Resumen
El golpe de Estado de 1930 ha sido por igual un acontecimiento
relevante de la historia política nacional y un hecho algo descuidado por la
historiografía reciente. El objetivo del presente artículo es volver a poner en
discusión y debate temas que dieron forma y sentido al contexto de
inestabilidad y confrontación que caracterizó la historia argentina de décadas
pasadas. Se pretende realizar un aporte que permita una mejor comprensión de
este acontecimiento, procurando determinar con mayor precisión cómo logró el
general Uriburu llevar adelante con éxito el primer golpe de Estado que atentó
contra la institucionalidad del país y contra los cimientos mismos de un
gobierno legitimado desde las urnas. En éste artículo figura un breve detalle
de los instantes previos a la movilización cívico-militar haciendo referencia a
sus principales protagonistas, las pugnas ay diferencias presentes entre los
mismos, las bases de apoyo y el rol asumido por parte de la prensa. Para su
redacción se recurrió a fuentes directas existentes en el Fondo Documental del
general José Felix Uriburu en el Archivo General de la Nación, a la Hemeroteca
del Congreso de la Nación y de la Biblioteca Nacional Argentina.
Particularidades del golpe de Estado de 1930. El
comienzo de la inestabilidad política nacional Interpretaciones sobre el
golpe de 1930
La profesionalización de las FF.AA que avanzó de manera firme desde
fines del siglo XIX y comienzo del siglo XX con la creación del Colegio Militar
de la Nación, de la Escuela Naval Militar, de la Escuela Superior de Guerra y
con la sanción de la Ley de Servicio Militar Obligatorio no impidió la
intervención progresiva de diferentes sectores del ejército en la política
nacional. Esta cuestión adoptó características propias, como así también una forma
más nítida y contundente en torno a la gestación y ejecución del primer golpe
de Estado. Su análisis generó un tratamiento particular desde la
historiografía, donde el énfasis estuvo puesto mayormente en las
particularidades que revistió la formación militar de origen prusiano, en la
incidencia latente del nacionalismo emergente de derecha, en el debilitamiento
presente en el gobierno del viejo caudillo radical y en la formación de
alianzas opositoras de carácter destituyente. Resulta necesario introducir
nuevas variables analíticas que renueven los debates sobre este acontecimiento
tan destacado y que dio inicio a un contexto de inestabilidad política en el
país. Este artículo procura realizar un aporte diferenciado para enriquecer
nuevas discusiones a partir del abordaje e inclusión de fuentes renovadas de
origen militar como así también desde la prensa escrita. Se procura establecer
que los factores de éxito del alzamiento septembrista se debieron a factores
exógenos que anticiparon y contribuyeron luego a la caída del gobierno impuesto
por el general Uriburu hasta 1932.
El movimiento septembrista de 1930 que derivó en la destitución de
Hipólito Yrigoyen, se caracterizó por la convergencia de varios factores
algunos de ellos externos, imbuidos en un contexto de carácter más global y
complejo1. En él, confluían el impacto de la crisis de
1929, el temor a la expansión del socialismo2 y la influencia creciente de pensadores
nacionalistas y conservadores católicos (algunos de ellos del siglo pasado y
retomados en este nuevo escenario). Ante la amenaza socialista sentida como tal
desde parte de las FF.AA, por agrupaciones nacionalistas y políticos
conservadores, el general Uriburu afirmaba en su escrito titulado: Socialismo
y defensa nacional, que el Ejército era la única institución capaz de oponerse
eficazmente a las fuerzas organizadas de la sociedad que actúen desde un
impulso revolucionario. Desde su propia lógica, se identificaba al socialismo
como un peligroso enemigo que debía ser enfrentado exclusivamente por el
accionar represivo, separando claramente la órbita civil y política de la
estrictamente militar.
