lunes, 8 de marzo de 2010

Las Fortineras - parte 3


Los caballos -sin los cuales no se podía salir a correr a los indios- eran más importantes que los hombres. Por las noches, pese a las bajísimas temperaturas, los animales eran los únicos que tenían mantas aseguradas.

Los soldados se levantaban al alba y trabajaban todo el día. Atendían la caballada, fabricaban adobe, cavaban fosas y preparaban la tierra destinada a chacras estatales, al margen de las patrullas cotidianas.

"... Las mujeres de la tropa eran consideradas como fuerza efectiva de los cuerpos -escribió el comandante Manuel Prado en La guerra al malón (Eudeba, l960)-; se les daba racionamiento y, en cambio, se les imponían también obligaciones: lavaban la ropa de los enfermos, y cuando la división tenía que marchar de un punto a otro, arreaban las caballadas. Había algunas mujeres -como la del sargento Gallo- que rivalizaban con los milicos más diestros en el arte de amansar un potro y de bolear una avestruz. Eran toda la alegría del campamento y el señuelo que contenía en gran parte las deserciones. Sin esas mujeres, la existencia hubiera sido imposible. Acaso las pobres impedían el desbande de los cuerpos."

Si el fortín era el infierno, las marchas no se quedaban atrás. Horas y horas, tanto de día corno de noche, al ritmo de la yegua madrina. Las mujeres, cargadas con trastos e hijos, ocupaban un sitio determinado Una reglamentación del coronel Conrado Villegas dispuso para una marcha que las mujeres que tuvieran familia fueran detrás del batallón, antes de los caballos, los carros y la columna de retaguardia. Las mujeres sin familia debían arrear la caballada y eran contadas como soldados.

"No conozco sufrimientos mayores -narró otro protagonista de la campaña, el coronel Pechman- que los pasados por las infelices familias de aquellas tropas, obligadas a marchar de noche o de día largas distancias con sus hijos en el anca de una mala cabalgadura, cubiertas de polvo, con sed, hambre y frío. ¡Pobres mujeres! Tenían forzosamente que subordinarse a las mismas condiciones que la tropa, so pena de perecer en la soledad del desierto."

No era raro que durante uno de esos traslados alguna diera a luz, como les ocurrió a las mujeres del cabo Cardozo y del cabo Gómez. Esta última, apenas cortado el cordón umbilical del bebé, debió continuar la marcha junto a la columna. Sólo pudo descansar a la mañana siguiente.

Entre bailes y combates

La única obligación placentera era la de los bailes que se hacían cada tanto. Jóvenes o viejas, ninguna podía faltar: la orden era terminante. Eran los únicos momentos de alegría.

Claro que también podía armarse algún entrevero, como cuando la Rosa Mala vio a su cabo bailar con otra. Esa noche la fiesta terminó en un duelo que ganó la mujer. El cabo casi murió de una puñalada y la Rosa Mala fue desterrada.

Eran bravas para todo. En una oportunidad el coronel Hilario Lagos debió llevar su regimiento (el 2 de caballería) hacia Mercedes. Como no podía dejar vacío su fortín, llamó a Mamá Carmen y la nombró sargento primero. Mamá Carmen hizo disfrazar de soldados a las mujeres y organizó la vigilancia. Cuando aparecieron los indios, no sólo los dispersó sino que salió a perseguirlos. El día que regresaron los hombres, no creyeron la historia hasta que vieron los tres prisioneros que las fortineras habían capturado.

Si esos tres vivieron -al menos hasta la vuelta de Lagos-, menos suerte tuvo el viejo indio que se acercó a otro fortín, que había quedado a cargo de Misia Magdalena mientras los soldados peleaban, Aunque el hombre dijo que quería volver a vivir entre los blancos, ella lo fusiló. Se estaba vengando de la muerte, en el combate de San Carlos, de su marido y sus tres hijos.

Por Amanda Paltrinieri
http://www.amanza.com.ar


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