RESUMEN
El artículo reconstruye la
intervención de una serie de grupos y revistas estudiantiles de Argentina que,
entre 1918 y 1922, intentaron que el naciente movimiento de la Reforma
Universitaria se ligara a la hora revolucionaria internacional inaugurada por Rusia
y con ello a las izquierdas bolcheviques locales. Al iluminar el entusiasmo
revolucionario de los estudiantes, nos proponemos mostrar que la reconocida
identidad latinoamericana y antiimperialista de la Reforma, como ha sido
identificada por la historiografía sobre el tema, recién prima después de 1923.
Pero también buscamos, por un lado, matizar la tesis que sostiene que el
movimiento estudiantil argentino mantuvo en las primeras décadas del siglo XX
una posición política moderada y, por otro, aportar nuevas precisiones a los
trabajos sobre la recepción de la Revolución rusa y el mapa de las izquierdas
argentinas.
Introducción
A mediados de 1918 estalla en la ciudad
argentina de Córdoba una revuelta estudiantil que daría inicio a un prolongado
movimiento político-cultural de alcance latinoamericano: la Reforma
Universitaria. Los estudios históricos tienden a enfatizar que, a diferencia de
la expresión peruana que dio origen a la Alianza Popular Revolucionaria
Americana (APRA) y la cubana (central en la fundación del Partido Comunista),
el proceso de la Reforma Universitaria argentina se identificó con una
izquierda moderada que, sin una clara traducción política, convergió con el
arielismo, la teoría de las generaciones de Ortega y Gasset y el antiimperialismo
latinoamericano.1 Esa
lectura, ampliamente aceptada en la historiografía argentina, es matizada por
la reconstrucción realizada por el líder anarquista Juan Lazarte, la
historiografía del Partido Comunista y las investigaciones de Horacio Tarcus.2 Desde
distintas perspectivas, estos trabajos muestran que el entusiasmo que despertó
la Revolución rusa en algunos estudiantes dio lugar a diversos grupos distantes
de la izquierda moderada.
A partir de una minuciosa búsqueda
biblio-hemerográfica y de las recientes investigaciones sobre los anarquistas
bolcheviques argentinos,3 el
presente artículo rescata del olvido a esos grupos e iniciativas estudiantiles
que durante el "trienio rojo argentino" (esto es, durante el agitado
ciclo de protestas obreras y de revitalización de las izquierdas
revolucionarias que, en consonancia con países vecinos y remotos, se registró
entre 1919 y 1921) bregaron por que el movimiento de la Reforma Universitaria
se vinculara a una ideología y práctica revolucionarias. Específicamente, las
colecciones de revistas y folletos conservadas en el CEDINCI, el Museo Dr.
Emilio Azarilli de la Universidad Nacional La Plata, el Museo Histórico
Provincial de Rosario y el fondo hemerográfico de la Federación Libertaria
Argentina nos permitieron reconstruir una (hasta ahora desconocida) red
estudiantil bolchevique, tramada entre distintas ciudades argentinas por las
revistas reformistas Bases (Buenos Aires, 1919-1920), Clarín (Buenos
Aires, 1919-1920), Insurrexit (Buenos Aires, 1920-1921), Mente (Córdoba,
1920), Alborada (La Plata, 1920-1921), Verbo
Libre (Rosario, 1920-1921), La Antorcha (Rosario,
1921-1923), Germinal (Rosario, 1922-1923) y Germinal (La
Plata, 1919-1920).4
Esas revistas muestran que no pocos
estudiantes definieron su participación en la Reforma a partir de la convicción
de que el éxito bolchevique inauguraba una hora revolucionaria internacional
que necesitaba tanto la unión obrero-estudiantil como el trazado de proyectos
revolucionarios comunes entre tres familias políticas hasta entonces (y poco
después) fuertemente enfrentadas, la socialista, la anarquista y la
sindicalista. Como mencionamos antes, ese entusiasmo revolucionario
probolchevique no fue recordado por los estudios sobre la Reforma (en los que
primó el énfasis en el latinoamericanismo antiimperialista del líder
estudiantil y principal compilador de documentos, Gabriel del Mazo).5 Este
entusiasmo tampoco fue inscrito en la historiografía argentina del anarquismo y
del socialismo. Ambas historiografías fueron elaboradas en un momento en el que
los anarquistas y los socialistas se definían rotundamente antibolcheviques y
tenían una finalidad apologética, de modo que, en lugar de recordar el
entusiasmo inicial ante la revolución de los soviets de anarquistas y
socialistas, así como los proyectos comunes con otras familias políticas
emprendidos entre 1919 y 1922, estos optaron por subrayar una coherencia
anarquista y antibolchevique, en un caso, y un decidido socialismo
antibolchevique, en el otro. Teniendo en cuenta todas estas particularidades,
seguimos la hipótesis de que la identidad latinoamericana y antiimperialista de
la Reforma estuvo antecedida en Argentina por una entusiasta identidad
revolucionaria e internacionalista, y nos proponemos complejizar no solo la
aproximación a los orígenes del movimiento estudiantil, sino también los
estudios sobre la recepción de la Revolución rusa y el mapa de las izquierdas
argentinas.
