miércoles, 27 de octubre de 2010

BAIGORRI Y LA MAQUINA DE HACER LLOVER - parte 2


El director del Servicio de Meteorología Nacional no perdía ocasión para hablar con tono entre burlón y despectivo de Baigorri Velar. Un día el diario "Crítica" anuncia, a modo de desafío, que el ingeniero hará llover entre el 2 y el 3 de enero de 1939. Baigorri acepta el reto y no sólo eso: con un rasgo de humor poco habitual en él, ya que se trataba de un hombre que tomaba todo muy seriamente, le envía un paraguas de regalo al hombre que se burlaba de sus métodos, el Director de Meteorología. Una tarjeta adunta decís: "Para que lo use el 2 de enero"

En efecto, llueve entre el 2 y el 3 de enero. Lo entrevistaron de varios diarios y revistas extranjeras. En la década del 40' un ingeniero norteamericano vino a verlo ofreciéndole mucho dinero por el invento y Baigorri contestó que:

-Soy argentino ... Y mi invento es para beneficiar a la Argentina.

Los ofrecimientos se sucedieron, pero la respuesta fue siempre la misma.

A pesar de todo esto, el manoseo popular de la idea y las feroces embestidas de funcionarios que no estaban de acuerdo, hicieron que Baigorri Velar decidiera retirarse, aunque continuó con esporádicas experiencias en los lugares en donde se lo solicitaba.

Tal vez no llovió en ciertos lugares a los que acudió el ingeniero con sus aparatos, pero es innegable que sí lo hizo en mucho otros donde hacía mucho tiempo que tal cosa no ocurría. El hecho es que todavía hoy se polemiza sobre el tema.
EL DIA EN QUE TODA LA CAPITAL MIRO HACIA EL CIELO PARA VER SI IBA A LLOVER
(Héctor Gambini. Redacción de Clarin.17-06-2002)

Sucedió el 2 de enero de 1939, cuando un ingeniero llamado Juan Baigorri le aseguró al director de Meteorología que haría llover sobre la ciudad. Y llovió.

Como respuesta a la censura a mi procedimiento, regalo —por intermedio de Crítica— una lluvia a Buenos Aires para el 2 de enero de 1939". La frase salió en el diario a fines del 38 y era un desafío público al director de Meteorología Nacional, para quien el autor de los dichos no era más que un embustero. Un ingeniero provocador que decía haber inventado la máquina de hacer llover.

Cuando llegó el 1° de enero, los porteños tenían el desafío tan presente que chocaban copas de madrugada con los ojos clavados en el cielo limpio. El día fue tan caluroso y húmedo que hasta la tarea de sentarse bajo la parra a mirar las nubes raquíticas que pasaban por Buenos Aires resultaba un entretenimiento cansador. Pero llegó la noche y nada.

En la mañana del 2, la ciudad volvió al trabajo. Y nada. Ni rastros de la lluvia. Pero no había viento ni para mover un pétalo de rosa. Y las nubecitas blancas y enfermizas de la tarde anterior iban echando cuerpo y color. Primero grises plomo. Después virando hacia el negro. Cada vez más. Hasta que una brisa de suspiro apareció de la nada con un aliento de humedad en suspensión. Gotitas sin peso ni para llegar al suelo. Y otras gotitas finas detrás, que ya tocaban el asfalto. Y otras gordas como ñoquis, que ahora hacían dibujos en los charcos incipientes. Enseguida, tormenta eléctrica y chaparrón violento. Una catarata que caía del cielo mientras Crítica paraba las rotativas para salir al mediodía con el título principal de la quinta edición, en tipografía catástrofe: "Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió", debajo de una volanta que daba información acerca de lo que acababa de ocurrir en Buenos Aires: "Baigorri consiguió que tres millones de personas dirijan sus miradas al cielo".

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