domingo, 3 de enero de 2021

El sueño autonomista de Borges - Parte 2

 A principios de 1816, Tomás Juan Taboada concentraba el poder político y militar en Santiago del Estero. Borges, vio propicia la ocasión para volver a la provincia y reiniciar sus planes autonomistas, cuanto más si contaba con el apoyo de Güemes, con quien compartía ideales políticos y de nación.

En Tucumán, el designado jefe del Ejército del Norte, Manuel Belgrano, en ocasión del Congreso reunido para la Declaración de la Independencia de España, propuso que el Sargento Gabino Ibáñez fuera nombrado como Teniente de Gobernador en Santiago del Estero, proposición que fuera aprobada, asumiendo en septiembre de ese año.

El 10 de diciembre de 1816, Borges iniciaría su segundo intento autonomista. Apresaría a Ibáñez enviándolo detenido a Loreto y asumiría como gobernador provisorio. Estos hechos al llegar a oídos de Belgrano, sentenciaron su destino.

El 26 de diciembre, por orden de Belgrano, el comandante Gregorio Aráoz de Lamadrid que lideraba una expedición con unos cien hombres armados, localizó en Pitambalá a Borges y a sus seguidores, y luego de enfrentarlos en batalla, lo tomó como prisionero.

Belgrano, felicitó a Lamadrid por su acción y ordenó el fusilamiento de Borges.

“Hice notificar la sentencia al reo y le mandé poner en capilla. Este al principio se resistió a las insinuaciones que le hacía el cura para que se preparara, pero luego, más tarde, mandó suplicarme que le hiciera venir un sacerdote de Santiago, y que le proporcionara papel y tintero para sus últimas disposiciones”.

Así narraría en sus memorias el ejecutor de Borges, quien recibiría como reconocimiento un paño bordado con hilos de oro con la inscripción “Honor a los restauradores del orden”.

Juan Francisco Borges fue fusilado el 1 de enero de 1817, a la sombra de un añoso algarrobo en el paraje Santo Domingo.

El escritor santiagueño Raúl Jorge Lima relata en su cuento «El General Duda»: “La lucha interior es aún más penosa que la del campo de batalla. Por fin, vence la misericordia y el general envía un segundo chasqui a Santiago, llevando el perdón para el prisionero”.

Perdón que no llegaría porque “… en el otro campamento, en el de Santo Domingo, disponen la silla para el reo, al pie del algarrobo. Alguien menciona la posibilidad de un indulto, o la conveniencia de aguardar una confirmación. El reo exige que no se haga esperar a un caballero cruzado. Suenan los cuatro tiros; por ahora no habrá autonomía para Santiago del Estero”.

 

Una década de luchas y el sueño que revive

La cronología de los acontecimientos convulsivos iniciados con la Revolución de Mayo hasta los inicios de 1820, abrieron las puertas para el surgimiento de nuevos ideales, después de 10 años de desencuentros y enfrentamientos entre dos fuerzas, tan antagónicas como virulentas, que se repartían el poder, ya que por un lado, una minoría porteña impulsaba los principios liberales de un gobierno centralista y por otro, un partido federal, promulgaba una posición conservadora y tradicional.

Después de una década de luchas, sobrevendría lo que algunos llamaron la etapa de la anarquía, pero si se hila fino, nos daremos cuenta de que no había una ausencia de gobierno ni descomposición social alguna, sino sólo hacía falta un gobierno central que tomara decisiones firmes a favor de toda la nación, porque la organización política era latente en las provincias y estaba presente en sus luchas autonomistas.

Por eso, a partir de 1820, la Revolución de Mayo comenzó a recobrar el impulso originario del proceso de deconstrucción de su pasado virreinal, tirando por el suelo aquellas reminiscencias jerárquicas como las intendencias, dando lugar al nacimiento de las provincias, y aboliendo los cabildos, símbolos de la colonia y del período de sojuzgamiento.

