martes, 1 de septiembre de 2009

Argentina y la Segunda Guerra Mundial: mitos y realidades - Parte 5


Analizando más en detalle la política norteamericana, pueden explicarse también sus motivos. La misma no fue tan lineal como suele creerse; tuvo también sus matices. En una primera aproximación, puede mencionarse una "línea dura", partidaria de aplicar sanciones de todo tipo a la Argentina, y una "línea blanda", que proponía soluciones diferentes. Ya desde los años '30 había un sector que mantuvo una posición conflictiva con los gobiernos de Buenos Aires, cuyo más destacado exponente fue el secretario de Estado, Cordell Hull, que no pertenecía al círculo político más íntimo del presidente. Sin embargo, hacia fines de la década, y sobre todo con el estallido de la guerra, Hull no controlaba el conjunto de la política exterior norteamericana, que pasó a ser conducida más estrechamente por el mismo Roosevelt y su equipo de colaboradores de la Casa Blanca.

En América Latina misma, escenario alejado del conflicto bélico, el funcionario que instrumentó la política del "buen vecino" no fue Hull sino el subsecretario de Estado, Sumner Welles, hombre de confianza de Roosevelt y que se convertiría más tarde en uno de los principales críticos de la política del Departamento de Estado hacia la Argentina. Pero Welles debió renunciar, en parte como consecuencia del mal paso dado en la conferencia de Río de Janeiro, donde, tratando de mantener la unidad panamericana, aceptó la propuesta del canciller argentino Ruiz Guiñazú.


Otro de los principales partidarios de una "línea dura" hacia la Argentina fue el secretario de Agricultura y luego Vicepresidente, Henry Wallace. Aunque ambos pertenecían al partido Demócrata, mientras Hull era un conservador liberal (en el sentido norteamericano de esta última acepción), Wallace era un liberal de izquierda (en 1948 se presentó como candidato de una coalición de izquierda a las elecciones norteamericanas). Pero los dos tenían algo en común: estaban vinculados a intereses agrícolas norteame- ricanos y alimentaban cierto rencor hacia la Argentina, como consecuencia de los conflictos entre los dos países en los años '30 y de las discriminaciones comerciales mutuas practicadas por ambos.

En la "línea dura" confluían también percepciones sobre la realidad argentina basadas en un esquema simplista de la misma (en la que influían sectores internos en Argentina y el clima bélico de la época). La necesidad de instrumentar un frente común en el continente bajo la hegemonía norteamericana parecía en tiempos de guerra más urgente y contribuía a apuntalar estas tendencias.

Una segunda línea, que coexistió con la primera durante la guerra (y en la que jugó un papel importante en un primer período el mencionado Sumner Welles) tuvo como uno de sus principales representantes a Nelson Rock- efeller, quien fue nombrado por Roosevelt en 1940 como coordinador de Asuntos Interamericanos. Rockefeller comenzó a practicar una política hacia la Argentina (que formaba parte de una estrategia hacia el conjunto del continente) que no parecía tener vinculación con la practicada por el Departamento de Estado: afianzamiento de vínculos culturales, invitaciones a personalidades argentinas a los EE.UU., campañas de publicidad de empresas norteamericanas en el país, etc.


Finalmente, en noviembre de 1944 Hull renunció dejando en su lugar a Edward Stettinius, que nombró a Rockefeller secretario asistente de Asuntos Latinoamericanos. Entonces la política hacia la Argentina cambió abrupta- mente. Rockefeller enfocó "pragmáticamente" sus relaciones con el régimen militar y se produjo el acercamiento entre los dos países que culminó en marzo de 1945 con la declaración de guerra al Eje, y en el mes de abril con el envío de la misión Warren, que llegó a importantes acuerdos económicos y políticos con el gobierno argentino.

Sin embargo, con la muerte de Roosevelt, el 12 de abril de 1945, la política norteamericana cambió nuevamente. Truman incorporó en su staff de política exterior a sectores ligados a Cordell Hull y a la "línea dura", que habían atacado la política de "conciliación" emprendida por Rockefeller. Y aunque éste permaneció en su cargo unos meses más (lo que le iba a permitir abogar por la participación argentina en la conferencia de San Francisco, puesta en cuestión por diversos sectores en EE.UU. y por los soviéticos), la llegada a Buenos Aires del embajador Spruille Braden, que compartía los criterios de la "línea dura", volvió a revertir el panorama.

En verdad, factores estratégicos comenzaban a jugar con fuerza en ambas posiciones. Mientras algunos sectores continuaban privilegiando la alianza americano-soviética y considerando como principales enemigos a los países del Eje (como, por ejemplo, Braden), otros (el caso de Rockefeller o el senador Vandenberg) veían ya como el problema mayor de la posguerra las relaciones con la URSS y procuraban cimentar la unidad del continente frente a la posible amenaza del comunismo.


La llegada de Braden a Buenos Aires provocó diversos episodios entre los dos países que llegaron a involucrar a la propia política interna. La opción Braden o Perón tiñó las elecciones presidenciales de 1946, en las que procuró jugar un rol el llamado "Libro Azul", un documento preparado por el Departamento de Estado para demostrar las vinculaciones de los gobiernos argentinos con el nazifascismo.


Pero es cierto, también, que la política de las grandes potencias hacia la Argentina explica sólo una parte de la conducta de los gobiernos locales y de las líneas y tendencias respecto al curso de la política exterior que existían en el país. La política de neutralidad tuvo sus defensores y sus detractores dentro del país, y sus reacciones tuvieron que ver en gran medida con el curso de los acontecimientos políticos internos.

Fueron partidarios de la neutralidad sectores dirigentes tradicionales, que ponían el acento en la vinculación con Gran Bretaña y Europa y se oponían a las pretensiones hegemónicas de EE.UU. Gran parte de la política de neutralidad se explica por el predominio de esta línea, reflejada en los gobiernos de Justo, Ortiz y Castillo (aunque personalmente los dos primeros, y especialmente Justo, se declararon pro-aliados). También estaban a favor de la neutralidad algunos núcleos pro-Eje en las FF.AA. y grupos civiles del nacionalismo católico, así como los "nacionalistas populares" (FORJA, Sabattini en la UCR) y sectores de interés vinculados al proceso de industrialización y al desarrollo del mercado interno.


En contra de la neutralidad se pronunciaron dentro de las élites tradicionales algunas figuras relevantes como el ex ministro de Hacienda, Federico Pinedo (que decía que el mundo había cambiado de "centro" y era partidario de una aproximación con EE.UU., abandonando parte de los vínculos con Europa).
También fueron contrarios a la neutralidad la mayor parte del espectro político de la época antes de la llegada del peronismo: la gran mayoría del radicalismo, los conservadores reformistas, los socialistas y los comunistas.
Sin embargo, desde principios de 1944 hasta comienzos de 1946 (la Argentina ya no era más neutral), la problemática externa se confundió con el curso de la política interna y el eje fascismo-antifascismo tuvo más que ver con el surgimiento de Perón y el peronismo y la actitud de los sectores de oposición en contra de éstos que con la política exterior del país.
MARIO RAPOPORT
Universidad de Buenos Aires
http://www.tau.ac.il/eial/VI_1/rapoport.htm

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