miércoles, 26 de junio de 2019

LORENZO LUGONES (1796 - 1868) - Parte 3


El general Belgrano, hombre de orden y de más capacidades que todos los que hasta entónces se nos habian presentado, restableció muy luego en el ejército la moral, sujetándolo, á costa de ejemplares sacrificios, á una estricta subordinación y disciplina. Pudo restablecer en regular forma una provisión y un hospital, una maestranza, una academia práctica, un cuerpo de ingenieros y un tribunal militar; pasaba revistas diarias, y como todo lo examinaba por sí mismo, juzgaba de las cosas con pleno conocimiento, y remediaba oportunamente los males.

El general Belgrano, el único indicado para salvar la Pátria en aquellas circunstancias, aparecía en todas partes como el ángel tutelar, trabajando sin descanso, rondaba el ejército de día y de noche, para imponerse de todo lo que podía ocurrir, se puede decir que nada se ocultaba á su celo y vigilancia: de modo que cuando recibía un parte, ya él estaba en los antecedentes de lo sucedido. Los soldados del ejército, no podían clasificar mejor el mecanismo y escrupulosidad del General, que llamarle el chico majadero, el curioso bomberito de la Pátria.

Mientras que el general Belgrano trabajaba en la mejora del ejército, nosotros trabajábamos también en nuestra vanguardia, en igual sentido, atendiendo al enemigo y á la disciplina de nuestra tropa á órdenes de un jefe que se manejaba con las mismas máximas de Belgrano, se puede decir que el ejército en muy breve tiempo dió notables avances en su moral y disciplina, la Patria podía contar con soldados que habían comprendido ya la profesión militar; un oficial de cualquier graduación que fuese, más quería ser destinado al punto más peligroso que recibir una reconvención del general Belgrano.


El heroico éxodo iniciado en Jujuy (agosto, 1812)

Tal fué nuestro estado, cuando hacia fines del mes de agosto, el enemigo hizo sobre nosotros un rápido movimiento y cargó con velocidad por varios puntos y á pesar de que fué sentido, no nos dejó más tiempo que el muy necesario para demoler nuestra fortificación de campaña, arrear nuestras provisiones y reunirnos al cuartel general, con la pérdida de muchos oficiales y tropa que cayeron prisioneros en varias guardias y partidas avanzadas que fueron sorprendidas.

El general Belgrano, esperó con resolución los últimos instantes, destacado, ó en franqueza diré mejor, en los suburbios de la ciudad de Jujuy. Se puede decir, que un exceso de delicadeza, honor y aun un cierto despecho patriótico, le hicieron adoptar el riesgoso plan de retirarse al frente del enemigo con el ejército en masa, cubriendo la retaguardia de las familias de Jujuy y Salta que emigraban con nosotros; ejército y familias, con pequeños intérvalos, formábamos á la vez una sola columna. El enemigo entraba á la plaza cuando nuestro ejército desfiló en retirada, cubriendo sus espaldas con reforzadas guerrillas, que á pesar de las ventajas del local y los esfuerzos que hacíamos, no éramos suficientes para contener á un enemigo que con dobles fuerzas nos perseguía con tenacidad sin dejarnos descansar: nuestra retirada llegó á ser tan apurada, que tuvimos que pasar por muchos momentos de conflicto y desesperación; entretanto el general Belgrano, recorria la columna de punta á cabo, dando órdenes que se habían de cumplir bajo pena de la vida, mientras que los valientes Díaz Velez y Balcarce sostenian la retirada del ejército y las familias, peleando dia y noche con la vanguardia enemiga.

Al pasar por Cobos y el Campo Santo, un imprevisto acontecimiento nos puso en conflicto, en el acto mismo que se ejecutaba la orden de fusilar dos soldados que se habían desviado de la columna con ánimo de desertar: hizo una tremenda explosión una carreta de municiones que se incendió de un modo inaveriguable: este fatal incidente, que en breves instantes llegó á noticias del enemigo, fué para nuestros soldados una señal de mal agüero que acabó de desalentarlos, y como por una precisa coincidencia, la persecución del enemigo, desde ese momento fué más activa, más tenaz y ofensiva, al paso que nuestra retirada se hacía más enérgica; ni ellos ni nosotros pudimos tener un descanso de dos horas completas, en el espacio de sesenta y más leguas andadas en cinco ó seis días con sus noches, dejando muchas veces reses carneadas en el camino, que el enemigo las aprovechaba, porque nosotros no teníamos tiempo para asar carne.



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