¿El programa
económico lo determinó usted o meramente se lo sugirió al Presidente? ¿Cómo era
la relación de poder entre presidente y ministro en los momentos previos al
anuncio de las medidas?
A fines de febrero
cuando teníamos ya el programa completo y comenzamos a delinear las medidas a
tomar, lo fui a ver al Presidente. El fin de semana anterior, al lunes 13 de
marzo, le expliqué, en Olivos, el programa al cual habíamos llegado luego de
los dos meses de estudio.
Cuando toqué el
tema tipo de cambio le informé que era nuestra intención (el doctor Real y yo
éramos los únicos que lo sabíamos) hacer una gran devaluación del 40 por
ciento. Le expliqué que sería una medida sumamente fuerte, pero era parte de un
programa global y simultáneo para atacar todas las causas que habían producido
la situación por la que estábamos atravesando. Le dije también que íbamos a
liberalizar totalmente el sistema cambiario. Recuerdo que el presidente Onganía
me miró fijo y me preguntó: ¿estamos en condiciones de hacer esto, con nuestras
reservas? Le contesté que no teníamos reservas en ese momento, pero que
teníamos la palabra del Fondo Monetario de que, en algunos días más, iba a
enviar a la Argentina una misión para culminar las negociaciones que ya
habíamos comenzado y que seguramente íbamos a lograr su apoyo, como finalmente
ocurrió. Le expliqué al Presidente que con un acuerdo “stand by” no
tendríamos inconvenientes en liberalizar todo el sistema cambiario, por lo que
teníamos que hacer un acto de fe en la libertad, como luego se hizo.
Creo que al
presidente Onganía le impresionó el programa de ajuste presupuestario. En
esencia, como lo demostró el tiempo, Onganía era un hombre austero y firmemente
dispuesto a apoyar lo que era una verdadera disciplina fiscal.
Recuerdo que el
domingo 12 de marzo me trasladé personalmente del Ministerio de Economía al
Banco Central, donde estaba el doctor Pedro Real con su equipo, y preparamos
todas las circulares que salieron al día siguiente. En esa oportunidad algunos
funcionarios del Central se escandalizaron ante la medida a tomar; me dijeron
que no había reservas, que se produciría una corrida al día siguiente y que las
escasas divisas, que no llegaban a 200 millones de dólares, desaparecerían en
pocos días. Entonces les expliqué que eso no sucedería, que se quedaran
tranquilos, y que si llegaba a ocurrir yo sería el único responsable. Al
respecto quiero destacar que, primero Real y más adelante Iannella, ambos de
prolongada trayectoria previa en el Banco Central, habrían de tener una intensa
y eficiente gestión en la implementación de la política monetaria y cambiaria
del programa.
Volvamos al tema
fiscal. ¿Qué hizo usted frente al panorama que había recibido, donde el déficit
era de casi el 40 por ciento de los gastos?
Hice lo primero que
tiene que hacer todo ministro de Economía. Llamé a los responsables de las
distintas áreas de gobierno y comencé a cortar gastos en todo aquello que era
posible. O sea, preparamos un programa que en definitiva resultó a fin de 1977
en un déficit de sólo el 14 por ciento de los gastos.
Si le digo que con
los derechos de exportación cualquiera baja el déficit, ¿usted qué contesta?
Nosotros teníamos
que utilizar esos impuestos, que además los declaramos transitorios, o sea que
iban a durar un tiempo determinado. Fuimos sacando los derechos del 25, del 15
y del 10 por ciento, y ya a comienzos de 1969 no se lo utilizó más como recurso
fiscal, pero si quedaron diferencias a favor de los productos con más valor
agregado.
Por otra parte, teníamos que estructurar una política de ingresos. Si queríamos ser ecuánimes, y sobre todo enfrentando la realidad política del país que había vivido desde el ’45 en adelante con la ilusión de los aumentos masivos de salarios, había que romper ese círculo y pensamos que la Argentina necesitaba la política de ingresos que finalmente hicimos. Por intermedio de los sindicatos, se había desarrollado el hábito de aumentar cada 2 o 3 meses el salario, y todo el mundo creía que de esta forma se obtenía una conquista social; pero en realidad era una lucha por la distribución del ingreso, con los trabajadores a través de los sindicatos que pretendían mantener su parte del ingreso.
Y tenían razón, porque
el Gobierno no cumplía con lo suyo; había un gran desequilibrio en las finanzas
públicas, desorden administrativo y mal manejo de los servicios públicos
estatizados. En lugar de demostrar que éramos más capaces que los “gringos”
para manejar nuestras propias empresas estatales hicimos todo lo contrario, las
manejamos mal, las tomamos como recurso político, se aumentó el personal en
forma indebida, sin cuidar la productividad ni la eficiencia.
Pero antes de entrar al tema de las empresas de Estado, permítame insistir en que teníamos que ser ecuánimes con los trabajadores. Les dijimos que le cambiaríamos el sistema, y que en lugar de darles un aumento cada dos o tres meses les prorrogaríamos los convenios. Eso fue lo que hicimos; extendimos los convenios por dieciocho meses, hecho revolucionario en ese momento, porque el país ya se había acostumbrado a la droga que significa la inflación.
Al mismo tiempo dimos
un aumento, y para que dicho aumento no premiara y castigara a los distintos
trabajadores según la época del año en que se modificaba su salario, el
mencionado aumento variaba entre el 24 por ciento, para los convenios con
vencimiento al 31 de marzo, y el 8 por ciento para los que se renovaban en
octubre y noviembre; y a los empleados estatales, que no tenían convenio, les
dimos un aumento del 15 por ciento. Esto trajo paz y tranquilidad, y un ejemplo
de ello está dado en el fracaso del paro gestado por la CGT a comienzo del
programa, que no tuvo éxito porque creo que los trabajadores argentinos ya
habían percibido que existía una política de ingresos.
En 1967 el salario
real cayó, como es de esperar en todo programa de estabilización; pero en 1968
se recuperó el poder adquisitivo del salario percibido, porque disminuyeron los
impuestos al trabajo; y en 1969 el salario real siguió aumentando en forma
sostenida. El salario real promedio del período 1967-1969 es el mayor
registrado en la Argentina durante muchos lustros.
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