lunes, 29 de junio de 2009

La historia ante el fraude.

A modo de anécdota se puede recordar que en el famoso Cabildo Abierto del 22 de mayo 1810, paso previo a la Revolución del día 25 -que cortó los lazos con el imperio español-, de las 450 invitaciones a los principales vecinos sólo concurrieron 251, ya que los criollos realizaron la "picardía" de impedir la entrada a los adherentes a la continuidad del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, mediante la utilización de las milicias urbanas, como los Patricios, surgidas como consecuencia de las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807.

En lo que concierne al respeto de la voluntad del pueblo para elegir libremente a sus autoridades el sistema consagrado en la Constitución Nacional de 1853 fue una verdadera farsa hasta que el presidente Roque Saenz Peña, en 1911, envió al Congreso el proyecto de reforma electoral. La denominada Ley Saenz Peña, sancionada en 1912, propiciaba, entre otros aspectos, el sufragio universal, obligatorio, un nuevo empadronamiento, y una cuestión fundamental: el voto secreto.
Esta verdadera arma electoral fue utilizada por los argentinos para terminar con la hegemonía conservadora de más de medio siglo. El 2 de abril de 1916 se realizaron las primeras elecciones presidenciales con total imparcialidad oficial, que consagró como presidente a Hipólito Yrigoyen por la Unión Cívica Radical, para el período 1916-1922. Aunque no se puede hablar legitimidad plena de la representación de las autoridades porque el 50% de la población no pudo participar del proceso eleccionario dado que no se permitía votar a las mujeres.

El Radicalismo, el primer partido político moderno de Argentina, había aparecido como un movimiento popular, dirigido por Leandro N. Alem y luego por su sobrino Yrigoyen, opositor al conservadorismo y que después de una fallida revolución en 1905 propugno el abstencionismo electoral, en virtud de las escasas garantías de ecuanimidad que ofrecía el sistema.
Esta particular manera de presión pública, más la decisión de algunos dirigentes conservadores, como Roque Saenz Peña, de proporcionar al país un avance en materia política que se correspondiese con el desarrollo económico, social y cultural alcanzado a inicios de la segunda década del siglo, fue lo que motorizó el cambio en la práctica electoral desde el Congreso de la Nación.

Sin embargo, esta situación sólo se manifestó a nivel nacional, ya que en numerosas provincias argentinas se habían constituido verdaderos gobiernos feudales, en donde el nepotismo abarcaba a los poderes judicial, legislativo y ejecutivo, generándose numerosas acciones fraudelentas en los cominicios provinciales. Esto conllevó a una política de numerosas intervenciones federales del gobierno de Yrigoyen y a una feroz contienda en el Senado Nacional.



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