Los primitivos dueños de la tierra venían resistiendo la conquista del hombre blanco desde la llegada de Solís, en 1516. Don Pedro de Mendoza debió abandonar Buenos Aires en 1536 por la hostilidad de los pampas. Sólo a partir de la creación del virreinato y la consecuente presencia de un poder político y militar fuerte, fue posible establecer una línea de fronteras con el “indio” medianamente alejada de los centros urbanos.
Rosas, haciéndose eco de
las demandas de sus colegas estancieros sobre los constantes robos de ganado
por parte de los indios, encabezó la primera “conquista al desierto”.
Entre 1833 y 1834, al
concluir su primera gobernación, Juan Manuel de Rosas, emprendió la primera
campaña financiada por la provincia y los estancieros bonaerenses preocupados
por la amenaza indígena sobre sus propiedades.
La expedición contó con
el apoyo de las provincias de Córdoba, San Luis, San Juan y Mendoza. Rosas
combinó la conciliación con la represión.
Pactó con los pampas y se
enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Juan Manuel
Calfucurá.
Según un informe que Rosas presentó al gobierno de Buenos Aires a poco de
comenzar la conquista, el saldo fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros
y se rescataron 1.000 cautivos blancos.
Hasta la caída de Rosas
se vivió en una relativa tranquilidad en las fronteras con el indio, pero a
partir de 1853 reaparecieron los malones. En marzo de 1855, el gobierno de la
provincia envió una expedición militar hacia la zona de Azul al mando del coronel
Bartolomé Mitre. Mientras acampaba en Sierra Chica, la división fue cercada y
diezmada por los lanceros del cacique Calfucurá.
Calfucurá
(significa piedra azul) era el jefe indígena más importante. Había nacido
en Lloma (araucania chilena) en 1785. En 1834 logró imponerse sobre los
araucanos de Masallé (La Pampa) y se proclamó «cacique general de las pampas».
El cacique araucano sometió a todas las tribus del Sur. Calfucurá, dotado de
una gran inteligencia y una notable capacidad de organización, organizó en 1855
la «Gran Confederación de las Salinas Grandes», en la que confluyeron las
tribus pampas, ranqueles y araucanas. Mantendrá en vilo a los sucesivos
gobiernoshasta ser derrotado en marzo de 1872 en la batalla de San Carlos, en
el actual partido de Bolívar. Calfucurá murió un año más tarde con casi cien
años en la isla de Chiloé. Tomará el mando su hijo, Namuncurá, quien secundado
por sus bravos guerreros, Cachul, Catriel, Caupán y Cañumil, se dispuso a
cumplir el mandato de defender sus tierras, pero no tendrá la tenacidad de su
padre.
La consolidación del
Estado nacional hacía necesaria la clara delimitación de sus fronteras con los
países vecinos. En este contexto, se hacía imprescindible la ocupación del
espacio patagónico reclamado por Chile durante décadas. Sólo la pacificación interior
impuesta por el Estado nacional unificado a partir de 1862, permitió a fines de
la década del 1870, concretar estos objetivos con el triunfo definitivo sobre
el indio.
El gobierno de
Avellaneda, a través del ministro de Guerra, Adolfo Alsina impulsó una campaña
para extender la línea de frontera hacia el Sur de la Provincia de Buenos
Aires.
El plan de Alsina era
levantar poblados y fortines, tender líneas telegráficas y cavar un gran foso,
conocido como la «zanja de Alsina», con el fin de evitar que los indios se
llevaran consigo el ganado capturado.
Antes de poder concretar
del todo su proyecto, Alsina murió y fue reemplazado por el joven general Julio
A. Roca. La política desarrollada por Alsina había permitido ganar unos 56 mil
kilómetros cuadrados, extender la red telegráfica, la fundación de cinco
pueblos y la apertura de caminos.
El nuevo ministro de
Guerra aplicará un plan de aniquilamiento de las comunidades indígenas a través
de una guerra ofensiva y sistemática. El propio Roca había definido con sus
palabras la relación de fuerzas: «Tenemos seis mil soldados armados con
los últimos inventos modernos de la guerra, para oponerlos a dos mil indios que
no tienen otra defensa que la dispersión ni otras armas que la lanza
primitiva». 1
Los teóricos de la
modernización del país proponían poblar el «desierto» que se suponía
deshabitado. No eran numerosos los habitantes, pero había pobladores
previos a esta postulación. Estos habitantes eran los indígenas. Un
testigo de la época, el Ingeniero Trevelot, opinaba: “Los indígenas han probado
ser susceptibles de docilidad y disciplina. En lugar de masacrarlos para
castigarlos sería mejor aprovechar esta cualidad actualmente enojosa. Se
llegará a ello sin dificultades cuando se haga desaparecer ese ser moral que se
llama tribu. Es un haz bien ligado y poco manejable. Rompiendo violentamente
los lazos que estrechan los miembros unos con otros, separándolos de sus jefes,
sólo se tendrá que tratar con individuos aislados, disgregados, sobre los cuales
se podrá concretar la acción. Se sigue después de una razzia como la
que nos ocupa, una costumbre cruel: los niños de corta edad, si los padres han
desaparecido, se entregan a diestra y siniestra. Las familias distinguidas de
Buenos Aires buscan celosamente estos jóvenes esclavos para llamar las cosas
por su nombre». 2
El plan de Roca se
realizaría en dos etapas: una ofensiva general sobre el territorio comprendido
entre el Sur de la Provincia de Buenos Aires y el Río Negro y una marcha
coordinada de varias divisiones para confluir en las cercanías de la actual
ciudad de Bariloche. En julio de 1878, el plan estaba en marcha y el ejército
de Roca lograba sus primeros triunfos capturando prisioneros y recatando
cautivos.
