El sable corvo que perteneciera al Capitán General en Jefe del Ejército de los Andes y General en Jefe del Ejército de Chile D. José Francisco de San Martín, fundador de la libertad del Perú y Capitán General de sus Ejércitos se encuentra depositado, desde el 14 de junio de 1966, en el Regimiento Granaderos a Caballo "General San Martín''.
Desde el 21 de noviembre de 1967, fecha de su guarda y custodia definitiva, resuelta por Superior Decreto N 8756 del Poder Ejecutivo Nacional, se ofrece a la vista de todos los argentinos y extranjeros, dentro de un templete blindado, donado por el Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, ubicado en el Gran Hall de los Símbolos Sanmartinianos, en el Edificio Central del Cuartel de Palermo.
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Después de muchas vicisitudes descansa la vieja reliquia histórica entre los muros del Regimiento, asiento de los Granaderos a Caballo, los mismos en espíritu e hidalguía que forjara a su imagen y semejanza, el propio San Martín, creador y primer Jefe del Cuerpo, allá por el año 1812, en el viejo Cuartel del Retiro.
La compra del arma, totalmente distinta en sus características a la Espada de Bailén, es índice revelador del espíritu que animaba al futuro Libertador desde el momento mismo del inicio de su nueva gran empresa.
La espada regalada por el Marqués de la Romana, en mérito a su actuación en la famosa batalla librada contra los ejércitos imperiales de Napoleón, era, sin duda, considerada como la del arma conferida en mérito y en tal sentido la debe haber conservado San Martín hasta su entrega al General Borgoño, en París , casualmente en el mismo año que confeccionara su testamento en el cual dejaba su sable corvo al General Rosas, como si presintiera ya muy cerca su muerte.
El arma que compra entonces en la capital inglesa es un fiel reflejo de su personalidad. Se distingue por sus severas líneas como por su sencillez, tanto de empuñadura como de la vaina, carente de oro, arabescos y piedras preciosas como gustaban usar entonces los nobles o altos jefes, en sus espadas.
Llevaba implícita, además, la practicidad de su futuro uso, pues estaba presente ya en San Martín el armar a sus escuadrones de granaderos con el corvo que su vasta experiencia guerrera le decía constituiría la mejor arma para decidir la victoria en una carga de caballería, especialmente en aquel tiempo y en aquel característico teatro de operaciones.
La esperanza sobre la eficacia del corvo en mentes lúcidas, corazones valientes y brazos fuertes, se convertiría en una hermosa realidad desde la misma llegada de San Martín a América, en 1812, hasta que después de cumplida la hazaña de libertar tres naciones regresa con aquel glorioso sable a la Patria, luego del sublime renunciamiento de Guayaquil.
Retirado el héroe en su exilio voluntario en Europa, desde 1824, había quedado el sable en la querida tierra mendocina bajo la custodia de una familia amiga.
Diez años más tarde, en diciembre de 1835, les escribe a su yerno Mariano Balcarce y a su hija Merceditas, diciéndoles: "que si les encargo se traigan es mi sable corvo, que me ha servido en todas mis campañas de América, servirá para algún nietecito, si es que lo tengo''. El sable lo acompañó desde entonces en Gran Bourg, primero, y en Boulogne-sur- Mer, después, hasta su muerte, acaecida el 17 de agosto de 1850.
Por carta fechada el 30 de agosto, Mariano Balcarce le escribe a Rosas expresándole, con referencia a la muerte del General San Martín, y de su testamento, lo siguiente: ''como albacea suyo, y en cumplimiento a su última voluntad, me toca el penoso deber de comunicar a V.E. esta dolorosa noticia, y la honra de poner en conocimiento de V.E. la siguiente cláusula de su testamento: "3º. El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla."
A su vez Rosas, en su testamento, dispone en la cláusula décimo octava: "A mi primer amigo el Señor D. Juan Nepomuceno Terrero se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General D. José de San Martín ("y que lo acompañó en toda la Guerra de la Independencia") por la firmeza que sostuve los derechos de mi Patria''. Muerto mi dicho amigo, pasará a su esposa la Señora D. Juanita Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos e hija, por escala de mayor edad''. A la muerte de Rosas, acaecida en 1877, ya había fallecido Juan Nepomuceno Terrero, correspondiéndole, conforme a la cláusula testamentaria, la posesión a Máximo Terrero, hijo mayor, y esposo de Manuelita Rosas.
http://www.sanmartiniano.gov.ar/textos/parte2/texto035.php
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