domingo, 27 de octubre de 2019

Los viejos Baños públicos de las Barrancas de Belgrano - Parte 2



El ombú protegía, contra los rayos del sol inclemente con su corpulencia, con la frescura de su verde y perenne fronda, y, en las noches de luna distraía su monotonía proyectando sobre el suelo extrañas, fantásticas y trágicas sombras, que iban cambiando de forma, obedeciendo inconscientes al lento andar del pálido astro.

Frente a la esquina de Casa, estaba este ombú y aun sobrevive, pues parece se hubiera impuesto a la fiebre de destrucción y de odio a la tradición de que hacen gala nuestras autoridades edilicias.
Sobrevive, porque es tan grande lo que simboliza que las generaciones que se han ido sucediendo, parece no se hubieran atrevido a afrontar las iras del señor de las pampas, que acostumbrado a luchar con los años, con los vientos, con los huracanes y con las tempestades, los hubiera arrollado con el fruncir de su entrecejo iracundo por irreverentes y atrevidos.

Como digo, al pie del ombú, llegaban las caravanas y allí pasaban un par de horas en amena conversación, unos, hablando de bueyes perdidos, otros de amor… tema siempre obligado, cuando no se ha llegado a una edad determinada de la vida en que prudentemente, se debe callar.

En la barranca no había más luz que la de la luna, ni más música, que la armonía melodiosa de las palabras de amor, que se pronunciaban a flor de labio, muy quedo, muy quedo, como para no ser oídas, sino comprendidas, y si se comprendía que eran oídas, era por el temblor de unas manos que se encontraban y sin querer se acariciaban.

¡Este sitio parece hubiera sido hecho por Dios, para el amor, todo era poesía, silencio, sombra y luna!

La banda iba a la plaza, frente a la iglesia; allá era la reunión popular, la barranca era su antítesis.
Un día resultó estrecho el abrigo del ombú y la sociedad emigró al tercero, ubicado en un semicírculo, en la eminencia de la barranca; iba más gente, la plaza empezó a desbordarse, un día, hizo su aparición una pareja, y nació por primera vez en boca de nuestras niñas esta pregunta, hasta entonces desconocida: ¿Quién es?… ¡No sé! Luego llegó otra, igual pregunta. ¿Quiénes son? ¡No sabemos!… Mirábamos esas gentes nuevas con curiosidad, sentíamos como un temor instintivo, como la sensación de un peligro oculto, y un sentimiento de propia conservación, nos hacía mirar con malos ojos a esos burgueses.

¡Pobres! … No hablaban con nadie, miraban azorados, andaban como oveja en corral ajeno y concluyeron por irse, mas después volvieron, primero uno, luego dos, tres, cuatro, y de este modo se fue metamorfoseando el nocturno lugar de reuniones. Un buen día llegó la banda, tras ella la multitud y como el frío hace emigrar las golondrinas, huimos los viejos amigos del ombú, dejándolo pensativo y triste, meditando sobre la fragilidad de las cosas humanas, rodeado de fulgurante luz de arco voltáico, de una banda sonora, de pavimento reluciente, de artística balaustrada de mampostería que lo circunda, que es, lo que el transeúnte de hoy considera como un progreso y que el viejo ombú, desde el fondo de su alma centenaria, mira como su cárcel, como sus cadenas, sólo envidiando al melancólico sauce, que en silencio puede llorar el pasado que se va.


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