miércoles, 14 de octubre de 2009

Arroyo Maldonado - parte 2

En su informado libro “Guía antigua del oeste porteño”, Hugo Corradi dedica el capítulo XI a “El Arroyo Maldonado”, con precisa información: “Durante el siglo pasado –dice- el Maldonado ofrecía un aspecto similar al que vemos en la generalidad de los arroyos de la campaña bonaerense. En épocas de sequía era nada más que un inofensivo curso de agua serpenteando entre juncales y descampados, donde abrevaba tranquilamente el ganado y abundaban las aves acuáticas, pero cuando llovía un poco más de lo común, dada su escasa barranca, tendía a desbordar e inundaba grandes extensiones, arrastrando los escasos puentes, cercos y los ranchos más cercanos.

“Cuesta imaginarlo tal cual habrá sido su aspecto en aquella centuria (siglo XIX), con sus aguas claras, limpias, corriendo casi al nivel de los terrenos, incluso formando en algunos parajes pequeñas lagunas y remansos, sobre todo a quienes lo conocimos ya encajonado y rectificado, poco antes del definitivo entubamiento, cuando su estado era deplorable. Aquel arroyo agreste debió comenzar a cambiar desde los primeros años de 1900, puesto que fue entonces cuando las autoridades municipales comenzaron a ocuparse firmemente de su limpieza y rectificación. El adelanto edilicio, la formación de nuevos barrios, la instalación de algunas industrias iban transformando sus alrededores, antes desiertos, en nacientes suburbios. Una ilustrativa imagen de lo que eran, a la sazón, aquellos lugares que atravesaba, lo aporta un artículo de la recordada revista “Fray Mocho”, del 6 de setiembre de 1913, que transcribimos en parte: “Villa Mitre, barrio al noroeste de Floresta, sobre el arroyo Maldonado, sigue experimentando, cada vez que llueve en serio, las consecuencias de la inundación. Tan fea es la situación, que muchas casas no encuentran inquilinos y permanecen solteronas desde hace más de un año. Los puentes que cruzan el arroyo son mala obra de carpintería, y aún los más seguros no merecen que nadie le ponga los pies encima. Algunos, como el de Monte Dinero y Caracas, suelen ser cubiertos por las aguas, dándose el ridículo caso de que se pueda navegar en él, y hasta pescar una pulmonía, aunque más no sea. Y, de luz…. ¡ni fósforos!

“Volviendo al siglo XIX y observando viejas fotografías de su desembocadura en el Río de la Plata, en los bosques de Palermo, era de admirar la vegetación de sus orillas y lo pintoresco del lugar, que evocaba los riachos del Delta. Esa desembocadura se utilizaba como refugio y puerto por barcas de carga y pescadoras, existiendo unas instalaciones de la firma Portalis, Carbonier y Cía., importante entonces como introductora de arena y frutos de la Mesopotamia, que daba al paraje el nombre de puerto Portalis”.

Un proyecto aprobado por ley del año 1889, fue presentado por la firma Portalis, Frères Carbonnier y Cía. Proponía aprovechar la desembocadura del Maldonado, allí donde se abría para recibir las aguas de las crecientes del Río de la Plata, para construir un puerto de cabotaje de mil metros de largo por ciento cincuenta de ancho y cinco metros de profundidad, construyéndose en ambas márgenes un muro de mampostería u hormigón que contendría una explanada adyacente de setenta y cinco metros de largo.

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