Chupó el mate, pensativamente. Luego prosiguió:
-E modo que seguimos la marcha, hasta que llegamoj a aquel pueblito indio d'apelativo Macha o Mocha. Sin perder un momento, el general emprincipió a organizar las juerzas, mandando partidas en tuitas diriciones, tanto pa riunir loj elementos dispersos e la batalla e Vilpacugio como pa hostilizarlo a Pezuela. Y pronto se nos jueron riuniendo loj efetivoj e Diaz Velez, Zelaya, Arenales y Ocampo. Todo jue al cuete. Nos dístrozaron en Ayuma. Y así emprincipó la retirada final hacia el sur, primero hacia el Potosí, donde n'otro tiempo habiamoj entrao con tanta bulla, y dispués por toda la quebrada di Humahuaca, hasta Jujuy. Y dispués hasta Salta y el Tucumán, donde terminó la vía crucis. Unas trescientas leguas de retirada, muertos di hambre, enfermoj y heríos. Allí el general entregó el mando al general San Martín. -Anchorena se calló y quedó sumido en sus reflexiones, con una mirada abstracta. Al cabo de un rato, agregó:
-No, señores. Jamás naidej ha visto quejarse al general Belgrano.
Un chico blanco, que había escuchado el relato con los ojos fijos en el veterano, preguntó:
-¿Y por qué le quitaron el mando?
El cabo levantó la mirada, pareciendo advertir recién la presencia del niño blanco en la cocina. Lo miró con perplejidad.
-Ete e el niño Bonifacio Acevedo, l'hijo e Misia Tlinidá -le explicaron.
Anchorena lo consideró.
Mocito -respondió al fin-, esas son cosaj e los gobiernos, esa lente que manda desde la ciudá. Pa ellos todo es siempre muy fácil, pero yo pagaría cualquier cosa pa verlos en junción, allá, a quinientas leguas de Güenoj Aires. El general San Martín será un gran general, no mi aparto. Pero le prometo que naides habería podido hacer lo que mi general hizo nel Alto Perú. Naides, niño. Y jue una gran injusticia.
Miró con cierta severidad al chico y luego a los negros que llenaban la gran cocina. Después, mientras murmuraba "una gran injusticia, si señor", agarró un palito y sacando su cuchillo empezó a sacarle punto, como para distraerse.
-¿Y qué pasó en Cluz Alta, mi cabo? -preguntó el viejo Basilio.
El cabo Anchorena siguió sacando punta al palito, luego escupió y finalmente, como si sintiera un infinito asco, explicó:
-En Cruz Alta emprincipió a ponerse pior. Llovía y de noche yelaba, viviamoj en cuevas, en medio el barro. Estábamos casi desnudos y pasábamoj hambre. El general estaba postrado dentro un ranchito casi sin techo, un techo lleno di aujeros, asi qu'el agua y el frío lo empioraron. Había pedío provisiones al gobierno, pero el gobierno l'había rispondío que las consiguera por ái, porque no podia darle nada. Pero como el general nunca quería sacarle nada a naides, no teníamos ni carne, ni ginebra, ni yerba, ni pilchas pa cubrirnos. Y pa pior el tiempo parecía como que quería emperrarse con nojotros. El general estaba cada día maj hinchao, casi no podía moverse y había que llevarlo d'un lao al otro en babuchas, como a un tullido ....
(De: Crónicas del pasado; Jorge Alvarez Editor; 1965)
http://www.portaldesalta.gov.ar/muertebelgrano.htm
-E modo que seguimos la marcha, hasta que llegamoj a aquel pueblito indio d'apelativo Macha o Mocha. Sin perder un momento, el general emprincipió a organizar las juerzas, mandando partidas en tuitas diriciones, tanto pa riunir loj elementos dispersos e la batalla e Vilpacugio como pa hostilizarlo a Pezuela. Y pronto se nos jueron riuniendo loj efetivoj e Diaz Velez, Zelaya, Arenales y Ocampo. Todo jue al cuete. Nos dístrozaron en Ayuma. Y así emprincipó la retirada final hacia el sur, primero hacia el Potosí, donde n'otro tiempo habiamoj entrao con tanta bulla, y dispués por toda la quebrada di Humahuaca, hasta Jujuy. Y dispués hasta Salta y el Tucumán, donde terminó la vía crucis. Unas trescientas leguas de retirada, muertos di hambre, enfermoj y heríos. Allí el general entregó el mando al general San Martín. -Anchorena se calló y quedó sumido en sus reflexiones, con una mirada abstracta. Al cabo de un rato, agregó:
-No, señores. Jamás naidej ha visto quejarse al general Belgrano.
Un chico blanco, que había escuchado el relato con los ojos fijos en el veterano, preguntó:
-¿Y por qué le quitaron el mando?
El cabo levantó la mirada, pareciendo advertir recién la presencia del niño blanco en la cocina. Lo miró con perplejidad.
-Ete e el niño Bonifacio Acevedo, l'hijo e Misia Tlinidá -le explicaron.
Anchorena lo consideró.
Mocito -respondió al fin-, esas son cosaj e los gobiernos, esa lente que manda desde la ciudá. Pa ellos todo es siempre muy fácil, pero yo pagaría cualquier cosa pa verlos en junción, allá, a quinientas leguas de Güenoj Aires. El general San Martín será un gran general, no mi aparto. Pero le prometo que naides habería podido hacer lo que mi general hizo nel Alto Perú. Naides, niño. Y jue una gran injusticia.
Miró con cierta severidad al chico y luego a los negros que llenaban la gran cocina. Después, mientras murmuraba "una gran injusticia, si señor", agarró un palito y sacando su cuchillo empezó a sacarle punto, como para distraerse.
-¿Y qué pasó en Cluz Alta, mi cabo? -preguntó el viejo Basilio.
El cabo Anchorena siguió sacando punta al palito, luego escupió y finalmente, como si sintiera un infinito asco, explicó:
-En Cruz Alta emprincipió a ponerse pior. Llovía y de noche yelaba, viviamoj en cuevas, en medio el barro. Estábamos casi desnudos y pasábamoj hambre. El general estaba postrado dentro un ranchito casi sin techo, un techo lleno di aujeros, asi qu'el agua y el frío lo empioraron. Había pedío provisiones al gobierno, pero el gobierno l'había rispondío que las consiguera por ái, porque no podia darle nada. Pero como el general nunca quería sacarle nada a naides, no teníamos ni carne, ni ginebra, ni yerba, ni pilchas pa cubrirnos. Y pa pior el tiempo parecía como que quería emperrarse con nojotros. El general estaba cada día maj hinchao, casi no podía moverse y había que llevarlo d'un lao al otro en babuchas, como a un tullido ....
(De: Crónicas del pasado; Jorge Alvarez Editor; 1965)
http://www.portaldesalta.gov.ar/muertebelgrano.htm
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