Entre las filas del ejército influían las concepciones de gran número de
autores como por ejemplo, los escritos y reflexiones de Joseph De Maistre,
Gustave de Bonald, Maurice Barrés, Juan Donoso Cortés, Marcelino Menendéz
Pelayo o Charles Maurras3 -entre otros-. Sus reflexiones se
reprodujeron en varios artículos de publicaciones nacionalistas argentinas a
partir de los años 20, entre las que se destacan; La Nueva República,
La Fronda (creada en 1919 por Francisco Uriburu, primo del general y
admirador del régimen fascista italiano) o Cabildo publicada
incluso durante la última dictadura cívico- militar4. El general Uriburu estaba suscripto
tempranamente a La Fronda, en 1925 a La Voz
Nacionalista y en 1927 a La Nueva República.5 En
ésta última, es donde se contrastó al fascismo italiano el caos de la
democracia nacional o donde el historiador revisionista Julio Irazusta publicó
un artículo titulado “la Constitución no es democrática”6. El golpe de Estado de 1930 marcó así el
inicio de una nueva etapa donde la noción de argentinidad estableció una
poderosa relación con la adscripción al culto católico7.
Muchos de los nacionalistas del país que pertenecían a una misma
extracción social se sumaron primero a la causa anti-yrigoyenista y luego al
objetivo golpista, utilizando estas publicaciones para difundir sus ideales
opositores y destituyentes. Resulta necesario destacar que esta acción la
ejecutaban desde un mismo conglomerado de derecha pero con diferentes
tendencias ideológicas. Un claro ejemplo de ello fue Francisco Uriburu, que a
diferencia de su primo, nunca dejó de creer en el sistema de partidos
políticos, logrando durante el gobierno de Justo (fraude imperante) una banca
de diputado por el partido conservador bonaerense.8
De acuerdo con Fernando Devoto9, el yrigoyenismo ofrecía y contenía varios
aspectos y particularidades dignas de ser criticables para el nuevo
nacionalismo argentino, (como ser su populismo y demagogia clientelar). Pero no
por ello se daban las condiciones para crear y unir en un frente social único y
masivo bajo los parámetros ideológicos de los movimientos autoritarios y
antiliberales europeos. El yrigoyenismo no apelaba desde un posicionamiento
izquierdista a consignas internacionalistas, incluso reprimió duramente huelgas
obreras y no predicaba la lucha de clases. Ante estas limitaciones, las
críticas y propuestas emergerán desde un tono elitista, antidemocrático, o en
algunos casos se mostrarán desde reminiscencias nostálgicas y conservadoras. En
otros casos se recurrirá directamente con violencia y agresividad callejera,
encarada desde organizaciones parapoliciales (toleradas desde el gobierno) como
la Liga Patriótica Argentina, La Legión Cívica y otras.
El contexto político y económico que rodeó el golpe de Estado adquirió
así características particulares, no sólo derivadas de la creciente oposición
política local contra el gobierno radical, sino en torno a la influencia de
estas ideas anti-democráticas. Estas concepciones se mostraban para el sector
uriburista, como posibles respuestas ante el nuevo escenario por venir. Pero
para ejecutar el golpe figuraban diferentes cabecillas (ambiciosos líderes de
proyectos antagónicos) como los generales Uriburu y Justo en el primer caso y
el Vicepresidente Enrique Martínez aliado al Ministro del Interior Elpidio
González, enfrentados al canciller Horacio Oyhanarte cercano al Ministro de
Guerra, el general Luis Dellepiane.
A estas líneas conspirativas anti-Yrigoyenistas debe sumarse otra que
plantea que una vez derribado el gobierno del viejo caudillo por el estallido
golpista liderado por el general Uriburu, éste colocaría como presidente a
Enrique Martínez. Esta hipótesis se sustenta en un despacho de la embajada
estadounidense, donde el embajador Robert W. Bliss afirmaba tres días antes del
golpe de Estado que el general Uriburu se encontraba un tanto exasperado por
las demoras existentes en el partido gobernante para “deshacerse” del
presidente, por lo que dicho militar actuaría al margen de dichas acciones y
apoyos, con el objetivo de eliminar incluso al parlamento. Otras fuentes
afirman que dejaría gobernar a Martínez, pero con un gabinete impuesto por él10. Este panorama de tensión creciente se vio
claramente potenciado por el rol asumido desde gran parte de la prensa,
colaborando con la conformación de un clima de agitación y desestabilización en
aumento que tomó forma acabada en septiembre de 193011.
