De "Conquista del
desierto" a "Campaña contra el indio": la identidad argentina en
los manuales
Entre 1878 y 1885, la élite gobernante de la Argentina
llevó a cabo la mal llamada “Conquista del desierto” que diezmó a los pueblos
indígenas que vivían en los territorios que hoy conforman la Patagonia. La
narrativa oficial plasmada en los manuales escolares justificó la campaña como
una necesidad nacional en pos del desarrollo y la unidad territorial del
Estado. De modo contrario, se invisibilizó las voces indígenas, se los excluyó
como integrantes de la nación y se ocultó el destino de quienes sobrevivieron
al exterminio. Las críticas a la narrativa tradicional permitieron cambiar el
paradigma, recuperar la palabra de los pueblos indígenas que fueron víctimas y
comenzar a pensar el país desde una mirada multicultural.
Pintura “Ocupación militar del Río Negro por la
Expedición bajo el mando del General Julio A. Roca” (1896). Autor: Juan
Manuel Blanes
Uno de los acontecimientos fundantes del Estado nación
liberal propuesto por la denominada “Generación del ´80” fue la mal llamada
“Conquista del desierto”. Esta campaña militar fue enseñada por los manuales
escolares como un hito de la consolidación del Estado argentino y la
construcción de una identidad nacional homogénea que excluía a los pueblos
preexistentes. La narrativa oficial llevaba implícita la dicotomía entre "civilización y barbarie": una distinción entre
un "nosotros" y los "otros" muy popular en la época.
El análisis de los libros de textos o manuales
escolares de historia como instrumentos de construcción de la identidad
nacional se ha ido ampliando en las últimas décadas. No solo reflejan el modelo
pedagógico preponderante, sino que también ponen en circulación a los discursos
hegemónicos dentro del ámbito escolar. Por lo tanto, los manuales deben ser
entendidos como espacios de memoria en los que se ha ido materializando la
cultura, las imágenes y los valores dominantes de cada época.
A pesar de haber sufrido transformaciones debido a los
avances del conocimiento y del diseño, los textos escolares han conservado su
lugar como compiladores de un saber indiscutido. La llamativa vigencia del uso
de libros de texto a lo largo del tiempo revela el espacio pedagógico
conquistado en la cultura escolar y la capacidad de adaptación a las
tradiciones y las innovaciones que forman parte del campo educativo. El manual
se presenta como el depositario de los conocimientos y técnicas que una sociedad
cree oportuno que la juventud debe adquirir para la perpetuación de sus
valores.
De la “Conquista del Desierto” a la “Campaña contra el
indio”
A finales del siglo pasado, comenzó a circular una
mirada crítica sobre la construcción de los saberes contenidos en los manuales
escolares argentinos que interpelaba las narrativas tradicionales. En 2006,
esta corriente fue institucionalizada a través de una nueva Ley de Educación Nacional entre cuyos
objetivos se encuentra el fortalecimiento de la identidad nacional y el respeto
a la diversidad cultural.
En el caso de los pueblos originarios, la Ley N° 26.206 asegura el respeto de las lenguas e
identidades indígenas, y promueve la valoración de la multiculturalidad al
interior de toda la comunidad educativa. La nueva normativa remarca los
derechos constitucionales de los pueblos indígenas, incluidos en el artículo 75
inciso 17: el derecho a recibir una educación que contribuya a preservar y
fortalecer sus pautas culturales, su lengua, su cosmovisión e identidad étnica.
Paralelamente, a partir de los reclamos de las
organizaciones indígenas y las ONG, se fue construyendo una narrativa que
reivindicaba los derechos de los pueblos originarios que habitan el territorio
argentino. De este modo, se cuestionó la representación que el sistema
educativo realizaba sobre las comunidades indígenas y se señaló la necesidad de
producir un cambio de paradigma. En este sentido, en 2010 el Decreto N° 1584
modificó la denominación del feriado del 12 de octubre: se pasó del “Día de la
Raza” al “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”.
El cambio de paradigma permitió la visibilización de
la mirada histórica de aquellos que fueron las víctimas y los derrotados de la
“Conquista del Desierto”. Para ello, se decidió revisar el análisis de los
manuales escolares para luego reescribirlos con una mirada que contemple la
posición del otro. Esta inclusión del otro en los manuales de
historia pondría fin a la narrativa dominante de la elite tradicional argentina
que estableció en el sistema educativo una lectura favorable a sus propios
intereses.
Cacique Villamain, "Buitre de Oro", sometido
en diciembre de 1882 junto a su familia y mujeres de la tribu, en su toldería
ubicada a inmediaciones de Ñorquín (1883). Foto: Pedro Morelli / AGN
Críticas a la representación oficial
La nueva narrativa no puede percibirse si no se
contrasta con la plasmada en los manuales escolares del siglo XX. En primer
lugar, se cuestionó el nombre con el cual se había denominado a la campaña
militar ya que es incorrecto llamar “Conquista del desierto” a un plan de
exterminio: un desierto no se conquista, se ocupa; mientras que si allí vivían
familias, entonces no se trataba de un desierto. Al utilizar esta denominación,
la intención de los vencedores era invisibilizar a los vencidos y negar la calidad
de personas de quienes poblaban las tierras conquistadas.
En consonancia con esto también era necesario repensar
la figura del ideólogo del plan: Julio Argentino Roca. El Ministro de Guerra de
Nicolás Avellaneda (1874-1880) fue presentado como un valiente patriota que
había estudiado el problema del desierto y había resuelto la unidad
territorial. Coronada por el éxito, la campaña militar fortaleció el prestigio
de Roca, quien más tarde sería elegido presidente en dos oportunidades
(1880-1886 y 1898-1904). Sin embargo, esta visión que exaltaba la figura de Roca
como estratega también fue cuestionada. Un año antes de comenzar la expedición,
una terrible epidemia de viruela había diezmado sus fuerzas. Esta
circunstancia, bastante frecuente entre los indígenas de aquella época, fue
fundamental para que el ejército argentino venciera con facilidad a las
debilitadas tribus indígenas.
