domingo, 3 de septiembre de 2023

Arroyo Grande la batalla olvidada - Parte 2

Mientras tanto Manuel Oribe penetraba en Entre Ríos y Fructuoso Rivera, sintiéndose fuerte, abandonaba la Banda Oriental y cruzaba el río Uruguay para enfrentarlo. ¿Por qué, pese a la derrota de Costa Brava, Rivera invadió Entre Ríos? En primer lugar la acción, cada vez más firme, de Francia y Gran Bretaña lo animó a buscar una batalla que realzara su decaído prestigio y animara aún más a las potencias a comprometerse en una agresión. En segundo lugar la invasión de Rivera se debió a la genialidad de Rosas que en este episodio ocurrido con el representante inglés, el Sr. Mandeville, muestra toda su astucia. Rosas sabia claramente que las intenciones de los mediadores lejos estaban de buscar la paz sino que su interés radicaba en la modificación del sistema económico de la Confederación y en mantener al Uruguay como la “Suiza del Río de la Plata”, es decir como un centro económico, comercial y financiero dócil a sus intereses mercantiles. Sabía que la mediación no era tal y que Mandeville claramente favorecía a Rivera, dejemos que A. Saldías[9] nos relate el pintoresco episodio:

 
“Aún después de la amenaza contenida en su nota del 26 de noviembre, Mr. Mandeville frecuentaba la casa de Rozas. Guardábasele allí particulares consideraciones, no obstante que el jefe del ejecutivo argentino, en su sagacidad genial, sospechaba que el ministro de S. M. B. hacía llegar oportunamente al conocimiento del gobierno de Montevideo las órdenes militares, movimientos de fuerzas y demás detalles que podía sorprender en el despacho de Rozas donde tenía fácil acceso. Para saber lo que en esto hubiera de verdad, Rozas llamó al mayor Reyes y le dijo: ‘Dentro de poco vendrá Mr. Mandeville, usted entrará a darme cuenta de que las divisiones de vanguardia están a pie; que se ha empezado a pasar por el Tonelero los pocos caballos que hay; pero que por esto y la falta de armas el ejército no puede iniciar operaciones. Yo insistiré para que usted hable en presencia del ministro’. Media hora después entró Mr. Mandeville. Asegurábale a Rozas que se esforzaría para que terminase dignamente la cuestión entablada cuando se presentó Reyes a dar cuenta de lo que, con carácter urgente, avisaba del ejército de vanguardia.
-  Diga usted, ordenó Rozas; el señor ministro es un amigo del país y de toda mi confianza.
-  Reyes dijo, y Rozas se levantó irritadísimo exclamando:
-  Vaya usted, señor, y dirija una nota para el jefe de las caballadas, haciéndolo responsable del retardo en entregar los caballos para el ejército de vanguardia, y otra en el mismo sentido al jefe del convoy. Traígame pronto esas notas, señor, para firmarlas ...
Y como Mr. Mandeville quisiese calmarlo arguyendo que quizás a esas horas todo ya había llegado a su destino:
- No señor, no puede haber llegado todavía! ... y si el pardejón [apodo dado a Rivera] supiera aprovecharse ... pero así es como vienen los contrastes; así es como vienen, decía Rozas cada vez más agitado.
La maniobra dio el resultado esperado ya que Rivera reunió sus fuerzas y con toda prisa cruzó el río Uruguay para obtener lo que creía una fácil victoria sobre el maltrecho ejército de Oribe. Lo cierto es que la situación era completamente distinta. Rosas se había criado en el campo, era administrador de numerosas y prósperas estancias, había combatido a los indios en la gran campaña al desierto de 1832 y participado en las guerras civiles nacionales. Como tal conocía la importancia trascendental de las caballadas para la victoria en una contienda en nuestro territorio. Las características de la Argentina y la Banda Oriental hacían que los caballos fueran un arma fundamental en cualquier conflicto. Por ello siempre se preocupó de que los ejércitos federales contaran con caballos en cantidad y en calidad. Julio Irazusta[11] investigó profundamente el tema, reproduciendo en su obra documentos que tratan sobre el envío de las caballadas al ejército de Oribe. En los mismos aparecen en forma constante recomendaciones y consejos sobre la forma de tratar a los caballos y los cuidados a tener. Rosas había dispuesto incluso el establecimiento de varias zonas destinadas especialmente a la invernada y recuperación de los animales. Son muy interesantes las observaciones de Manuel Gálvez: 
 
“¡El caballo! Rosas sabe lo que significa en nuestras guerras. Nada le preocupa tanto. Llega a tener, en 1840, treinta y dos campamentos – invernadas -, a donde envía los caballos a engordar. Entre todas las invernadas hay alrededor de quince mil caballos. Cada campamento está gobernado por un alcalde, con el cual él se cartea interminablemente (...) Es severísimo con los que descuidan a los caballos. A algunos de ellos, que los han tenido en campos malos, les hace decir que está ‘justamente indignado contra un tan asqueroso, inmundo proceder’, y los llama ‘ indignos del nombre federal y solamente acreedores al más severo y ejemplar castigo’ “.[12]
Tanta importancia se daba a los caballos que Rosas le había encargado a su cuñado y distinguido oficial el general Lucio Mansilla[13] el envío desde San Nicolás de los caballos a Entre Ríos. Irazusta incluso señala que Mansilla encabezaba los documentos con el membrete: El general Encargado de pasar las caballadas para el Ejército de Operaciones de Vanguardia.[14]
Lejos de estar falto de caballos, el ejército de Oribe disponía de más de 20.000[15] aptos para el combate y había recibido todo lo necesario para enfrentar a los riveristas. En este punto hay que señalar dos cosas: en primer lugar la habilidad de Rosas y Oribe para ocultar a los espías la verdadera fuerza de su ejército. En segundo lugar la falta de adecuadas operaciones de reconocimiento – elementales para cualquier operación militar – de las fuerzas de Rivera. A este hecho se sumó el rechazo del general José María Paz a integrarse como jefe del estado mayor de Rivera, por considerar que los intereses argentinos se verían lesionados por el caudillo oriental. Paz veía con temor los proyectos anexionistas de Rivera, tal como lo expresó en sus memorias.
 



2.  La destrucción del ejército unitario
 
Manuel Oribe, bien pertrechado, penetró en el interior de Entre Ríos y se ubicó en una posición fortificada ubicada al sur de Concordia, en Arroyo Grande. Su ejército estaba compuesto por 2.500 infantes, 6.500 hombres de caballería y 18 piezas de artillería[16].

Por su parte Fructuoso Rivera, guiado por los falsos informes y la prisa avanzó contra lo que suponía una fuerza menor con 2.000 infantes, 5.500 jinetes y 16 piezas de artillería. Sus tropas eran orientales, entrerrianas, correntinas y santafecinas en su mayoría. 

El 5 de diciembre Rivera fue notificado por el coronel Baez, -comandante de la vanguardia de su ejército- de la proximidad de Oribe y de la magnitud de sus fuerzas. Pese a las informaciones, en las primeras horas de la mañana del 6 de diciembre de 1842 inició un impetuoso ataque contra las fuerzas de Oribe, ya dispuestas en orden de batalla. 

Las tropas riveristas quedaron formadas de la siguiente manera: Comandante de todo el dispositivo, general Fructuoso Rivera. Ala derecha: divisiones de caballería orientales y algunas correntinas comandadas por los generales Ávalos y Aguiar. Centro: unidades de artillería e infantería al mando de los coroneles Chilavert[17], Lavandera y Blanco. Ala izquierda: divisiones de caballería correntinas, santafecinas y entrerrianas al mando de los generales Ramírez, López y Galván. 

