A poco tiempo de haber concluido la Primera Guerra mundial, estalló en Buenos Aires una huelga general de características insurreccionales, que rebasó el ámbito laboral, tomó calles y paralizó la ciudad.1 La elite política seguía atentamente el recorrido del proceso revolucionario ruso, en medio de un clima de alerta internacional, que observaba con preocupación su repercusión en las filas obreras. En ese marco, el gobierno argentino respondió con una represión de vasto alcance.
El ejército tomó el control de la ciudad y
su acción represiva fue acompañada por la actuación de grupos civiles. La cifra
de muertos y heridos es aún hoy, a cien años de distancia, incierta. Estamos
hablando de la Semana Trágica de Buenos Aires, ocurrida entre el 7 y el 17 de
enero de 1919. Este episodio ha sido un tópico muy transitado por la
historiografía argentina (Babini, 1956;
Godio, 1972; Rock, 2010; Bilsky, 2011; Lvovich,
2003; Silva,
2011; Lvovich, 2016; Díaz, 2019;
entre otros), ya que marcó una inflexión en la dinámica del movimiento obrero y
agrupó a las distintas facciones de la clase dominante detrás de un tipo de
acción represiva poco visto hasta entonces.
La huelga en los talleres Vasena, una de las
empresas metalúrgicas más grande del subcontinente, se había iniciado en los
primeros días de diciembre de 1918. El reclamo de los trabajadores buscaba
recomponer las condiciones de trabajo que habían sido fuertemente afectadas por
la guerra.2 Por
su parte, la patronal, que se mantenía inflexible ante las demandas obreras,
había recurrido a la contratación de rompehuelgas y a vigilancia propia, a lo
cual se sumó la asignación de efectivos policiales regulares. Al mes de
iniciado el conflicto, la situación en la puerta de los talleres había
alcanzado ya un importante nivel de tensión, y en los primeros días de enero
hubo varios choques entre los huelguistas y las fuerzas de seguridad. El día 6
falleció un cabo de la policía;3 algunas
versiones sugieren que los hechos del día 7, ocurridos por la tarde, deben ser
vistos como una revancha policial. El tiroteo duró varias horas; murieron
cuatro trabajadores y hubo al menos una veintena de heridos.4 Este
episodio fue respondido con un acto de clara solidaridad: una manifestación
multitudinaria se acercó a los espacios fijados para el velatorio de las
víctimas. Un cortejo fúnebre acompañó el día 9 hacia el Cementerio del Oeste
–Chacarita– los restos de los caídos del día martes 7. A su paso, la gran
columna atravesó distintos incidentes que más adelante describiremos, y en el
cementerio fue reprimida.
La huelga general fue declarada el día 10 por las
dos centrales obreras que existían entonces: la FORA del quinto, como se
conocía a la central anarquista, y la FORA IX, de hegemonía sindicalista
revolucionaria. Mientras esta huelga se desarrollaba de manera contundente, la
dirigencia de la FORA IX se reunió con el presidente Hipólito Irigoyen a fin de
forzar la resolución del conflicto en Vasena, liberar a los presos y levantar
la huelga general. A poco de declarada la medida, el Partido Socialista ya
contemplaba su interrupción, y ese mismo día a medianoche sacó un comunicado
que llamaba a concluir la huelga, señalando la desnaturalización del movimiento
de protesta a causa de factores externos a la organización sindical. Aunque ese
comunicado fue criticado por el Partido Socialista Argentino, dirigido por
Alfredo Palacios, este también llamó a levantar la medida (Bilsky,
2011, pp. 138- 139). El Partido Socialista Internacional, que se
había declarado solidario con los obreros de los talleres Vasena desde un
principio y había invitado a participar de la movilización del día 9, adhirió,
no obstante, a la declaración de la FORA IX de levantar la huelga cuando esta
lo propuso. Así, ni siquiera la fracción izquierdista recientemente separada
del PS pudo darle un curso revolucionario a la huelga (Bilsky 2011,
p. 159). Esa tarea quedó solo en manos de una fracción de los anarquistas,
que contaban con una capacidad limitada para abordarla. Esto es importante en
la medida en que las fuerzas conservadoras hicieron otra interpretación de lo
que sucedía, y leyeron alarmadas los hechos como un conato de revolución
maximalista.