El estallido de la Reforma
Universitaria
Desde fines de 1917, un grupo de
estudiantes y jóvenes graduados de la Universidad Nacional de Córdoba se reúne
en el Comité Pro-Reforma de la universidad para reclamar la democratización del
gobierno universitario y la renovación de los planes de estudio. A diferencia
de las modernas y cientificistas universidades de Buenos Aires y de La Plata,
la pequeña universidad cordobesa estaba gobernada por una planta docente de
impronta, en su mayoría clerical-conservadora, que controlaba los programas y
el ingreso de los nuevos profesores.6 En
abril de 1918 dos representantes del Comité viajaron a la capital del país para
gestionar ante el presidente de la nación, Hipólito Yrigoyen, la intervención
de la universidad.7 Días
después, Yrigoyen decretó la intervención y en las semanas siguientes fueron
removidos varios profesores y se celebró la elección de nuevas autoridades.
Mientras que los decanos fueron elegidos sin muchos inconvenientes, la elección
del rector, ocurrida el 18 de junio de 1918, iniciaría la Reforma. A través de
una maniobra fraudulenta, la camarilla profesoral conservadora consiguió erigir
a su candidato, el Dr. Antonio Nores. Al conocer el resultado, el grupo que promovía
la renovación irrumpió en la asamblea y comenzó una toma que se reconocería
como el inicio simbólico del movimiento político-cultural de la Reforma.
La inmediata conversión del conflicto
cordobés en un amplio frente liberal y anticlerical, primero de alcance
nacional y poco después latinoamericano, no hubiera sido posible sin la previa
vinculación estudiantil. Desde hacía algunos años, los estudiantes de Buenos
Aires se congregaban en la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) y en
el Ateneo de Estudiantes Universitarios, que editaba, bajo el liderazgo del
joven José María Monner Sans, la revista Ideas (1915-1919). En
ambos grupos participaron los jóvenes cordobeses, quienes, en su estadía
porteña de abril de 1918, fundaron, junto con los representantes de las otras
cuatro universidades del país, la primera agrupación estudiantil de alcance
nacional, la Federación Universitaria Argentina (FUA). Si la FUA y sus
federaciones regionales fueron las primeras plataformas organizativas del
emergente movimiento estudiantil, el Congreso Nacional de Estudiantes de julio
de 1918, organizado en Córdoba bajo los auspicios de Yrigoyen, ofreció la
primera instancia de discusión ideológica.
La expansión del conflicto estudiantil
más allá de Córdoba y su reformulación en un movimiento inscrito en las
izquierdas también fueron posibles por la nueva composición social del
estudiantado y el convulsionado clima político internacional. Desde principios
del siglo XX, entre los estudiantes se encontraban no solo los hijos de la
elite político-económica, sino también los de las clases medias acomodadas.
Estos jóvenes, que no iban a coronar su formación con el viaje europeo,
alentaron la creación de agrupaciones y revistas estudiantiles que procuraban
la formación cultural y política de la juventud culta. Así mismo, desde 1918
este componente del estudiantado no evitaría pronunciarse sobre la relación de
los estudiantes con el movimiento obrero. Esto se debía a que, en el momento
que se inicia el conflicto universitario cordobés, las noticias sobre la Gran
Guerra, la Revolución rusa y los movimientos insurreccionales europeos, así
como la creciente conflictividad de los obreros argentinos, habían abierto importantes
expectativas revolucionarias en las izquierdas argentinas y habían motivado la
politización de muchos intelectuales. Al definir su posición, las agrupaciones
y revistas estudiantiles iniciaron la confrontación entre dos figuras de
estudiante: frente al "niño bien", que en su tránsito por la
universidad confirmaba (o alcanzaba) su pertenencia a la elite
político-económica, emergía un estudiante ligado a la cultura de izquierdas,
que, si bien se mantenía a distancia de los partidos políticos, bregaba por la
emancipación del género humano, ya fuera a través de una ciencia preocupada por
las injusticias sociales, de los proyectos de extensión universitaria o de la
solidaridad obrero-estudiantil.
