado injusto y que procedía como un malvado, poniéndose de parte del Presidente para atacar a los pueblos que no querían reconocer su autoridad, cuando yo fui el más interesado en no atacarle, como se nos ordenaba por la circular del gobierno del General Las Heras creyendo que Vd. se uniría a nosotros para encabezar la oposición contra el gobierno de Buenos Aires”.

Me viene Vd. ahora recomendando a su familia, como si yo necesitase de sus recomendaciones para haberla considerado como lo he hecho; agregando en dicha su carta, las consideraciones que dice prestó a la mía en San Juan, así como a mi señora madre en Los Llanos, pero sin acordarse de la pesada cadena que hizo arrastrar a dicha mi anciana madre en La Rioja, ni de que mi familia fue desterrada a Coquimbo o Copiapó por sólo libertarla de los tormentos que Vd. le preparaba en La Rioja, para cuyo solo efecto la había reclamado del gobierno de San Juan, quien por solo salvarla de las tropelías que Vd. le preparaba, se vio precisado a alejarla”.

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