El 14 de agosto de 1878,
el presidente Avellaneda envió al Congreso un proyecto para poner en ejecución
la Ley del 23 de agosto de 1867 que ordenaba la ocupación del Río Negro, como
frontera de la república sobre los indios pampas. El Congreso sancionó en
octubre una nueva ley autorizando una inversión de 1.600.000 pesos para
sufragar los gastos de la conquista.
Con la financiación
aprobada, Roca estuvo en condiciones de preparar sus fuerzas para lanzar la
ofensiva final. La expedición partió entre marzo y abril de 1879. Los seis mil
soldados fueron distribuidos en cuatro divisiones que partieron de distintos puntos
para rastrillar la pampa. Dos de las columnas estarían bajo las órdenes del
propio Roca y del coronel Napoleón Uriburu, que atacarían desde la cordillera
para converger en Choele Choel. Las columnas centrales, al mando de los
coroneles Nicolás Levalle y Eduardo Racedo, entrarían por la pampa central y
ocuparían la zona de Trarú Lauquen y Poitahue. Todo salió según el plan con el
acompañamiento de la armada que con el buque El Triunfo, a las órdenes de
Martín Guerrico, navegó por el Río Negro.
El 25 de mayo de 1879 se
celebró en la margen izquierda del Río Negro y desde allí se preparó el último
tramo de la conquista. El 11 de junio las tropas de Roca llegaron a la
confluencia de los ríos Limay y Neuquén. Pocos días después, el ministro debió regresar
a Buenos Aires para garantizar el abastecimiento de sus tropas y para estar
presente en el lanzamiento de su candidatura a presidente de la República por
el Partido Autonomista Nacional. Lo reemplazaron en el mando los generales
Conrado Villegas y Lorenzo Vintter, quienes arrinconaron a los aborígenes
neuquinos y rionegrinos en los contrafuertes de los Andes y lograron su
rendición definitiva en 1885.
El saldo fue de miles de
indios muertos, catorce mil reducidos a la servidumbre, y la ocupación de
quince mil leguas cuadradas, que se destinarían, teóricamente, a la agricultura
y la ganadería.
Las enfermedades
contraídas por el contacto con los blancos, la pobreza y el hambre aceleraron
la mortandad de los indígenas patagónicos sobrevivientes.
El padre salesiano
Alberto Agostini brindaba este panorama: «El principal agente de la rápida
extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los
estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por
los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de winchester o los
envenenaban con estricnina, para que sus mandantes se quedaran con los campos
primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina
por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió
la oferta: una libra por par de testículos». 3
El general Victorica no
andaba con rodeos al explicar los objetivos de la conquista: «Privados del
recurso de la pesca por la ocupación de los ríos, dificultada la caza de la
forma en que lo hacen, que denuncia a la fuerza su presencia, sus miembros
dispersos se apresuraron a acogerse a la benevolencia de las autoridades,
acudiendo a las reducciones o a los obrajes donde ya existen muchos de ellos
disfrutando de los beneficios de la civilización. No dudo que estas tribus
proporcionarán brazos baratos a la industria azucarera y a los obrajes de
madera, como lo hacen algunos de ellos en las haciendas de Salta y Jujuy».
El éxito obtenido en la
llamada “conquista del desierto” prestigió frente a la clase dirigente la
figura de Roca y lo llevó a la presidencia de la república. Para el Estado
nacional, significó la apropiación de millones de hectáreas. Estas tierras
fiscales que, según se había establecido en la Ley de Inmigración, serían
destinadas al establecimiento de colonos y pequeños propietarios llegados de
Europa, fueron distribuidas entre una minoría de familias vinculadas al poder,
que pagaron por ellas sumas irrisorias.
Algunos ya eran grandes
terratenientes, otros comenzaron a serlo e inauguraron su carrera de ricos y
famosos. Los Pereyra Iraola, los Álzaga Unzué, los Luro, los Anchorena, los
Martínez de Hoz, los Menéndez, ya tenían algo más que dónde caerse muertos.
Algunos de ellos se
dedicarán a la explotación ovina poblando el desierto con ovejas; otros dejarán
centenares de miles de hectáreas sin explotar y sin poblar, especulando con la
suba del precio de la tierra. Aún hoy, el territorio de Santa Cruz tiene un
porcentaje de medio habitante por kilómetro cuadrado.
Roca había dicho: «Sellaremos
con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta
nacionalidad argentina, que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto, y
el poder de los imperios, a costa de sangre y el sudor de muchas generaciones». 4
Referencias:
1 Ante
la posteridad – Personalidad marcial del teniente general Julio A. Roca –
Segunda Parte “El Conductor”, Comisión Nacional Monumento al teniente General
don Julio A Roca, Buenos Aires, 1938, págs. 221-231.
2 Álvaro
Yunque, Historia de los argentinos, Buenos Aires, Editorial Futuro,
1957.
3 Pigna
Felipe, Los mitos de la historia argentina 2, Buenos Aires,
Editorial Planeta, 2005, pág. 398.
4 Pigna
Felipe, op. cit., pág. 312.
https://elhistoriador.com.ar/la-conquista-del-desierto/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario