lunes, 4 de abril de 2011

La inteligencia británica en el Río de la Plata – parte 4


Los Servicios Secretos británicos, a cuyo auxilio acude el Informe Franks, dispusieron en toda época de la ayuda, tanto de los escritores, novelistas o historiadores más notables de Inglaterra, sino de la colaboración desinteresada y con frecuencia espontánea de anglófilos de todas partes del mundo. El hechizo del poder británico parecía ilimitado en el siglo XIX y todo lo que era inglés se suponía inmejorable. La "anglomanía" hacía furor, desde Marx hasta Alberdi (4).

Bastaría releer las "Bases", de Alberdi —considerado ritual-mente como un breviario de sabiduría política escolar— para convenir en que el Imperio británico, sobre todo en las zonas del globo terráqueo sometidas a su "control indirecto", gozaba de una reputación difícil de comprender en nuestros días. Este prestigio se originaba en causas históricas y en consecuencia estaba lejos de ser inexplicable.

A medida que se reforzaba el poder naval y económi¬co del Imperio en las regiones templadas exportadoras de alimen¬tos (Río de la Plata) las instituciones de las Repúblicas ganaderas tendían a parecerse, y aspiraban a ello, a las instituciones clásicas del poder británico, a sus costumbres y hábitos: se admiraba la monarquía constitucional, la Cámara de los Comunes, el té de la India, el cambio de guardia en el Palacio Real, el sábado inglés, el whisky escocés y el paraguas, el football y el golf, Scotland Yard y la leyenda de su Servicio Secreto. Cada uno de estos delicados productos del genio británico aparecía revestido para la cipayería argentina de un "aura" especial.

Al Servicio Secreto, desde una época inmemorial, acudían a trabajar o a colaborar personalidades "independientes", artistas, aventureros, hombres rápidos de nego¬cios oscuros, homosexuales de la aristocracia, escritores y todo género de celebridades. La mayor parte de ellos trabajaban por algún tiempo como "espías sin oficio". En caso de crisis nacional, dichas personas prestaban su ayuda por razones patrióticas.

(Sólo en la Argentina el patriotismo es una mala palabra. Pero no lo es en Inglaterra). Figuras como el historiador ArnoldToynbee, el novelista Graham Greene, el escritor de aventuras Ian Fleming, los ilustres G. K. Chesterton, Arnold Bennett, Arthur Conan Doyle, John Galsworthy, George Trevelyan, Gilbert Murray y Somerset Maughan, trabajaron para "los Servicios". Hasta el satírico y disconformista irlandés Bernard Shaw no vaciló en brindar su apoyo literario en una ocasión al Servicio Secreto para una operación de propaganda destinada al consumo de los árabes. ¡El gran disconformista! No era nada nuevo. ¿Acaso en los siglos XVI y XVII los escritores Marlowe y Daniel Defoe no habían sido agentes a sueldo de los Servicios Secretos?

Me pregunto qué diría la opinión pública "ilustrada" de la Argentina si Borges o Sábato hubiesen colaborado con los "Servi¬cios de Información" de las Fuerzas Armadas, prestando su ima¬ginación para fabular mentiras útiles o "información negra" (o sea falsa) necesarias al Estado Nacional. Nadie podría concebir tal colaboración comenzando por los celebrados escritores que men¬ciono y cuya fama en Europa se funda en no escasa proporción en su desdén por la "estrechez nacional" y su activa militancia en favor del Universo. Últimamente, también Octavio Paz ordeña el tema. Parecería monstruoso. ¿Por qué? Si dejamos de lado la naturaleza de tales "servicios" en la Argentina semicolonial, es decir su carácter interno, frecuentemente deleznable y anti popular que los han desacreditado por completo, queda el hecho irrefutable de que la condición marginal del país sume en la impotencia a todas las funciones esenciales del Estado y, para colmo, sitúa al Estado mismo como fuente de ineficiencia, corrupción y despilfarro. Tal es el "terrorismo ideológico" que presiona sin cesar la conciencia pública en la Argentina.

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