domingo, 18 de julio de 2010

Vairoleto, una sombra en La Forestal - parte 3


Pueblos enteros con sus autoridades y su policía, cientos de fábricas líneas de ferrocarril, puertos y barcos, habían nacido al compás de la explosión del negocio del tanino, y ese Estado que dentro de otro Estado contaba con bandera y moneda propia, defendía sus ganancias a punta de rifle.

A mediados de la década del 30, la situación para los trabajadores allgodoneros y forestales de la zona era terrible: la explotación sufrida por chacareros, obreros de las hachas y jornaleros indígenas era otro signo inequívoco de la capacidad de La Forestal para acumular riquezas, al mismo tiempo que devastaba el pequeño monte chaqueño con su acción depredadora.
Los huelguistas eran perseguidos o anotados en listas negras, la policía era el terror de la peonada y la red de comercios limitaba cualquier compra de los trabajadores a los negocios de la firma.

Aquel hombre petiso, algo pasado de peso, leal hasta la muerte con sus amigos pero implacable con sus delatores, había sorprendido a Vairoleto con la invitación a un asalto donde se mezclaba la dosis perfecta de audacia y de ideales libertarios que ambos compartían, más por intuición que por otra cosa.
Mate Cosido siempre se ocupó de reconocer la gratitud de los anarquistas de la FORA en varios de sus golpes; y Vairoleto recordaba siempre con respeto y admiración a su amigo, el carpintero Juan Chiappa, quien le hablaba de la crisis de sobreproducción en el campo, de la defensa armada y libertaria, de Bakunin y su aprecio por los bandoleros, a los que definía como "los vengadores del pueblo".
Conocedor de la pobreza del campo, de la usura que sufrían sus amigos los chacareros, de la tristeza frente a la sequía destructiva, Vairoleto escuchaba a Chiappa y repartía panfletos anarquistas entre paisanos y jornaleros, analfabetos en su mayoría. Panfletos que hablaban de quemar el dinero, de sublevarse contra la explotación de hacendados y arrendatarios, y que recorrían de punta a punta el río Salado. Pero Vairolero no tenía tiempo para sueños, debía escapar, montar su pingo, y escapar, como siempre...


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