lunes, 4 de abril de 2011

La inteligencia británica en el Río de la Plata – parte 5


Ese estado de indefensión es global. Gran parte de la "intelectualidad" ha sido formada en una actitud psicológica derrotista, según la cual la Argentina no podría medirse con ninguna de las grandes potencias a riesgo de un fracaso bochorno¬so. La guerra de Malvinas puso en situación crítica esta subestimación nacional. El gobierno de la "democracia formal" encabezado por Alfonsín suprimió en 1984 del calendario al 2 de abril como "día fasto" y consideró esa empresa, como gran parte de la "pequeña burguesía culta", como una "aventura criminal". Numerosos hombres públicos suspiraron en el anhelo inconfeso de una derrota argentina.

No era la primera vez.
En las invasiones inglesas de 1807 vencidos los oficiales británicos desencadenaron simpatías ardientes entre muchas jóve¬nes de la aldea colonial española. Tal fue el caso de Mariquita Sánchez de Thompson, (en segundas nupcias Sánchez de Mandeville: Mariquita, en materia de maridos, si no era inglés o francés, no había criollo que le viniera bien) deslumbrada con los "jabones de olor" y la política de Londres, que discutía en sus salones. Además de las mujeres, había hombres del patriciado que pasaron al servicio del inglés. El más célebre de ellos fue el capitán de caballería Saturnino Rodríguez Peña y un tenebroso cochabambino, diestro en la pluma y la intriga, llamado Manuel Aniceto Padilla. Ambos organizaron la fuga del General Beresford de su prisión de Lujan y huyeron en banda a Montevideo, en poder de las tropas británicas. Rodríguez Peña concluyó melancólica¬mente sus días en Río de Janeiro como agente del Gobierno de Londres, mientras disputaba con su compadre Padilla la pensión vitalicia que les había asignado Gran Bretaña por pago de sus servicios de informantes. Eran 500 pesos anuales, unos 400.000 reis.

Por su parte, los propios Servicios Secretos británicos, en la hora de su decadencia, están lejos de controlar las "infiltraciones" de potencias hostiles. Las escandalosas filtraciones de agentes soviéticos han gozado de los favores de la prensa mundial. Es inútil recordar los casos resonantes de Kim Philby, Guy Burguess, Donald Mclean, Antony Blunt (asesor artístico de la Reina) y Sir Roger Hollis, jefe durante 10 años del M15 (contraespionaje) y simultáneamente agente soviético durante 30 años. Si los rusos han podido deslizar tales agentes en el Servicio Secreto Británico, ¿qué resultados obtendría una investigación de los agentes extranjeros en la sociedad argentina, mucho más vulnerable, sobre todo en ocasión de crisis como las de la guerra de Malvinas. (5)

El material notable que presenta el Informe de Lord Franks está fuera de cuestión. Pero conviene señalar al lector que los propios Servicios Secretos británicos dormitan con más frecuencia que Homero. Según el Informe, el Agregado Naval británico en Buenos Aires, durante los días previos al 2 de abril de 1982, solo se enteraba de los movimientos de las naves argentinas por las noticias de la prensa de Buenos Aires. Tampoco tenía medios para obtener informaciones de esa clase por "lo dilatado de las costas argentinas". Asimismo, carecía de información fotográfica vía satélite. El sistema británico de información en la Argentina se había enmohecido como el propio Imperio. En los tiempos de Beresford, eran más activos y escrupulosos. Igualmente tal languidecimiento puede explicarse por la convicción secular de Gran Bretaña respecto a la fidelidad argentina al "derecho internacional".
El Informe Franks es un testimonio elocuente de que el Servicio Secreto Británico, aunque alertado como estaba desde hacía años por una posible acción militar argentina de reconquista de las Malvinas, se dejó arrullar, como el Foreing Office, por la monotonía de su propia impunidad. La "impredecible" Argentina del 2 de abril y el genio de sus científicos nucleares no solo dieron un tirón de cola al desdentado león británico. También América Latina sintió el llamado para otro Ayacucho.

Marzo de 1985
(2) El coronel Germán Busch se había destacado por su valentía en la Guerra del Chaco. La generación que regresó del infierno chaqueño quiso transformar a Bolivia. La dictadura nacionalista de Busch fue atacada por la rosca (barones del estaño, vinculados al imperialismo). Lo aislaron y difamaron de tal manera que Busch, un joven íntegro y patriota, se suicidó en su despacho presidencial. Su martirio no fue cantado por ningún poeta. Ncnida. Raúl González. Tuñon, Nicolás Guillen y muchos otros, consagraban sus melopeas al bondadoso Stalin.

(3)Ya en 1941. en plena guerra mundial, el capitán de Fragata Carlos Villanueva, preparó un plan de desembarco y reconquista de las Malvinas por orden de la Armada. Su texto reviste la mayor seriedad técnica.

(4) El corresponsal en Buenos Aires del diario "El País" de Madrid, un periodista español llamado Martín Prieto y cuyo modesto vuelo intelectual vacilaba a la hora de los "Martini", dejó escaparen una crónica de 1983 que había escuchado en un "cocktail" a la agregada "científica" de la Embajada norteamericana, que la Inteligencia inglesa mantenía en Buenos Aires una red de 120 informantes, entre personal de planta y voluntarios bengalíes.

(5) La caída de Gallierí. el 17 de junio, después de la rendición de Puerto Argentino, a causa de la desobediencia a la Junta Militar del general Menéndez. ofrece a los historiadores un tentador material digno de ser investigado. Los trajines de ciertos sociólogos, dirigentes sindicales, políticos de nota, periodistas venales y seres semejantes que intrigaban desde los domicilios de los diplomáticos norteamericanos hasta las oficinas del Estado Mayor del Ejército, son del mayor interés.


Jorge Abelardo Ramos




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