La campaña también fue concebida como una necesidad
legítima del Estado argentino para frenar las agresiones permanentes de las
poblaciones indígenas que habitaban el territorio pampeano-patagónico y, al
mismo tiempo, establecer un límite a los intereses expansionistas del Estado
chileno. Por un lado, los textos plantean que los pueblos y ciudades
importantes eran víctimas de malones de indios que saqueaban sus riquezas y
esclavizaban a sus prisioneros. Por otro lado, Chile reclamaba toda la región
al sur del Río Colorado. Por lo tanto, la expedición también habría tenido la
finalidad de reafirmar los derechos sobre los territorios que hoy conforman la
Patagonia argentina.
De este modo, las comunidades aborígenes de estos
territorios fueron representadas como un obstáculo para la consolidación
territorial del Estado argentino, el desarrollo del modelo agroexportador y la
expansión de la “civilización”. En consecuencia, se decidió no reconocer a los
indígenas como parte integrante de la Nación Argentina. El análisis que hacían
los manuales era muy simplista: si no eran parte de la “civilización”, eran un
problema para el proyecto económico del modelo agroexportador.
El modelo agroexportador y el destino de los indígenas
Según los antiguos manuales de historia, la “Conquista
del desierto” fue una acción ofensiva contra los “salvajes” con el objetivo de
confirmar la dominación argentina. Los textos entienden que la medida fue la
más lógica desde el punto de vista militar y que significó el exterminio casi
total del indio. Si bien se desliza que la solución fue extrema, dejan entrever
que fue la más acorde con los tiempos que se vivían. A partir de entonces, ya
no había que cuidar la frontera interior, sino explorar las tierras
conquistadas, poblarlas y hacer valer la soberanía sobre ellas.
Esta narración superficial ya no es aceptada por los
textos escolares modernos. Actualmente, se hace hincapié en la necesidad del
Estado argentino en expandir la frontera ganadera hacia el sur para el
desarrollo del modelo agroexportador y su posterior concentración en manos de
la élite gobernante. Los manuales actuales explican que el reparto de las
tierras quitadas a los indígenas se realizó por medio de un sistema de
cesiones, premios y ventas, que condujo a la concentración de la propiedad en
pocas familias, tanto para la producción como para la especulación.
El ejemplo que suelen señalar los manuales
contemporáneos es el otorgamiento de terrenos a los soldados como forma de pago
por sus servicios durante la Campaña del Desierto. Sin embargo, la
imposibilidad de mantenerlos y las necesidades económicas provocó que aquellas
tierras que estaban ubicadas cerca de algún ramal ferroviario fueran vendidas a
bajo precio a las familias de la élite gobernante. Quienes se rehusaban a
aceptar las condiciones de los grandes terratenientes fueron presionados para
hacerlo.
Los manuales tampoco explican el destino de los
indígenas tras la “conquista” ya que lo importante era destacar el triunfo. A
partir de ese momento se los excluye del relato. En contraposición a esta
lectura, los nuevos manuales hacen hincapié en el destino de los indígenas:
fueron tomados prisioneros, separados de sus familias, deportados a otras
regiones y obligados a trabajar en pésimas condiciones. Mientras los hombres,
fueron trasladados como mano de obra semiesclava a los ingenios azucareros y
obrajes madereros, las mujeres y los niños fueron empleados como sirvientes en
casas de familia ubicadas en Buenos Aires.
El cambio de paradigma
Si bien podemos pensar que la concepción del indígena
plasmada en los manuales escolares fue impuesta por la elite conservadora que
gobernó la Argentina entre 1962 y 1916 con el objetivo de legitimar su
accionar, paradójicamente esta versión duró hasta finales del siglo XX. La
necesidad de construir una identidad nacional sin la presencia de aquellos que
poblaron nuestro territorio antes de la llegada de los españoles está vinculada
a una mirada eurocentrista que trascendió a la “generación del ´80”.
Este modelo occidental no fue cuestionado ni por los
gobiernos radicales ni los peronistas; muchos menos por los conservadores que
gobernaron durante la década de 1930 o los golpes militares de las Fuerzas
Armadas. Sin distinción de color, todas las fuerzas políticas pensaron que ser
“descendientes de los barcos” ayudaría a forjar una identidad nacional que nos
mostrara como un país civilizado frente a la barbarie representada
por el gaucho y el indio.
Finalmente, el cambio de paradigma llegó a los
manuales escolares e invita a reflexionar a los jóvenes sobre todas las
culturas que forjaron el país donde vivimos, fortaleciendo la mirada
intercultural y el respeto por la diversidad. Sin embargo, falta mucho para que
las nuevas generaciones puedan imponer su mirada crítica: la resistencia de
quienes establecieron un discurso eurocentrista y occidental todavía es muy
fuerte.
Parte de esta puja por el sentido válido también se da
en el campo educativo porque, dada su heterogeneidad, muchas instituciones
poseen un discurso que es heredero de la élite dominante de finales del siglo
XIX. Lo importante es que los manuales muestran que la posibilidad del cambio
es posible y que los jóvenes serán quienes, el día de mañana, deberán discutir
las tradicionales narrativas educativas para que se generen otras que
interpelen la “historia oficial”.
Jorge Luis Fabián es profesor y Licenciado en
Historia, Doctor en Ciencia de la Educación y docente en los niveles medio y
superior.
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