domingo, 5 de junio de 2011

El golpe contra Castillo – parte 3



En el camino hacia el Tiro Federal, el motín pagaría su cuota de sangre; al cruzar las baterías del Regimiento 6 de Artillería ante la Escuela de Mecánica de la Armada, y mientras los soldados saludan alegremente, se ciernen sobre ellos las ametralladoras emplazadas en lo alto de los ventanales y en las casas vecinas. El comandante del R 6. general Eduardo Avalos (hermano de Ignacio, Secretario de Guerra en el Gobierno Illia, y autor del putsch contra Perón en octubre de 1945), pistola en mano, increpa al director de la Escuela, capitán de navío Fidel L. Anadón, quien cierra las puertas y ordena tirar a sus hombres.

La refriega deja una treintena de muertos y un centenar de heridos. "Yo cumplía órdenes del Ministro de Marina, contraalmirante Mario Fincati", dice Anadón, hoy de 71 años. Esa ciega fidelidad fue, quizá, la que premió Perón cuando lo ascendió a almirante y le confió la cartera de Marina en su primer Gabinete. Entre la metralla se nota una ausencia: la de José María Epifanio Sosa Molina, el general que luego mandó la Escuela de Tropas Aerotransportadas en épocas de Perón. Avalos le pregunta dónde ha estado; la respuesta de Sosa Molina: "Fui hasta mi casa a darle tranquilidad a mi señora".

A las nueve, el tozudo Castillo sigue dispuesto a no entregarse; con sus siete Ministros —Fincati sustituía a Ramírez— se embarca en el rastreador Drummond, de la Armada, en procura del Uruguay. "Pedirá asilo político", auguran los revolucionarios. "Constituyo mi Gobierno en el barco y el pueblo me encontrará siempre dispuesto a la defensa", advierte El Viejo. "Es la muchachada de a bordo", bromean los porteños.

Cierta solemnidad impera, sin embargo, cuando Castillo y sus colaboradores suben al Drummond, que ostenta, irónicamente, la insignia de Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. El navío ancla frente a Colonia, donde un sobrino de Castillo, médico, le compra unas pócimas para conjurar la distonía cardíaca del Presidente. Castillo no desciende, por temor a perder su rango al tocar suelo extraño.
En Buenos Aires, a las dos y media, Rawson entra en la Casa Rosada, después de haber recorrido en triunfo la avenida Alvear y de detenerse en el Círculo Militar, donde una vez más leyó la proclama. No obstante, el primero en alcanzar la Casa Rosada fue Pedro Pablo Ramírez.

Caía la tarde del viernes y algunos manifestantes quemaban una docena de colectivos de la Corporación de Transportes, ante el Cabildo; uno de ellos, subido a un cajón, discurseaba: "No es éste un movimiento como el del 6 de setiembre de 1930. Es el pueblo hermanado con el Ejército. Demostraremos a nuestros hermanos de América que no somos cobardes ni fascistas". El Intendente, Carlos A. Pueyrredón, hizo cerrar las puertas del palacio municipal; lo imitó el presidente de la Corte Suprema, Roberto Repetto.
Las peripecias de Castillo, y su entereza, terminarían con el desembarco en La Plata y su renuncia, por escrito, en el Regimiento 7 de Artillería. "Por fin voy a descansar, después de trece años en los que no tuve tiempo para nada", confesó apenado, antes de recluirse en Las Toscas, su propiedad bonaerense de Martínez (el mismo fin del periplo de otro Presidente depuesto, Arturo Illía, 23 años después).


No hay comentarios.:

Publicar un comentario