jueves, 25 de julio de 2019





RADICALES JOVENES
ADIOS A LOS PRÓCERES

POCOS dudaban después de junio de 1966 que un silencio total e irrompible había caído sobre los radicales para quedarse por lo menos un buen tiempo. Desalojados del Gobierno sin pena ni gloria —y con un leve consenso popular— su panorama inmediato era, si no desastroso, por lo menos bastante oscuro: desgastados, con una programática desquiciada o inexistente y corroídos por desinteligencias internas (un sector bastante importante renegaba de las tácticas desarrolladas por Illía), los radicales debían prepararse para una estadía bastante opaca en el llano. Durante dos años nadie se acordó demasiado de ellos ni los extrañó —los almuerzos frustrados del ex presidente no contribuían a ello, precisamente—, pero veintiocho meses más tarde algo parece haber cambiado en el esquema. Hasta aquí solamente las reuniones clandestinas, los contactos con dirigentes del interior, las efímeras reuniones callejeras, habían constituido el arsenal con el que el radicalismo planteó su lucha contra el Gobierno; desde fines de septiembre todo indica que el arsenal será la inteligencia en lo sucesivo. Por entonces nació en el norte la Proposición de Tucumán, un documento engendrado por la generación intermedia de la UCRP, que es una especie de declaración de guerra contra el radicalismo hasta aquí conocido. (Y, según algunos, padecido). 

La Proposición Tucumán sugiere la unión de todos los radicalismos —incluidos los desarrollistas del MID y los alendistas de la UCRI— ; marca la apertura, el afloramiento de una nueva ideología radical. A partir de ahí es que conviene poner el ojo sobre los radicales Jóvenes, adscriptos o no a la declaración de Tucumán, para advertir sus aportes a una política moderna en el país. Corría octubre cuando uno de los Jóvenes radicales se quejó ante EXTRA de la cerrazón del periodismo respecto a las posturas de los nuevos políticos. Resulta difícil negar razón a esa protesta y así es que está revista se reunió con cinco nuevos radicales para analizarlos y que ellos analizarán el país y su futuro. La charla dejó, finalmente, esta secuela:


.. .Y HUBO UN ORIGEN


Cuando vuelve hacia 1966 Antonio Tróccoli apela a una rápida frase para definir la situación del radicalismo:: "Estábamos completamente incomunicados". Y después completa: "Ninguno de los actos de gobierno tenía mala fe, pensar eso sería una aberración. Lo que ocurría es que se daba un poco por sentada la anuencia del pueblo y eso conducía a la incomunicación con él. Estábamos encerrados en nosotros mismos". No cabe duda que era así. "Sin embargo, desde 1966 para acá el volumen de comunicación ha crecido y sabemos mejor que es lo que quiere el pueblo, cómo lo quiere y, fundamentalmente, cómo se lo podemos dar", demuestra Tróccoli; pero mantiene aún una reserva: "El problema es que estamos un poco cristalizados; la gente vive una especie de conformismo que más bien parece apatía, los universitarios están desorientados y han perdido la coherencia programática". No cabe duda que a una situación así no se llega ni por osmosis ni por arte de magia, algún culpable tiene que haber. "Es cierto —descubre Tróccoli—, estamos en una varadura; a nosotros nos resulta más difícil que a nadie salir y a nosotros es quizá a quienes menos caso se hará momentáneamente: somos en gran parte los culpables de la crisis". Que sus correligionarios no se opongan a la explicación de Antonio Tróccoli significa que el reconocimiento de la culpa se ha convertido —o se está convirtiendo— en un sentimiento generalizado entre los radicales. Conque solamente la nueva camada radical ejercite esa catarsis —que ya es bastante— el terreno estará preparado para otras ideas, más acordes a la época.


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