sábado, 26 de octubre de 2019

Los viejos Baños públicos de las Barrancas de Belgrano - Parte 1


Las Barrancas de Belgrano ofrecían en otros tiempos gran diversión para los días de verano. Allí, en 1883, se inauguraron los Baños públicos, dos piletas con sus trampolines a cielo abierto –una para señoras y otra para caballeros-, rodeadas por una tapia de madera para proteger a los concurrentes de los curiosos. Poseían también una confitería muy concurrida, que constituía un agradable lugar de reunión para  las familias, “donde se tomaba el aperitivo y se charlaba amenamente después del baño”.

A continuación transcribimos un texto con los recuerdos de aquel rincón del Buenos Aires de antaño.

Fuente: Ricardo Tarnassi, Belgrano de antaño: recuerdos e impresiones, Buenos Aires, 1922, págs. 91-97.

Las Barrancas, los Baños, el ombú

Las barrancas de Belgrano han sido siempre un lugar pintoresco por excelencia como en la actualidad, y fueron siempre tres, pero algo más reducidas,  pues en una existían los baños públicos y en otro estaba ubicado en un extremo, una propiedad privada, que luego fue expropiada para ampliarla.

Los baños eran realmente hermosos. No es posible comprender cómo pudieron desaparecer, y cómo pudo llegar a la quiebra la sociedad fundadora.

Ellos no constituían solamente para Belgrano un establecimiento de higiene, sino un agradable lugar de reunión de las familias, pues en su rotonda, en las horas matinales, funcionaba una confitería, donde se tomaba el aperitivo y se charlaba amenamente después del baño.

El establecimiento contaba con dos amplias piletas de natación, una para señoras y otra para caballeros, y tenían si mal no recuerdo, unos cinco metros de ancho, por diez o doce de largo, con una profundidad apreciable, donde podían maniobrar y ejercitarse cómodamente los nadadores en el trampolín.

Los baños estaban circundados por una como tapia de madera, sus piletas al aire libre, y cubiertas con un gran toldo corredizo, que resguardaba a los bañistas de los rayos del sol, y todo el local, a su vez, estaba rodeado de frondosos y levados sauces llorones, que daban al paraje poesía, encanto y frescura.

Yo alcancé a gozar de los baños, siendo aun niño y tuve la inconsciente felicidad de haberme bañado en la pileta que envidiaba la muchachada, la de las señoras, quienes al ver que mi madre me metía en el agua, corrían cariñosas a estrujarme y  besarme  (dicen que era una ricura). ¡Y yo tonto no comprendía, no apreciaba todo lo que eso iba a valer más adelante!… Por eso me besaban, porque no comprendía, y las muy pícaras no corrían peligro alguno… ¡Ahijuna!… si yo pudiera como aquel doctor nación, volver a ser chabón!…

Muchos años los vi cerrados, hasta que un día recibí la noticia de su clausura definitiva y siempre que paso por allí, miro el sitio donde estuvieron, me detengo a contemplar los añosos sauces que fueron mudos testigos de lo que bajo su verde fronda vieron y operaron en su larga vida de silenciosos centinelas de esos parajes.

En lo alto de la Barranca y a espaldas de los Baños, se erguía majestuoso el rey de la pampa, el ombú… lo llamaban el primero, pues había dos más, uno frente a lo de Bilbao y el otro a lo de Agrelo, tan hermosos uno como otro, pero el primero en la época a que aludo ofrecía a nuestra generación, más encantos, más atractivos, y efectivamente, en las noches calurosas del estío, después de comer,  veíase salir a las familias de sus casas, que en el camino uníanse a otras y así, formando caravana, dirigíanse, ya cantando una vidalita, un triste o una canción en boga al pie del ombú, donde se sentaban las niñas con sus amigos en las toscas raíces que el gigante extendía por  el suelo, cual tentáculos de enorme pulpo, a guisa de rústico banco, brindando así, comodidad a quienes iban a distraerlo durante la noche, con sus cantos, sus charlas y sus alegrías juveniles, en su inmensa soledad, llevando así a su alma milenaria un poco de dicha que atempera su eterna melancolía.

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