sábado, 20 de junio de 2009

La Muerte de Belgrano (crónicas) - 2


El cabo Anchorena tomó el mate que le alcanzó la negrita y chupó con lentitud, como si más que chuparlo estuviera pensándolo; como si el liquido no se estuviera incorporando a su cuerpo sino a sus pensamientos, a sus tristes pensamientos. Sentado sobre la sillita de paja, cabizbajo, reconcentrado, su cara marcada de viruelas y cicatrices parecía de piedra arrugada. Los negros lo escuchaban en silencio, pero él no parecía hablar para nadie: más bien parecía hablar para sí mismo, juntando trozos del infortunio total, para ver, quizá, si esos trozos organizaban algo, formaban alguna figura, revelaban algún designio,.algún plan del gobierno o de los hombres, o de Dios.

-Nunca en tantas campañas la vide quejarse. Nunca.

Chupó el mate pensativamente.

-No, jamás de los jamases. Ricuerdo en Vilpacugio, cuando los godos nos distrozaron. Riunió los pocos que habíamos quedao, los que no estábamos muertos o juidos nos dijo: Soldaos, hemos perdió la batalla dispués de tantos sacrificios y cuando ya teníamos el triunfo casi en las manos. Pero no importa.

¡Entuavia flamea l'enseña e la Patria! y hacia flamiar la bandera qui'habíamos jurao al pasar el río Pasaje. Y entonces hizo echar pie a tierra, pa que los caballos sirviesen pa llevar los heríos y también el caballo dél, porque siempre era el primero en dar l'ejemplo, y si había que quedar sin comer él era el primero, y si había que marchar a pie también era el primero. Así que tuitos noj apiamos y cargamos loj heridos y empezamos la marcha, y ditrás venía el general, con su jusil al hombro y sus cosas cargadas sobre suj espaldas. Y así caminamos hasta que llegó la noche. Pero no podíamos parar porque teníamos los godos cerca. Así que seguimos andando, entre aquellaj altísimas montanas, en medio e la escuridá, y pa colmo emprincipió a cair nieve. Muerto e frío y hambre, di vej en cuando había que parar pa'tender algún herio que no daba más, O que se moría, y ái había qu'enterrarlo, buscando algún lugar con un poco e tierra, pa poder hacer un hoyo y taparlo, pa qu'el finao no quedara ejpuesto al sol y loj animales, cuanti más que por ái menudean loj cóndores y las águilas. A veces había qu'atender también algún caballo o alguna mula, que venía malherida y que sufría como un cristiano y se quejaba y en más d'un caso hubimos de despenarla de un chumbo. Y así fuimoj avanzando hasta qu'el general ordenó hacer alto en un sitio tan solitario en medio e las montañas y l'escuridá que parecía como si jamás e los jamases naide, animal o crijtiano, podería haber vivió allí. Y dispué de haber colocao centinelaj y mandao patrullas, el general se tiró al suelo y trató de discansar un poco envuelto nel poncho. ¡Qué herejia, compañeros!

Tan enfermo que siempre estaba. Y cuando amaneció ya estaba dispersando a tuitos, caminando d'un lao al otro, dando órdenes y organizando tuito pa seguir la marcha, no juera que los godos noj alcanzaran y nos terminaran. Felizmente, algunaj e las patrías qu'había mandao golvieron con unos caballos, y con un caballo qu'había muerto esa noche pudimos comer algo. La poca carne se ripartió entre los más necesitaos, pero el general no quería probar bocao. Andaba muy amarillo y parece como que había vomitao varias veces. En cuantito si hubo terminao con l'animal, seguimos la marcha, durante ese dia y la noche de ese día. Pero como intonces malició qu'andábamos muy desanimaos, nos riunió en cuadro, entró al cuadro con su jusil al hombro y nos dijo que pensaba llegar hasta un lugar que loj indio llaman Mocho, y que alli trataría de riunirse con los dispersaos de otros cuerpos, pa presentar de nuevo frente al enemigo, qu'estaba dispuesto a resistir hast'el fin y que esperaba que nojotro supiéramos comportarnos como buenos soldaos e la patria. Pa dicirles la verdá, estábamos cáidos y teníamos miedo e enfrentar a los godos, porque no teníamos ni caballos suicientes, ni hombres, ni bastimento ni cañones, ni nada. No nos quedaba un cañoncito ni pa rimedio. Y ellos tenían de todo. Sinceramente, eramos cuatro forajidos rotosos, con algunos jusiles y algunos matungos flacos y muertoj e cansancio y di hambre. Y en medio de aquella soledá, de montañas que llegan al cielo y nada más que piedras y yelo, lij asiguro que l'alma se noj había güelto chiquita como un pichón e pájaro abandonado por la madre.

Mientras el general hablaba, yo pensaba en eso y ricordaba los compañeros qu'habían muerto a mi lao, con un chumbo nel vientre, como Cirilo Reyes, que entuavía toy oyendo sus quejidos, o como el Payo Patrocinio, aquel que supo venir conmigo acá a tomar mate por el año 10, pobre qui una bala e cañon l'arrancó una pierna, y como tantos otros que quedaron allá en Vilpacugio: Sosa, Pedernera, Toribio Leguizamón y tantoj otros. Así que yo pensaba tuito eso y tenia l'alma atribulada, porque llega el momento en qui uno se pregunta ¿y pa qué tanta muerte y tanto sacrificio y tanta sangre, cuando nos decían qu'íbamoj a libertar los pueblos y total que loj indios nos miraban pasar callaos y duros como estacas? Y creo que eso mesmo que yo cavilaba estaban cavilando loj otros. Y de juro que el general lo alvirtió, porque mirándonos a la cara, uno por uno con mirada muy triste, dijo estas palabras: Soldaos. ¡Si por disgracia ustedes m'abandonan yo moriré solo, con este jusil y esta bandera, pa salvar l'honor e nuestra patria!

El cabo Anchorena se pasó una mano por la cara y por los ojos, quedándose callado por unos momentos. Luego agregó:

-Se nos cáiban lágrimas e loj ojos cuando vimos a ese hombre tan sufrido, tan enfermo, tan delicao, que parecia haber nació p'andar en los salones y vestir con sedas, agotao, muerto di hambre. Entonces gritamos que moriríamos con él, que nunca l'abandonaríamos. Y yo puedo dicirles, carajo, que si alguno se habería acobardao estaba dispuesto a matarlo con mis propias manos.

(De: Crónicas del pasado; Jorge Alvarez Editor; 1965)
http://www.portaldesalta.gov.ar/muertebelgrano.htm

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