domingo, 18 de julio de 2010

Vairoleto, una sombra en La Forestal - parte 2


El encuentro

Un par de meses antes de la escena relatada, muy lejos de allí, en una casona del barrio porteño de Barracas, se ultimaban los detalles para el ansiado encuentro. Juan Bautista Vairoleto entró despacio en la casa, recorriendo con la vista cada detalle, alerta ante cualquier movimiento sospechoso. Adentro lo esperaban. Un par de viejos conocidos aprovecharon para estrecharle la mano al bandido con orden de captura en La Pampa, San Luis, Mendoza, Río Negro y Neuquén. Hombre de pocas palabras y mucha acción, Vairoleto se abrió paso casi sin hablar.

El relato de sus andanzas en las pampas había llegado hacía tiempo a Buenos Aires, y su fantasma era pesadilla de terratenientes y hacendados. Amigo de los peones y chacareros, protector de los hacheros del monte y de los indios de la meseta, respetado por los agitadores anarquistas -con quienes compartió años de calabozo-, la figura de Vairoleto se había transformado en un mito, en el heredero de la fama de Juan Moreira, de Santos Vega, de Hormiga Negra.

También era una espina clavada en el orgullo de la policía, un bandido popular cuya libertad representaba una burla humillante para los uniformados. Vairoleto lo sabía ya de joven: disputándose una mujer, había matado de tres balazos a un gendarme en Castex, su pueblo natal, y desde entonces supo para siempre lo que significaba sufrir el acoso de los milicos. Desde entonces, el monte sería su casa y la noche su refugio.

Aquellas horas lo volvieron el compañero inesperado y generoso en la humilde mesa de cualquier ranchito perdido en la llanura, la visita que pagaba con creces la amistad de la gente y se preocupaba por sus problemas.

Pero esa tarde en Barracas se sentía incómodo, Buenos Aires nunca le agradó demasiado. Lo esperaban para hacerle una oferta que no podría rechazar. Así conoció a Segundo David Peralta, el mítico Mate Cosido, apodo que recibió gracias a la enorme cicatriz que recorría su frente, producto de un machetazo en sus años mozos. A Mate Cosido también lo rodeaba una fama muy particular, también lo perseguía la policía y también andaba a la pesca de algún golpe importante para retirarse definitivamente del negocio.

"No soy un delincuente nato, ni creo que mis sentimientos sean malos. Soy una fabricación de las injusticias sociales que, siendo muy joven, ya comprendí por las persecusiones gratuitas de una policía inmoral y sin escrúpulos", escribió Mate Cosido en una carta enviada a la revista Ahora tiempo después

Los movimientos de Mate Cosido, el bandido que tuvo que dejar a su madre y elegir el delito como camino obligado ("ya que la policía no me dejaba otra alternativa, y la sociedad me negaba vivir al lado de ella, iba a vengar las lágrimas de mi madre con otras lágrimas", explico luego), eran padecidos por la compañía Dreyfus, por la Bunge & Born, y cada vez más conocidos por la policía del litoral.

Esa tarde, por fin, los dos bandidos más buscados del país se veían frente a frente, listos para cerrar el asalto más importante en los últimos tiempos. El objetivo no era otro que el colosal imperio de La Forestal. "Argentina termina donde empieza La Forestal", se decía no sin razón para describir el poderío de la empresa dueña monopólica del negocio del tanino, el tesoro oculto en las entrañas del quebracho colorado. La Forestal, el gigante de accionistas ingleses, llegó a ser propietaria, en el áre boscosa de Santa Fe y del Chaco, de dos millones de hectáreas.


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