Antes de analizar la red estudiantil
construida por los jóvenes que se propusieron la identificación de la Reforma
con la revolución social, detengámonos en el horizonte político que la Rusia
bolchevique abrió en las izquierdas argentinas.
Ante las noticias de la Revolución rusa
La prolongación de la Primera Guerra
Mundial dividió al movimiento socialista mundial entre una fracción que apoyó a
los respectivos ejércitos nacionales y otra que, persistiendo en el
internacionalismo, se asumió neutral. En cambio, entre los anarquistas la
posición ante el conflicto bélico no produjo demasiadas escisiones: las
diversas fracciones tendieron a coincidir en que se trataba de una guerra
imperialista entre Estados a los que el anarquismo combatía. Sería la
Revolución rusa la que fragmentaría tanto al movimiento socialista como al
anarquista y la que, de igual modo, posibilitaría una breve convergencia entre
socialistas revolucionarios y anarquistas bolcheviques.
En efecto, casi todo el anarquismo
argentino y una parte importante del socialismo interpretaron el acontecimiento
ruso no como una respuesta particular a características locales, sino como el
inicio de una ola revolucionaria internacional en la que se jugaba la
emancipación de la humanidad. Como mostró Edgardo Bilsky,8 esa
"aceleración" de los tiempos revolucionarios motivaba el renacimiento
de la militancia de todo el arco de las izquierdas argentinas. Entre los
socialistas se discutía el reemplazo de la vía parlamentaria y gradualista (que
venían impulsando, en confrontación con los anarquistas, desde fines del siglo
XIX) por una vía revolucionaria. Quienes se adhirieron a esta última vía
animaron la fracción Claridad del Partido Socialista (PS) e intentaron, sin
éxito, que el IV Congreso Extraordinario del PS, de enero de 1921, se vinculara
a la Internacional, o bien se incorporaron al Partido Socialista Internacional
(PSI).9 Por
su parte, los anarquistas creyeron que los tiempos revolucionarios necesitaban
una renovación de su proyecto cultural y la unificación del movimiento obrero.
Así, además de enviar a Rusia a un militante obrero para vincular el movimiento
argentino con los revolucionarios soviéticos, emprendieron nuevos intentos para
que la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) del V, de identidad
anarcocomunista, convergiera con la FORA del IX, sindicalista.10
Por esos años tenían lugar en España
masivas movilizaciones e insurrecciones obreras, al tiempo que en Alemania e
Italia se abría un "trienio rojo". A partir de una minuciosa reconstrucción
de la militancia anarquista, Andreas Doeswijk sostiene que también Argentina
tuvo su trienio rojo. Este se compuso de los numerosos conflictos sociales
desplegados entre noviembre de 1918 y diciembre de 1921: las huelgas rosarinas
y porteñas de los policías agremiados en sindicatos anarquistas, la Semana
Trágica, las huelgas en La Forestal, el Verano Rojo, la huelga de los maestros
de Mendoza, la huelga de los marítimos, la Huelga de las Bombas y los reclamos
de los peones de Santa Cruz en 1921.11 Tanto
los miembros del PSI como los anarcobolcheviques alentaron estas
movilizaciones, pero fueron los segundos quienes lograron mayor inserción en
los conflictos, sobre todo gracias a los puestos clave que ocuparon hasta 1922
en la FORAV. Entre los líderes anarcobolcheviques se encontraban Enrique García
Thomas (quien financió la mayoría de los emprendimientos editoriales), José
Vidal Mata, Elías Castelnuovo, Hermenegildo Rosales, Pierre Quiroule, Eva Vivé,
Atilio Biondi, Julio R. Barcos, Nemesio Canale, Antonio Gonçalves, Sebastián
Ferrer, Leopoldo Alonso, Santiago Locascio, José Torralvo y los jóvenes
militantes estudiantiles, Juan Lazarte y Luis Di Filippo.
