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Muchos sectores de clase media, en el período 1945-1955 lo combatieron por fascista. Y los hijos de muchos de aquellos antiperonistas lo apoyaron de 1968 en adelante por socialista. Perón no fue ni una cosa ni la otra.
Si fue un líder bonapartista, representante de una burguesía nacional débil y precaria, que comprendió la necesidad de un mercado interno vigoroso, para lo cual era necesaria una clase obrera con importante participación en el ingreso nacional, es decir, con un nivel de vida inédito hasta entonces, y nunca superado con posterioridad. Fue un caudillo nacionalista que comprendió la importancia del desarrollo de una política industrial en el marco de una visión latinoamericana y de una política exterior alejada de los dos polos de poder de la época.
El Perón que regresó a la Argentina tenía una salud profundamente quebrantada que lo limitaba significativamente. Acumulaba achaques superiores a su edad cronológica. En los últimos años había padecido: un infarto en febrero de 1973, en medio de una intervención practicada por el Dr. Puigvert que le extraía los pólipos de la próstata. El 27 de junio de 1973, en Gaspar Campos, sufrió un infarto antero lateral del ventrículo izquierdo. El 21 de noviembre de 1973, por la madrugada Perón reiteró una crisis cardiaca.
En el exilio, surcado por la soledad y la distancia, el hombre amado por millones de argentinos padecía sus limitaciones físicas y el pequeño círculo conformado por su mujer y su tenebroso secretario. En la intimidad, la vejez del político argentino más importante del siglo XX, se exteriorizaban con patetismo. Cuenta Marcelo Larraquy en su biografía de López Rega: “Cuando Isabel y López Rega se enojaban por algún motivo con Perón, no tenían reparos en demostrárselos. Y lo golpeaban en su punto más débil: la soledad. Lo dejaban comiendo sólo a la hora de la cena, para que sintiera el peso de sus ausencias, y ellos se encerraban en el cuarto de arriba durante horas.
El agitado mundo del peronismo podía girar en torno de cada instrucción suya, pero ellos dos eran lo único que tenía a su lado. Eran su familia. Durante un par de días Perón soportaba el suplicio de aquellas cenas silenciosas, pero luego capitulaba y le pedía a Rosario, la mucama, que llamara a Isabelita para que lo acompañara a ver alguna película en la tele. Ella se tomaba su tiempo, pero bajaba”.
El Perón de la tercera presidencia, retomó algunas banderas históricas, en un contexto distinto. Contemporizó con la oposición y descargó su dureza hacia adentro de su movimiento. La muerte lo sorprendió cuando el plan económico de “la Argentina Potencia” y “la inflación cero” daba algunas señales de agotamiento. Dejó como pesada herencia las limitaciones enormes de su mujer y la criminalidad demencial de su valet, secretario y ministro. Su responsabilidad sobre este entorno es innegable y corresponde considerarla, a 32 años de su muerte.
Político notable, agudo e intemperante, contra golpeador temible, la historia argentina de este siglo no se entiende sin la comprensión de los increíbles claroscuros del movimiento que creó.
Su nombre divide la historia Argentina en un antes y un después e incorporó su figura a las vivencias de millones de personas que asociaron justificadamente su ingreso a una vida digna, con sus tres períodos presidenciales.
Por Hugo Presman
http://www.rodolfowalsh.org
Si fue un líder bonapartista, representante de una burguesía nacional débil y precaria, que comprendió la necesidad de un mercado interno vigoroso, para lo cual era necesaria una clase obrera con importante participación en el ingreso nacional, es decir, con un nivel de vida inédito hasta entonces, y nunca superado con posterioridad. Fue un caudillo nacionalista que comprendió la importancia del desarrollo de una política industrial en el marco de una visión latinoamericana y de una política exterior alejada de los dos polos de poder de la época.
El Perón que regresó a la Argentina tenía una salud profundamente quebrantada que lo limitaba significativamente. Acumulaba achaques superiores a su edad cronológica. En los últimos años había padecido: un infarto en febrero de 1973, en medio de una intervención practicada por el Dr. Puigvert que le extraía los pólipos de la próstata. El 27 de junio de 1973, en Gaspar Campos, sufrió un infarto antero lateral del ventrículo izquierdo. El 21 de noviembre de 1973, por la madrugada Perón reiteró una crisis cardiaca.
En el exilio, surcado por la soledad y la distancia, el hombre amado por millones de argentinos padecía sus limitaciones físicas y el pequeño círculo conformado por su mujer y su tenebroso secretario. En la intimidad, la vejez del político argentino más importante del siglo XX, se exteriorizaban con patetismo. Cuenta Marcelo Larraquy en su biografía de López Rega: “Cuando Isabel y López Rega se enojaban por algún motivo con Perón, no tenían reparos en demostrárselos. Y lo golpeaban en su punto más débil: la soledad. Lo dejaban comiendo sólo a la hora de la cena, para que sintiera el peso de sus ausencias, y ellos se encerraban en el cuarto de arriba durante horas.
El agitado mundo del peronismo podía girar en torno de cada instrucción suya, pero ellos dos eran lo único que tenía a su lado. Eran su familia. Durante un par de días Perón soportaba el suplicio de aquellas cenas silenciosas, pero luego capitulaba y le pedía a Rosario, la mucama, que llamara a Isabelita para que lo acompañara a ver alguna película en la tele. Ella se tomaba su tiempo, pero bajaba”.
El Perón de la tercera presidencia, retomó algunas banderas históricas, en un contexto distinto. Contemporizó con la oposición y descargó su dureza hacia adentro de su movimiento. La muerte lo sorprendió cuando el plan económico de “la Argentina Potencia” y “la inflación cero” daba algunas señales de agotamiento. Dejó como pesada herencia las limitaciones enormes de su mujer y la criminalidad demencial de su valet, secretario y ministro. Su responsabilidad sobre este entorno es innegable y corresponde considerarla, a 32 años de su muerte.
Político notable, agudo e intemperante, contra golpeador temible, la historia argentina de este siglo no se entiende sin la comprensión de los increíbles claroscuros del movimiento que creó.
Su nombre divide la historia Argentina en un antes y un después e incorporó su figura a las vivencias de millones de personas que asociaron justificadamente su ingreso a una vida digna, con sus tres períodos presidenciales.
Por Hugo Presman
http://www.rodolfowalsh.org
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