Desde el catolicismo, por otra parte, la semana que
se inició el 7 enero de 1919 se vivió como la concreción de una profecía
largamente anunciada. El diario El Pueblo, vocero central del
catolicismo argentino en ese período, reprochaba que se los hubiese tildado de
alarmistas “a los que veíamos llegar los acontecimientos...”5,
y exigía una actitud decidida de parte del gobierno, al que responsabilizaba
por el exceso de tolerancia con el crimen y por la falta de prevención para
defender los intereses y la vida de los ciudadanos. Debe recordarse que, desde
fines del siglo XIX, los católicos consideraban que en Argentina existían
condiciones para que se desarrollasen entre los trabajadores las corrientes
socialista y anarquista, lo cual era experimentado como una amenaza para los
valores cristianos. La publicación y circulación local de la encíclica Rerum
Novarum (1891) había aportado un programa con el cual los católicos
salieron a enfrentar en el terreno de las ideas y de la organización el avance
de estas posiciones en la clase obrera. Para 1919, tal línea de acción llevaba,
en la ciudad de Buenos Aires, varias décadas de trabajo. En este tiempo, el
catolicismo se había dotado de un conjunto de asociaciones –como los círculos
de obreros, los patronatos, las ligas, los centros de estudios, los sindicatos,
etcétera–, que estaban vinculadas al movimiento católico general, y al trabajo
del Arzobispado, de las principales congregaciones y de la prensa católica (Recalde, 1986;
Auzá, 1987; Mallimaci,
1992; Di
Stéfano y Zanatta, 2010; Martín, 2012; Mauro, 2010 y 2015; Gerdes, 2016; Lida, 2013 y 2015).
No obstante, el resultado de estas iniciativas había sido desigual y, para
muchos, limitado.
En aquellas situaciones de marcada conflictividad
social que se sucedieron desde principios del siglo en la ciudad, tanto la
Iglesia Católica como el catolicismo social asumieron un rol activo en la
defensa del orden social imperante. Así, por ejemplo, en la Semana Roja de
1909, la Junta Central de Gobierno de los Círculos de Obreros sacó un
manifiesto en el cual se desligaba de toda participación en la manifestación
del 1º de Mayo. Afirmaba que dicha huelga era “completamente injustificada” en
sus móviles y en su forma, ya que se había afectado la libertad de trabajo de
los demás obreros, y que la voluntad de un grupo minoritario se había impuesto
por la fuerza contra los trabajadores que pretendían continuar trabajando.6 La
Junta tomó similar postura poco después, durante la huelga convocada en repudio
al fusilamiento del pedagogo español Francisco Ferrer7,
y lo mismo sucedió tras el atentado contra el jefe de policía Ramón Falcón y su
secretario Juan Alberto Lartigau.8 En
este último caso, el catolicismo porteño repudió el atentado y reivindicó a los
funcionarios policiales.9 En
esa coyuntura, en un acto improvisado en uno de los círculos de obreros, su
presidente señaló que se imponía que
cada uno vigilara por la seguridad de todos,
descubriendo á la policía, que vela por nuestra tranquilidad, cuantas noticias
ó síntomas sospechosos adviertan en las personas que por su conducta, ó
sus opiniones, ó sus afinidades con esos centros tenebrosos, puedan ser
consideradas como peligrosas á la tranquilidad y al progreso de la patria
argentina.10
Este trabajo se propone explorar cómo el
catolicismo interpretó y actuó en los últimos años de la segunda década del
siglo XX ante ciertos episodios que daban cuenta de un crecimiento de la
movilización y la conflictividad obrera en la ciudad de Buenos Aires. En
particular, se analizan aquí las perspectivas con que el catolicismo social
porteño –especialmente aquel que se organizó en torno a los Círculos de Obreros
(1892)– intervino en la coyuntura de la Semana Trágica; qué posiciones se
tomaron en relación a la violencia desplegada por las fuerzas represivas
estatales y paraestatales, y qué tipo de iniciativas se promovieron en lo
sucesivo. En lo que respecta a fuentes documentales, se trabajará con prensa
diaria católica, socialista y comercial. Además, se han consultado las actas de
la Junta de Gobierno y del Consejo General de los Círculos de Obreros, y el
boletín parroquial de Nuestra Sra. de la Merced.
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