Retomando la opinión –por cierto parcializada e interesada- del
embajador norteamericano Robert Woods Bliss expresada el 31 de julio de 1929,
que resume desde su óptica particular las problemáticas que enfrentaba el
gobierno, y anticipaba la posibilidad de un pronto levantamiento, al respecto
afirmaba: “los problemas gubernamentales y económicos están acercándose
a una situación de parálisis. No veo cómo puede seguir mucho más tiempo en el
mismo estado sin que se produzca un estallido–violento o pasivo- […]. Un
cambio de actitud de último momento podría salvar la posición del presidente
Yrigoyen, pero creo que se trata de una concesión imposible en vistas de su
edad y su deterioro mental, de modo que temo que este gobierno continuará su
marcha hacia lo inevitable”12.
Avanzando hacia el objetivo golpista, se adoptaron medidas más extremas
con un carácter netamente desestabilizante, confrontativo y violento. Hacia
1930. Juan Domingo Perón (quien formara parte de los oficiales convocados para
el levantamiento) afirmó en un escrito de su autoría de 1931, que “el
movimiento no se dirigía solamente contra los hombres que hoy usufructuaban las
funciones directivas, sino también contra el régimen de gobierno y
las leyes electorales que permitían llegar a tal estado de cosas y mantener el
gobierno en condiciones tan anormales. Que era necesario en primer término una
modificación de la Constitución Nacional, a fin de que gobiernos como el de
entonces no volvieran a presentarse; que quería que los resultados de la
revolución fueran trascendentales”13.
El golpe de Estado fue también el resultado de una serie conversaciones14 y esfuerzos organizativos de
aproximadamente tres meses (este tema se abordará en detalle más adelante), que
se tradujeron en una acción improvisada y de último momento. Los niveles de
apoyo a la figura y gobierno de Yrigoyen comenzaron a declinar debido, en buena
medida, a las presiones políticas que surgieron como consecuencia de la Gran
Depresión. En este contexto, La Nueva República dejó de
publicarse en razón de que Carulla y los demás miembros del grupo editor se
concentraron en la organización de una fuerza paramilitar: La Liga Republicana.
Esta organización llegó a contar con más de tres mil integrantes que se
enfrentaban no sólo por el control de las calles con el Klan Radical -un grupo
oficialista de similares características- sino que tenían por objetivo último
actuar en pos de derrocar al gobierno. El general Alsogaray (alineado
estrechamente a José F. Uriburu) alegó luego en sus escritos personales sobre
estos encuentros que: “a partir del primero de julio las reuniones empezaron
a hacerse más frecuentes […], nos reuníamos en locales previamente elegidos y
con pretextos que pudieran servir de justificación […] a esas reuniones
concurría el general Uriburu, entonces él ya había manifestado sus propósitos
revolucionarios […]:“”Deseo hacer una revolución eminentemente militar. Si
tenemos éxito, mi propósito es evitar al país la repetición de hechos como los
que están pasando. Creo que lo único que puede conducir a ese resultado es la
reforma de la Constitución […] me parece que la representación corporativa es
lo más práctico […] no puede terminarse con la política […] pero es necesario
terminar con los politiqueros””.
En estas reuniones conspirativas contra el gobierno radical, emergió una
nítida desconfianza a los políticos y una clara tendencia dictatorial, que puso
más adelante fin al orden legítimamente constituido. Estas expresiones no
reflejaban solamente una visión particular de quien fuera el comandante en jefe
del Estado Mayor que encabezaría el golpe de Estado en 1930. Representaban,
además, el sentir y pensar de un sector, que siendo minoritario, no por ello
dejaba de adherir con fanatismo y convicción a concepciones corporativistas y
anti-democráticas.
El 26 de agosto de 1930 el general Uriburu mantuvo un encuentro con su
amigo personal Lisandro dela Torre. El mismo se concretó en su domicilio
particular y tuvo por objetivo procurar el acompañamiento del destacado
político en el golpe de Estado cuya fecha original se programaba para los
próximos días. Según relató Lisandro de la Torre, el militar le comentó su
intención de derrocar a Yrigoyen, derogar la Ley Sáenz Peña, reformar la
Constitución Nacional y reemplazar el Congreso por una entidad de carácter
gremial, a esto la respuesta del político fue negativa. José F. Uriburu sin
poder concretar los apoyos pretendidos, buscaba en esos días, refugio y
seguridad ante la vigilancia y detenciones que se venían realizando desde el
gobierno, por lo que se alojó en la casa del teniente coronel Emilio Kinkelín
ubicada en la localidad de San Isidro.
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