domingo, 11 de abril de 2010

El humor de Rosas - parte 1



Con frecuencia vemos aparecer anécdotas y relatos de y sobre Juan Manuel de Rosas, la mayor parte conocidos ya hace tiempo, pero que tienen la novedad del momento para quienes no los conocen, que son los más. Esto nos mueve a publicar las dos que constituyen la presente narración, completamente desconocidas, en las que veremos a un Rosas familiar, sin locos ni bufones que lo diviertan, en las que da y recibe bromas despojado de toda autoridad, como la que puede hacer y recibir cualquier hijo de vecino, según se decía por aquellos tiempos.

Era Palermo de San Benito, cuando Rosas trasladaba allí su residencia veraniega, el centro de todo el movimiento político y social, secundado eficazmente por su hija Manuelita.

Las cálidas tardes de los veranos las aprovechaban las parientas y amigas íntimas para ir hasta allí a tomar el fresco, cosa muy natural y que no tenía nada de particular, dada la intimidad con que, en general, se trataban entre sí dichas personas. Algunas veces iban solas y otras se reunían para hacer el camino juntas. Si el tiempo lo permitía, se iban a la orilla del río, y si entre los visitantes había algún aficionado a la música, éste amenizaba la reunión.

Mercedes R. de Rivera y su hermano Juan Manuel fueron muy unidos, y lo fueron tanto que hasta sus bienes en las herencias de sus padres los tuvieron juntos. En lo físico y en el carácter fueron también los que más se parecieron. De ahí su intimidad y el afectuoso trato que se dispensaron siempre. Era la que se permitía llevarle la contraria y darle bromas.

Con estos antecedentes, vamos a referir dos anécdotas en las que fueron protagonistas los dos hermanos que, como hemos dicho, son completamente desconocidas.

Una tarde fue Mercedes con varias amigas a visitar a Manuelita llevando puestas unas gorras muy elegantes, que cuidaban mucho, y con las que esperaban dar una sorpresa a las dueñas de casa.

Don Juan Manuel las vio llegar desde su pieza, causándole gracia el ver lo que presumían y reían su hermana y sus compañeras con sus gorras, y como hacía poco que su hermana Mercedes le había hecho una broma, que no había olvidado, encontró la oportunidad de tomarse el desquite.

En efecto, una vez que las visitas entraron y estuvieron un rato conversando con Manuelita, se sacaron las gorras, encaminándose al interior de la casa y resolviendo ir a la orilla del río en cabeza a tomar el fresco.

Cuando don Juan Manuel las vio salir, fue hasta la pieza donde estaban las gorras, las tomó en la mano, las miró y se rió. Después de esto salió al jardín, encontrándose con uno de sus asistentes, a quien llamó preguntándole:

- ¿Cuántas mulas hay en la maestranza?
- Debe haber pocas, excelentísimo señor, porque ayer se dispuso el envío de todas a Santos Lugares.
- Pero –dice Rosas- ¿habrán quedado cinco o seis?
- Si, excelentísimo señor.
- Bueno, mande buscarlas y que las entren por detrás de la capilla y cuando estén allí viene a buscar algunos bonetes y con cuidado, pero con mucho cuidado de no ensuciarlos o de romperlos, se los pone en la cabeza a las mulas, con una buena frentera, bien sujetas para que no vayan a caer y cuando estén listas y vea venir a Manuelita con sus visitas, les da un guascazo para que salgan disparando y ellas las vean. Tome todas las precauciones necesarias para agarrarlas enseguida, sacarles los bonetes, limpiarlos bien y ponerlos donde estaban. ¿Ha entendido bien?

- Si, excelentísimo señor.


Don Juan Manuel se retiró a sus habitaciones para esperar y ver el resultado de la broma.


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