El mismo día en que el
gobernador federal de Catamarca, Cnel. Juan Eusebio Balboa había sido depuesto
por José Cubas, uno de los jefes de la coalición del Norte, Lavalle era
derrotado en Famaillá por Oribe, cinco días antes de que lo fuera Lamadrid en
Rodeo del Medio por Pacheco. Vencido Lavalle, las horas del gobierno
impuesto por Lamadrid en Catamarca estaban contadas.
Inmediatamente el coronel
Mariano Maza se dirige a Catamarca, y estando en camino a ella se entera de la
muerte de Lavalle ocurrida en casa de Zenarruza (1) en Jujuy; al informar de
ello a Rosas se advierte la euforia por el hecho, que además aseguraba el fin
de esa guerra. El enemigo más temido, Juan Lavalle, el héroe
legendario de la Independencia Sudamericana pero extraviado de nuestras guerras
civiles, había caído para siempre. Quedaba en Catamarca José Cubas y
sus partidarios, comprometidos con la coalición y por lo tanto acusados de
traición por su alianza con Francia, y Maza debía, por segunda vez, marchar
allí para sofocarla. “Habrá violín y violón”, anunció, y los hubo.
Ya en ocasión de la
primera campaña de Catamarca, con fecha abril 23 de 1841, había escrito a
Oribe: “Cuando recibí su muy apreciable y me enteré de la maldad y perfidia de
los salvajes, mandé fusilar al salvaje Luis Manterola y tres prisioneros más de
los del salvaje Córdoba y desde hoy en adelante no daré cuartel a ningún
salvaje, este es el premio que deben recibir”. (2)
Batalla de Catamarca
Maza, al frente del
Batallón “Libertad”, intimó la rendición a Cubas, que se había parapetado con
seiscientos hombres, y como éste le rechazara, tomó por asalto la ciudad en lo
que se conoce como la Batalla de Catamarca, el 29 de octubre de
1841. Cubas, capturado cinco días después, fue pasado por las armas
al igual que muchos de sus compañeros.
El coronel Mariano Maza
escribió frases apasionadas e irreparables respecto de su acción en la campaña,
que lógicamente andando el tiempo se volvieron contra él. Esos
escritos, sin embargo, no son como los de Juan Cruz Varela y Salvador María del
Carril, asesinos intelectuales de Dorrego, ya que éstos, al incitar a Lavalle,
tomaban la precaución uno, de dejar sin firma su carta y el otro, de pedirle
que la rompiera, lo cual demuestra que tenían conciencia de su instigación al
crimen hecha con frialdad, premeditación y alejados del lugar del peligro.
Maza estaba en medio de
la lucha arriesgando su vida, y si bien no lo justificamos, creemos en cambio
que debe ser medido con la misma vara que se empleó para otros del “partido de
la civilización”, y sobre todo, sostenemos que no puede ser sacado de su época
y de las circunstancias históricas que le tocó vivir. Coincidimos
con Magariños de Mello cuando dice al respecto: “En realidad fue hombre de mano
dura, que hizo sin vacilaciones la guerra a sangre y fuego que impusieron los
unitarios”. (3)
Maza, que no era
historiador como Mitre, ha sido juzgado tal vez más por lo que escribió que por
lo que realmente hizo. Mitre en ese sentido fue muy cuidadoso y no
cometió esa imprudencia, pese a que su acción y responsabilidad en la masacre
de Villamayor o a través de Arredondo, Sandes, Iseas, Venancio Flores, Ribas y
Paunero fue tan dura como la que realizó Maza en Catamarca, y además
reiterada. No nos extenderemos en otros ejemplos para no salirnos
del tema, pero fueron sin duda muchos y reiterados los casos en el siglo XIX.
La Coalición del
Norte había sido vencida, y de Catamarca Maza marchó a incorporarse al Ejército
federal que se encontraba en Tucumán, desde donde en marzo de 1842 continuó
viaje a Buenos Aires, pasando por Santa Fe que había sido ya recuperada para la
causa federal.
En Buenos Aires fue
designado por Rosas en el mando interino de la escuadra por ausencia del
almirante Guillermo Brown, con el título de “Comandante en Jefe de las Fuerzas
Marítimas en Operaciones sobre las de los salvajes unitarios de Montevideo”.
En esa condición condujo
una operación naval sobre Montevideo, pero sin poder batir a los buques de
Rivera, que eludieron el combate a favor de la poca profundidad del río donde
se estacionaron y se cubrieron detrás de buques con banderas de países
neutrales.