Más allá de la discusión en torno de un
trienio rojo argentino, el estudio de Doeswijk sobre los anarcobolcheviques,
así como el de Roberto Pittaluga y las investigaciones basadas en los archivos
de la Internacional Comunista, ponen de manifiesto dos rasgos que renuevan la
historiografía de las izquierdas argentinas y sugieren características poco
exploradas del movimiento estudiantil. En cuanto al anarquismo, la
investigación de Doeswijk cuestiona la idea (que consiguió instalar en 1925 el
libro El anarquismo en el movimiento obrero de Diego Abad de
Santillán y Emilio López Arango) de que el movimiento anarquista argentino, en
su totalidad, se opuso ya en 1917 a la Revolución rusa, pues desde un comienzo
habría sido evidente que los soviets, en lugar de disponer una organización
descentralizada afín a la doctrina libertaria, respondían a un estatismo
dictatorial. En contraste con esa descripción, Doeswijk muestra, por un lado,
que entre 1917 y 1919 todo el anarquismo argentino apoyó la revolución de los
soviets e incluso incorporó términos marxistas como "dictadura del
proletariado", "ejército rojo" y "prerrevolución". Por
otro lado, este autor prueba que fue en 1919 cuando efectivamente el movimiento
anarquista se escindió en una fracción "pura" (enfrentada al
autoritarismo bolchevique) y otra "anarcobolchevique" (para la que el
comunismo bolchevique era la etapa previa al comunismo libertario), que recién
en 1921 fue un bando minoritario entre los anarquistas.
En efecto, a pesar de ser descalificados
como "camaleones" y "anarcodictadores" (e incluso de ser
considerados "enemigos directos" del movimiento anarquista), hasta
mediados de los veinte los llamados anarcobolcheviques argentinos persistieron
en el acercamiento del anarquismo a la Revolución rusa y mantuvieron relaciones
con la Internacional Comunista. En cuanto a esta relación entre Rusia y la
izquierda argentina, aunque la historiografía del comunismo argentino sostuvo
que desde un comienzo el PSI fue admitido por la Internacional, los archivos de
esta muestran que ello ocurrió a mediados de 1922. Hasta entonces la
Internacional tendió a creer que el movimiento obrero argentino tenía su
dirección revolucionaria en los agiornados y bolchevizados exanarquistas, que,
evolucionando hacia concepciones marxistas, editaron entre abril y mayo de 1919
en Buenos Aires el diario obrero Bandera roja y, luego de su
clausura, el diario rosarino El Comunista (1920-1921) y el
porteño El trabajo (1921-1922), y prometían a la Internacional
tanto la unificación de las FORAS como su inscripción en la Internacional
Sindical Roja.12
La confianza de la Internacional no
carecía de respaldo. El PSI se vinculaba a los emisarios rusos, apoyaba la
Revolución rusa desde su semanario La Internacional y buscaba
insertarse en los sindicatos. Pero eran los anarcobolcheviques quienes lograban
más inserción en los conflictos sindicales. Esto se debía a que, además de
editar los mencionados periódicos obreros, los anarcobolcheviques militaron en
obrajes y fábricas, participaron de las instancias resolutivas de la FORA del V
y de la FORA del IX y crearon colecciones de folletos y mensuarios
político-culturales, entre los que se destacaron Cuasimodo (Panamá,
1919-1920; Buenos Aires, 1921) y Vía Libre (Buenos Aires,
1919-1922).
La recuperación de las diversas
publicaciones anarcobolcheviques les permitió a Doeswijk y Pittaluga reponer
los tensos debates que se abrieron en el movimiento obrero y cultural argentino
luego de la insurrección obrera de la Semana Trágica (enero de 1919) y de la
inmediata organización de las derechas en torno de la Liga Patriótica Argentina
(LPA) y la Gran Colecta Nacional de la Iglesia católica. Pero ambas
investigaciones dejaron sin rastrear la presencia de los militantes libertarios
y filobolcheviques entre los líderes de la Reforma Universitaria, así como su
vinculación con el movimiento obrero. El rescate de distintas revistas
estudiantiles editadas entre 1919 y 1922 nos permitirá precisar los rasgos de
esa minoría que intentó radicalizar la Reforma.
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