El ejército de Oribe formó de manera similar, con la caballería en las alas y la infantería y artillería en el centro. Comandante del ejército: general Manuel Oribe. Ala derecha: bajo la dirección del general Justo José de Urquiza [18] divisiones de caballería comandadas por los coroneles Granada, Bustos, García, Bernardo González, Bárcena y Galarza. A ello se sumó una columna que tenía la orden de flanquear al enemigo mientras el ala derecha lo mantenía aferrado al terreno, comandada por Ignacio Oribe, hermano de Manuel. Centro: bajo el comando general del general Ángel Pacheco con una brigada de artillería bajo el mando de los mayores Carbone y Castro, la infantería era mandada por los coroneles Costa, Maza, Rincón Domínguez y Ramos. Ala izquierda: bajo el mando del coronel José María Flores, formada por las divisiones de caballería comandadas por los coroneles Laprida y Losa y los comandantes Lamela, Arias, Castro, Albornoz y Frías. A ello se sumaba, al igual que en el ala derecha, una columna de caballería destinada a flanquear al enemigo al mando del general Servando Gómez. Quedaron en reserva unidades de caballería mandadas por los coroneles Urdinarrain, Olivera y Arredondo[19]. 

Manuel Oribe contaba con la gran ventaja de que la mayor parte de sus oficiales eran veteranos de las guerras de independencia, de las guerras civiles y de la guerra contra el Brasil, con soldados muy fogueados y experimentados. Rivera por el contrario se encontraba con menos oficiales experimentados. Pero por sobre todo contaba con un ejército formado por contingentes que se habían formado con tropas de diferentes lugares y que respondían a sus propios comandantes - Pedro Ferré con sus correntinos y Juan Pablo López con los santafecinos – por lo que la coordinación era muy difícil. Por si fuera poco, como hemos visto, el más capaz de los oficiales el general José María Paz había abandonado el ejército conocedor de las verdaderas intenciones de Rivera.

En las primeras horas de la mañana del 6 de diciembre F. Rivera lanzó la caballería de ambas alas contra los flancos del ejército de M. Oribe. La carga fue realizada con gran ímpetu, logrando desorganizar a algunas unidades con el consiguiente peligro de que envolvieran a otras generando una ruptura del frente. Ante el peligro Oribe dispuso que la caballería de reserva reforzara los flancos. Se produjo un violentísimo entrevero cuerpo a cuerpo, entre cuchilladas, disparos, lanzazos y sablazos. En media hora se decidió la suerte del combate. 

El número, la veteranía y el excelente estado de las caballadas de Oribe se impusieron sobre las fuerzas de Rivera. Ambas alas sufrieron grandes bajas, superadas y deshechas se retiraron del campo de batalla siendo perseguidas por la caballería federal. Solamente quedó en pie el centro, defendido por la infantería de Blanco y Lavandera y la artillería de M. Chilavert. Oribe concentró su artillería contra el centro unitario y cargó a bayoneta con su infantería. Sin apoyo en los flancos por la dispersión de la caballería, rápidamente el centro unitario colapsó cayendo en poder de los federales.

La persecución sobre los vencidos fue implacable, 4.000 jinetes aniquilaron a los dispersos restos del ejército unitario. Rivera huyó del campo de batalla arrojando su chaqueta bordada, su sable y sus pistolas. Por ello el general unitario César Díaz expresó en sus memorias: todo se perdió, hasta el honor. Luego cruzó el río Uruguay y comenzó a organizar fuerzas en el norte de la Banda Oriental. Pedro Ferré también huyó, tras pasar por Corrientes, y se refugió entre los farrapos del sur de Brasil. Al llegar las noticias a Montevideo se le encargó su defensa al general José María Paz. El ejército riverista quedó completamente destruido. Sobre el campo de batalla dejó 2.000 muertos y 1.400 prisioneros. Muchos de estos últimos, la mayoría de los oficiales y sargentos, fueron posteriormente degollados como lamentablemente era usual durante nuestras guerras civiles. Perdió también toda la artillería, el parque y 24.000 caballos. Los sobrevivientes se dispersaron, huyendo a la otra banda y hacia Corrientes con lo cual toda reorganización fue imposible. Las fuerzas de Oribe apenas tuvieron 300 bajas entre muertos y heridos, lo que nos da una idea de la magnitud de la victoria. 


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