Al término de estas
operaciones entrega nuevamente el mando al almirante Brown, vencedor en “Costa
Brava” de la escuadra comandada por Giuseppe Garibaldi, hecho de armas
silenciado por ciertos historiógrafos liberales del almirante, a quien dan por
muerto, históricamente, en la guerra con el Brasil, no obstante la importancia
de sus servicios durante el gobierno de Rosas.
En octubre de 1842 Maza
vuelve a embarcar con destino a Entre Ríos, a fin de reforzar el Ejército
Federal, y participará en la batalla de Arroyo Grande, el 6 de diciembre de ese
año, al frente del Batallón Libertad.
Acciones preliminares de
la batalla de Arroyo Grande
La prudencia y las
nociones más elementales de estrategia le aconsejaban a Fructuoso Rivera
conservar su línea del Uruguay, que era el punto de mira de su enemigo para
invadir el territorio oriental; en vez de avanzar sobre Entre Ríos para
comprometer en una batalla decisiva todas sus fuerzas cuya mayor parte se le
incorporaban recién, formando con las que trajo consigo una masa
indisciplinada, sin cohesión ni unidad, que es lo que constituye el verdadero
poder de un ejército. (5) De su parte Oribe se movió de su campo de
las Conchillas y el 5 de diciembre se situó a poco más de dos leguas de las
puntas del Arroyo Grande. Al sur de este punto se encontraba Rivera
cuando fuerzas de su vanguardia, al mando del coronel Baez, le dieron parte de
la proximidad del enemigo.
Aunque esto debió
sorprenderle demasiado, Rivera se preparó a la batalla, corriéndose a su
derecha y apoyando la cabeza de esta ala sobre el mismo Arroyo
Grande. Constaba su línea de 8.000 soldados, 2.000 de infantería,
5.500 de caballería y 16 cañones, así colocados: derecha, las divisiones
orientales y algunos correntinos al mando de los generales Aguiar y
Avalos; centro, la artillería, y brigadas de infantería a ambos flancos,
al mando de los coroneles Chilavert, Lavandera y Blanco; izquierda, la
caballería correntina, santafecina y entrerriana al mando de los generales
Ramírez, López y Galván. El ejército de Oribe, fuerte de 8.500
hombres, se corrió sobre su izquierda, ocultando este movimiento con las
maniobras de la caballería de vanguardia, y quedó formado así: derecha,
divisiones de caballería al mando de los coroneles Granada, Bustos, García,
González (Bernardo), Bárcena y Galarza, y una columna flanqueadora mandada por
el general Ignacio Oribe, todo a las órdenes del general Urquiza; centro,
brigada de artillería al mando de los mayores Carbone y Castro; los batallones
con su dotación de artillería mandados por los coroneles Costa, Maza, Rincón
Domínguez y Ramos, y todo a las órdenes del general Pacheco; izquierda,
división de caballería al mando de los coroneles Laprida y Losa, comandantes
Lamela, Arias, Castro, Albornoz y Frías, bajo las órdenes del coronel José
María Flores. Una columna flanqueadora a cargo del general Servando
Gómez. Además tres reservas mandadas por los coroneles Urdinarrain,
Olivera y Arredondo.
Inicio de la batalla
La batalla de Arroyo
Grande se inició de ambas partes en las primeras horas de la mañana del 6 de
diciembre. El ejército aliado de Rivera, de Ferré y de López luchó
desesperadamente; pero los regimientos y batallones federales, guiados por
jefes que habían acreditado su pericia y su valor en la campaña de los Andes,
del Brasil y del Desierto, consiguieron con sacrificio ventajas importantes de
las que Oribe supo aprovechar. La carga de las caballerías de Rivera
fue bien sostenida al principio; que algunos escuadrones de la izquierda
federal se desorganizaron, envolviendo consigo otras fuerzas. Pero
Oribe lanzó sus reservas sobre los extremos izquierdo y derecho de Rivera; y
toda esa enorme masa de caballería que se confundió en sangriento torbellino,
quedó reducida después de media hora a la que formaba las filas clareadas de
los vencedores. Las dos alas del ejército de Rivera quedaron fuera
de combate, dispersas o aniquiladas. Después de hacer jugar
convenientemente su artillería, Oribe mandó al centro cargar a la
bayoneta. Fue la artillería de Chilavert y las infanterías de
Lavandera y Blanco las que sostuvieron este último ataque, hasta caer en poder
del ejército federal, juntamente con el parque, bagajes y caballadas de los
aliados. En cuanto a Rivera huyó del campo de batalla arrojando su
chaqueta bordada, su espada y sus pistolas, todo lo cual se ha conservado hasta
hace poco en el museo de Buenos Aires (6)
Cuatro mil hombres que
