lunes, 8 de marzo de 2010

Las Fortineras - parte 2

La ley de vagos

A medida que se extendían las fronteras internas y se repartían tierras, se ahondaba el problema de quiénes trabajarían en ellas. Nuestros gauchos no sabían de alambradas (Nueva 136). La libertad de vientres -primero- y la abolición de la esclavitud -después- hacía difícil conseguir mano de obra.

En 1815 se redactó el Reglamento de tránsito de individuos, versión local de la antigua Ley de vagos y maleantes española. Entre otras cosas, decía que "todo individuo que no tenga propiedad legítima de que subsistir, será reputado en la clase de sirviente, debiéndolo hacer constar ante el juez territorial del partido. Es obligación que se muna de una papeleta de su patrón, visada por el juez. Estas papeletas se renovarán cada tres meses. Los que no tengan documentos serán tenidos por vagos".

El reglamento permitía matar dos pájaros de un tiro: quien fuera pescado sin su papeleta (y se hacían redadas para encontrar hombres) debía elegir entre la peonada y el Ejército. Se había acabado eso de levantar un rancho en cualquier parte o de camear una vaca cuando el estómago hiciera ruido.

El avance sobre las fronteras internas se hizo en etapas. A lo largo de las décadas que insumió, la presencia de las mujeres fue una constante y estaban incluidas en las directivas que daba la oficialidad.

La vida en el fortín

A medida que llegaban eran rebautizadas por la soldadera: la Pasto Verde (Carmen Funes de Campos; su marido estaba en el cuartel del coronel Napoleón Uriburu) y la Viejita María; Mamá Culepina (una araucana afincada en el regimiento 3) y Mamá Pilar; la Pastelera y la Pocas Pilchas (que figuraron en un parte diario porque se habían trenzado en una pelea)... Algunas tuvieron nombres humillantes: la Cama Caliente, la Pecho'e Lata, la Vuelta Yegua.

Isabel Medina fue tan respetada que no perdió su nombre y la nombraron capitán por su heroísmo en combate. Mamá Carmen fue sargento primero.

La vida en el fortín era brava: mal comidos, mal vestidos, castigados por cualquier motivo, los soldados ni siquiera tenían la certeza de recibir la paga a tiempo (una compañía llegó a recibir tres años de sueldo en una vez).

Los caballos -sin los cuales no se podía salir a correr a los indios- eran más importantes que los hombres. Por las noches, pese a las bajísimas temperaturas, los animales eran los únicos que tenían mantas aseguradas.


Por Amanda Paltrinieri
http://www.amanza.com.ar


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