lunes, 8 de marzo de 2010

Las Fortineras - parte 1

Hembras bravas

Pasó más de un siglo, pero la campaña del "desierto" todavía despierta polémicas. Para algunos fue una epopeya que permitió consolidar el territorio nacional; para otros, una matanza motivada por la codicia. En el calor de la discusión, todos olvidan que casi la mitad de las fuerzas de frontera fueron mujeres que dejaron todo para vivir, pelear y morir junto a sus hombres.

No figuran en los libros de Historia. No se recuerdan sus nombres, salvo el de un par, aunque por sus méritos muchas llegaron a cobrar sueldo del Ejército y a tener grado militar.

"Se las llamó despectivamente chinas, milicas, cuarteleras, fortineras o chusma, en la parte más benévola del vocabulario -escribió Vera Pichel en Las cuarteleras (Planeta, 1994), referencia obligada sobre el tema-. En más de una ocasión fueron agredidas con epítetos francamente degradantes."

Eran esposas, novias, madres o prostitutas, mujeres de un solo hombre o de un regimiento. No fueron pocas: si en la Conquista del Desierto hubo seis mil soldados, las fortineras llegaron a cuatro mil. No se entiende por qué las condenaron al olvido, pues sin ellas la campaña del Sur -para bien o para mal- no habría sido posible. No sólo cuidaron de los hombres, los vistieron, alímentaron, curaron y -llegado el casocombatieron a la par de ellos, sino que con su presencia les dieron motivo para quedarse en un ejército al que la mayoría fue enganchada de prepo, como cuenta el Martín Fierro.

"Las mujeres -dijo Domingo Faustino Sarmiento de ellas-, lejos de ser un em arazo en las campañas, eran, por el contrarío, el auxilio más poderoso para el mantenimiento, la disciplina y el servicio (...) Su inteligencia, su sufrimiento y su adhesión sirvieron para mantener fiel al soldado que, pudiendo desertar, no lo hacía porque tenía en el campo todo lo que amaba."

Contra los godos

Las fortineras del Sur, sin embargo, no fueron las primeras: las guerras de la Independencia también las tuvieron como protagonistas, en retaguardia y en el campo de combate: "Aunque sea con agua y algún aliento a los hombres, algo se hace para ayudar a la patriada -dijo alguna vez Manuela Godoy, una santiagueña que estuvo en la batalla de Tucumán-. Y si tengo que agarrar una bayoneta y ensartar godos, no soy lerda ni me voy a quedar atrás". Los textos escolares recuerdan a las mujeres de Vilcapugio y Ayohuma, que atendían a los heridos, pero no recogen la historia de la puntana Pancha Hemández, quien combatió vestida de uniforme en la campaña al Alto Perú y usaba pistola y sable.

El Ejército de los Andes también tuvo sus mujeres pues San Martín las autorizó para que acompañaran a sus maridos.

Josefa Tenorio, una esclava negra, pidió al general Gregorio Las Heras que la dejara combatir. Este la aceptó y la mujer hizo la campaña como agregada al cuerpo del comandante de guerrillas Toribio Dávalos. Su única aspiración era obtener, también, su libertad personal. No se sabe si lo consiguió, aunque San Martín la recomendó para "el primer sorteo que se haga por la libertad de los esclavos".

Las mujeres pelearon en las guerras de la Independencia: los realistas estaban cerca -en el Norte y en el Oeste- y vivían amenazadas directamente por un enemigo de cuyas atrocidades se tenían noticias rápidamente. Luchaban por su suelo y por sus propias vidas.

Pero ¿qué otra cosa que el amor las podía haber llevado al Sur? Porque para encontrarse con sus hombres debían hacer un atado con cacerolas y víveres, cargar con sus críos (si los tenían) y largarse, así nomás, a cruzar el desierto. Muchas pudieron viajar desde su lugar de origen acompañando la marcha de los mílicos, pero otras anduvieron leguas y leguas abandonadas a su suerte hasta llegar al fortín.

Algunas buscaban a sus maridos; otras, la perspectiva de "ejercer el oficio"... pero ninguna sabía qué destino les esperaba. No eran mujeres de soldados: la mayoría de sus hombres no había elegido libremente el cuartel.

Por Amanda Paltrinieri
http://www.amanza.com.ar


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