jueves, 21 de octubre de 2010

José Ingenieros y el "contrabando de ideas" en vísperas de la Revolución de Mayo - parte 4





La revolución argentina –y, en general, la americana, pues “expulsados los jesuitas y relajadas las órdenes monásticas, el cetro literario pasó a manos de clérigos nacidos en América… que fueron el centro de las nuevas tendencias, escogiendo como medio adecuado el cultivo de las letras profanas”- tuvo el concurso de los nativos que en busca de una carrera liberal habían entrado al sacerdocio y se veían defraudados en su adelanto profesional por la situación de privilegio en que se hallaban los altos dignatarios, peninsulares todos. “Si la parte más numerosa y humilde del clero americano no fue hostil a la revolución, no puede decirse lo mismo del clero superior, de los obispos y arzobispos, entre los cuales no hubo uno solo, desde el Istmo hasta el Cabo, que no permaneciera leal a Fernando VII y a la bandera de la monarquía… Todos conocemos el rasgo de audacia que salvó a nuestra revolución en territorio cordobés”: la cabeza de la reacción española fue el obispo Orellana  y a punto se estuvo de suprimir esa cabeza.
Inglaterra había mandado a Buenos Aires, desde 1795, un agente secreto, real o supuesto fraile dominico, que estuvo algunos años alujado en el convento con propósitos confesados de espionaje; en un panfleto que dio a luz en Londres a su regreso, en 1805, dice “que notó en la juventud mucha exaltación y odio contra la dominación española, no garantiéndoles la vida a los partidarios del rey y prometiendo colgar al último de ellos con las tripas del último fraile, como era la frase aceptada del republicanismo francés” .
Conocida es la indiferencia con que los criollos oyeron a los ingleses hablar de la libertad de cultos, cuando las invasiones inglesas. En el Río de la Plata nunca creyó el pueblo que los “herejes” o “luteranos” tenían cuernos, cola o pie de cabra, como se creía en otras colonias españolas; pero a nadie le interesaba el problema que los ingleses juzgaban importante, pues aquí no había otra religión que la católica, aunque eran muchos y muy ricos los judíos portugueses que disimulaban sus creencias. Además, contra el partido conservador español, que era el mismo caballista y jesuítico que había conspirado contra Bucarelli, Vértiz y Maciel, estaba casi todo el clero criollo, y esto mismo obligaba a los liberales más ardientes a guardar ciertas formas. En la hora inicial de la Revolución, no se sintió la necesidad de ostentar las conclusiones antirreligiosas del enciclopedismo, ya fuera por estar hondamente arraigada la educación colonial, ya por no herir las creencias de las masas, naturalmente supersticiosas. Belgrano consagró su espada a una virgen; Moreno, al editar el Contrato Social, suprimió un capítulo imprudente.
Así agonizaba, en vísperas de las invasiones inglesas ese régimen colonial, cuya estructura, psicología y significación en ese momento histórico son ya conocidos.

Fuente: José Ingenieros, La evolución de las ideas argentinas, Libro I, La Revolución, Talleres Gráficos Argentinos, Buenos Aires, 1918, págs. 136-142.

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