lanzó Oribe en todas direcciones acuchillaron los restos de las caballerías
aliadas. Todo se perdió en ese día memorable, dice uno de los
principales jefes orientales de la subsiguiente defensa de Montevideo, sin que
se pudiera decir lo que Francisco I escribía a su madre después de la batalla
de Pavía: “Todo se ha perdido menos el honor”. Allí el monarca
cayendo prisionero había acreditado que si la fortuna no favoreció sus armas,
el valor había hecho su oficio. Aquí el general, temiendo más el
riesgo de su vida que la tremenda responsabilidad de la de los soldados puestos
a su cargo, se separó de su ejército cuando estaba todavía indecisa la
victoria, dejando en el campo de batalla masas enteras que con menos cobardía,
alguna serenidad y algunas ideas estratégicas, hubieran podido salvar o
impedir, cuando menos, que fuesen impunemente acuchilladas (7)
Todo lo perdió Rivera en
ese día, desbaratando por sus propias manos los cuantiosos recursos que
arrebató de las manos expertas del general Paz cuando, torpemente celoso de la
superioridad de éste, lo vio protestar en nombre del patriotismo argentino,
contra su dorado sueño de anexar al Estado del Uruguay las provincias de Entre
Ríos, Corrientes y el Paraguay. En los campos del Arroyo Grande,
regado con abundante sangre de vencedores y vencidos, quedó sepultada esa
dañina aspiración de Rivera; por más que la persiguieran todavía hasta el año
1846 algunos argentinos extraviados en consorcio con la diplomacia británica y
brasilera.
Consecuencias
La batalla de Arroyo
Grande constituye un hecho de trascendental importancia en la vida de nuestra
Patria, y sólo es explicable su desconocimiento u olvido por el sectarismo que
ha caracterizado a la historiografía oficial de la Argentina.
En Arroyo Grande se jugó
la integridad del territorio nacional, y una derrota hubiera significado la
pérdida de Entre Ríos y Corrientes, pues el designio de Fructuoso Rivera y de
algunos argentinos era que el río Paraná fuera el límite internacional,
anexando la Mesopotamia Argentina al Estado Oriental. Los
directoriales de Buenos Aires, origen del partido unitario, habían hecho este
ofrecimiento a Artigas hacía más de veinte años, y el caudillo federal lo había
rechazado, consecuente con su ideal de la patria grande. Así los
unitarios, por su parte, también eran consecuentes con sus propios
antecedentes.
Referencias
(1) Por error se dice
Zenavilla, repitiendo al Gral Oribe que, tal vez influido por la existencia de
ese apellido en el Uruguay así lo consignó equivocadamente en lugar de
Zenarruza, familia tradicional de Jujuy.
(2) Citado por Magariños
de Mello en “El gobierno del Cerrito”, Tomo II, página 1030-31.
(3) Misma obra, Tomo II,
página 1030.
(4) Citado por Vicente D.
Sierra en “Historia de la Argentina”, Tomo IX, página 123.
(5) ”Rivera no conocía
esas tropas porque jamás las había visto, ni a los jefes que las mandaban,
-dice el general riverista César Díaz, refiriéndose a las fuerzas
correntinas y santafecinas que se incorporaron días antes de la batalla de
Arroyo Grande- ignoraba su importancia respectiva y no podía por consiguiente
darles una aplicación oportuna en las horas solemnes del combate. Necesitaba
haberse tomado algún tiempo, algunos días al menos, para inspeccionarlas,
conocer su espíritu, habituarlas a su mando y uniformarlas al régimen de los
demás cuerpos; establecer en suma la confianza mutua que debe existir entre el general
y el ejército, sin la cual es muy difícil vencer; y en una palabra, hacer todo
cuanto la estrategia prescribe y la responsabilidad del mando aconseja, antes
de decidirse a la operación más terrible y trascendental de cuantas se
conocen”. (Véase Memorias del general César Díaz, página 48).
(6)Parte de Oribe a Rosas
fechado en la costa del Uruguay y cartas correlativas de los generales Echagüe,
Pacheco y Urquiza, publicadas en La Gaceta Mercantil del 15 de diciembre de
1842 y 23 de marzo de 1843. (Véase Memorias del general César Díaz).
(7)El general César Díaz,
Memorias, página 50.
Fuente
Baldrich, Fernando Amadeo
de – El coronel Mariano Maza.
Efemérides – Patricios de
Vuelta de Obligado
Portal
www.revisionistas.com.ar
Saldías, Adolfo –
Historia de la Confederación Argentina – Ed. El Ateneo – Buenos Aires (1951).
Todo es Historia – Nº 79
– Buenos Aires, Diciembre de 1973.
Se permite la
reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar
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