Del caos estaba naciendo la nueva nación y una nueva fuerza estaba tomando forma, no del centralismo porteño, ni del conservacionismo de leal a España, sino de la solidaridad de las Provincias Unidas que veían en el horizonte la posibilidad de regirse por sí solas.

Echauri, siente miedo y rabia a la vez. Se imagina un escenario dantesco en el cual él sería el juguete de ese bruto que está agazapado para la batalla y es por eso que mandó a todos los habitantes de la ciudad a alistarse para defenderla.

Pero lo que el capitán tucumano ignora, es que el germen autonomista ya ha echado raíces y crece, crece por voluntad de un pueblo y no por el apetito de poder de un hombre.

Desesperado. El tucumano siente el terror que flota en el aire y sus ojos nerviosos leen, y releen, en ese papel ajado y amarillento aquellas palabras: “No puedo ser más sensible a los clamores con que me llama ese pueblo en mi auxilio por la facciosa opinión que sufre indebidamente de V.S. para cimentar de mucho su esclavitud. Me hallo ya a las inmediaciones de ese pueblo benemérito y si V.S. en el preciso término de dos horas desde el recibo de esta intimación, que desde luego lo hago, no le permite reunir en un cabildo abierto a manifestar su voluntad, cargo con toda mi fuerza al momento”.

Reconoce que la advertencia es real y que esas palabras deben ser tomadas en serio, pero Echauri se equivoca, una vez más se equivoca. El miedo y la soberbia lo empujan al equívoco y decide presentar batalla para encontrarse frente a frente con Ibarra.

Juan Felipe Ibarra enfrentó aquel día a las tropas tucumanas en inmediaciones de la Iglesia de Santo Domingo, y como si se tratara de una premonición, desde el corazón de la tierra que rodea al añoso algarrobo surge la unción y el valor, la aprobación y la fuerza para que el Comandante de Abipones, venciera a Echauri.

La fiereza de aquellos santiagueños, dicen los que sabe, no tuvo resistencia tucumana que en menos de 15 minutos ya estaban derrotados y sin un líder que los guiara a un destino de gloria.

Una asamblea popular elige por unanimidad como teniente de gobernador a Juan Felipe Ibarra, iniciando una nueva etapa de gobierno.

Una vez en el gobierno, Ibarra proclama un nuevo cabildo abierto y el 27 de abril de 1820, los electores de ese cabildo, afecto a la causa autonomista, proclaman la Autonomía santiagueña del poder y decisión del gobernador de Tucumán.

“Con Borges –dice Alén Lascano- la lucha se centró en manos de notables del ámbito urbano, sin un respaldo general. Con Ibarra se dio la participación social del conjunto urbano-rural santiagueño que hizo realidad la autonomía bajo un categórico signo federal”.

Doscientos años después, la Autonomía Provincial nos encuentra en paz, en el contexto de país organizado, honrando a sus impulsores y recordando que su inspiración federal nos convirtió en lo que somos y nos alienta a ser mejores ciudadanos.

Levantemos en alto las banderas del federalismo, el cual está representado en esa bandera santiagueña que como dijo el Licenciado René Galván en el acto protocolar por el 199° aniversario, realizado el año pasado, al pie de los bustos de los próceres en el Parque Aguirre: “que esta bandera impregnada de rojo federal sea testigo de nuestra vocación federal y popular, por la memoria de quienes nos precedieron, por la esperanza de nuestros hermanos santiagueños y por el compromiso de las generaciones futuras. Decimos desde aquí, ¡Viva la Autonomía! ¡Viva Santiago del Estero!”.

 

Por Daniel Alfredo Anchepe, Profesor y Periodista

https://diariolapluma.com.ar/auto/?fbclid=IwAR01ae8IETdImgMjOhZ1hMKAlySjYt6LUHOlI9AAY8wG9Ul7wOc9R1l6COk

 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario