miércoles, 14 de octubre de 2009

Arroyo Maldonado - parte 1


.Puente sobre la calle Segurola (1925)

Debe su nombre a la leyenda de una mujer española: “la Maldonado”. Cuentan que cuando en 1536, don Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires, los españoles tuvieron que rodear la ciudad con un cerco para protegerla de los ataques de los indios. Con la amenaza de terribles castigos, las autoridades prohibieron a los habitantes salir del cerco. Pero al poco tiempo se les terminó la comida y empezaron a morirse de hambre. Una mujer española, llamada Maldonado, no quiso que ésa fuera su suerte, y un día cruzó el cerco y escapó de la ciudad. Caminó y caminó hasta encontrar una cueva junto a un arroyo. Y allí, cansada y hambrienta, se desmayó.

Fue entonces cuando de la oscuridad surgió una feroz hembra de puma, que dejó caer junto a la mujer un pedazo de carne que le había sobrado. Cuando la Maldonado despertó, comió de esa carne. Pero al rato sintió un rugido desgarrador que la sobresaltó. Se asomó de la cueva y vio a la puma, que estaba echada y a punto de dar a luz. Como el parto parecía difícil, la Maldonado ayudó a la dolorida madre. Los rugidos del animal se convirtieron en mansos rezongos, y terminó lamiendo cariñosamente a sus dos flamantes cachorros. La mujer permaneció quieta, mirando esa escena conmovedora. Poco después, los indios que merodeaban cerca del arroyo se sorprendieron al ver a la mujer, la puma y sus crías, paseando juntas y de inmediato sintieron un gran respeto por esa mujer que no les temía a las fieras.

Pero un día en que la Maldonado caminaba sola, fue capturada por varios soldados españoles que se aventuraron en busca de alimentos. En la ciudad la enjuiciaron por haber traspasado el cerco de protección, y la condena que le impusieron fue terrible: la ataron a un tronco al costado del arroyo para que se la corrieran las fieras. Allí permaneció la Maldonado todo el día hasta la llegada de la noche. El rugido de un animal salvaje pareció anunciarle su terrible final. Luego vio la sombra de dos fieras trabándose en lucha, y poco después, una de ellas, la que había salido victoriosa, se le acercó con sus brillantes ojos de fuego. La mujer, que esperaba la muerte, sintió de pronto la caricia de una lengua áspera lamiéndole los pies.

Al cabo de tres días, los españoles volvieron al arroyo. Encontraron a la mujer custodiada por una puma, que los atacó en cuanto se acercaron. Tuvieron que hacer disparos al aire para ahuyentar al animal. La condena no se cumplió. Si las fieras no habían podido, ningún hombre lo intentaría. Desataron a la Maldonado y la perdonaron

El arroyo Maldonado es tema casi mítico del Buenos Aires de ayer. Se desborda sobre viejos sainetes, apadrina fábulas literarias en Borges, entra con poderoso caudal en sainetes de Vaccarezza, es presencia viva en el notable poema “Juan Nadie”, de Miguel D. Etchebarne, es tema de un tango de Raúl de los Hoyos, con letra de Vaccarezza, es, en fin, nostálgica y al propio tiempo bravía presencia, hoy oculta y potencial, en un largo trecho ciudadano, y memoria de tango frente al actual frente Pacífico. Allí Juan Maglio (“Pacho”) daba prestigio, con su bandoneón, a la confitería “La Paloma”, donde ahora sustituye al mundo de espejos “art nouveau” y sillas de Viena, una pizzería, símbolo de tiempos urgidos, de comer de pie, sin tiempo para gustar, a sorbos lentos de café, la música de un tango.

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