jueves, 21 de octubre de 2010

José Ingenieros y el "contrabando de ideas" en vísperas de la Revolución de Mayo - parte 3

Esta irrupción de ideas europeas en el ambiente americano fue creciendo sin reservas; los doctores criollos mostrábanse en todas partes favorables a las peligrosas novedades que con ahínco denunciaban los últimos virreyes. En los propios documentos oficiales aparece la semilla subversiva, dado que plumas americanas llegaban a colaborar en el complicado papelismo español. La memoria elevada por el virrey Avilés, sobre las colonias orientales del río Paraguay o de la Plata, (1801) fue redactada por el peruano Miguel Lastrarria, estudiante de ciencias naturales y exactas en la Universidad de Santiago de Chile y catedrático de filosofía moderna y tecnología dogmática en su real Convictorio. Su enseñanza no debió ser muy ortodoxa, por cuanto los delegados de la Inquisición en Chile clausuraron su curso; “fue separado de su puesto y tuvo que defenderse de las inculpaciones que se hicieran por aquel tribunal al carácter de su enseñanza”. Secretario del marqués de Avilés, en Chile, vino con él a Buenos Aires, como asesor. Su obra deja entrever alguna comprensión de los problemas coloniales, que advirtió su prologuista Del Valle Iberlucea: “Puede señalarse de paso la influencia que tuvieron, según denotan estos términos, sobre la mente del secretario de Avilés, las ideas del siglo XVIII, de Rousseau y del “Contrato social”, la revolución de 1789 y la “Declaración de los derechos del hombres y del ciudadano”, de la cual parecieran haber sido tomadas”.
El Colegio, el Consulado, el teatro, las escuelas técnicas, los grandes cafés, y otros sitios de contacto público entre la población nativa, contribuyeron de manera esencialísima a desenvolver en Buenos Aires esa comunidad de sentimientos y de ideas que es condición primera de toda solidaridad social; con verdad ha podido afirmarse que, antes de las invasiones inglesas, los “criollos” o “hijos del país” tenían ya un espíritu de nacionalidad que los distanciaba de los “peninsulares” o “sarracenos”. Esos no eran los únicos factores que contribuían a la formación del nuevo espíritu argentino, antitético del colonial. Algunos clérigos nativos, por las lecturas que hacían fuera de los colegios y por el contacto íntimo con los jóvenes de su edad, en la familia y en la ciudad pequeña, eran volterianos y críticos, “ante cuya ilustración y desenvolvimiento intelectual hacían bien triste figura, por cierto, los obispos y familiares que nos venían de España, como Malvar, Lue, Videla, Orellana, y de ahí una especie de destitución, real aunque no declarada, que el clero patrio había hecho del clero peninsular la influencia popular”.
“Los conventos mismos de frailes estaban influidos y gobernados por los criollos, que eran los más desparpajados y los más sabidos a todas las luces; y como todos ellos pertenecían a las familias decentes, y de larga tradición interna, mantenían un roce continuo con la comunidad nacional; y resultaba un espíritu homogéneo de patriotismo y de interés apasionado por la tierra común, completamente ajeno a todo espíritu de partido o de jerarquía clerical”.
Los intereses económicos coincidían, en suma, con una profunda transmutación de ideales políticos y filosóficos; y en cuanto España representaba la opresión autoritaria y el dogmatismo teológico, la emancipación debería concebirse como democracia y como liberalismo, en todos los sentidos.

Fuente: José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas, Libro I, La Revolución, Talleres Gráficos Argentinos, Buenos Aires, 1918, págs. 136-142.

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