En 1807, durante la segunda invasión de los ingleses, esa Plaza de Toros fue escenario de duros combates. Sirvió como baluarte para los defensores de Buenos Aries y fue allí donde se rindió el general Whitelocke. Las huellas del enconado combate la dejaron maltrecha. Sus muros quedaron en muy mal estado y desde entonces comenzó su decadencia que, sumada a las críticas de los opositores a estos espectáculos, auguraban su inminente desaparición. Destino final que le esperaba, no sólo por la crueldad de los espectáculos taurinos que allí se ofrecían, sino, porque la descomunal construcción, había convertido algunas calles en callejones destinados al pasaje de las bestias hacia el toril (cuyas estampidas, pese al pánico fugaz, gozaban los vecinos), por la noche, adquirían una auténtica, pero sórdida fisonomía, aptos para medro de un mundo digno de la novela picaresca. Vagos y truhanes, ladrones y “mujeres de vida aireada”, vivían como en su salsa a la sombra y en los recovecos de la Plaza de toros ((por algo se conoció a ese lugar, como “la Calle del Pecado”),
Reparacion de la plaza de toros (1807). Sin tener en cuenta las críticas que demandaban el fin de estos espectáculos, en 1807, el Cabildo de Buenos Aires ordenó la reparación de los desperfectos sufridos en la Plaza de toros del Retiro, donde se atrincheraron españoles y criollos durante la segunda invasión inglesa y en recuerdo del triunfo sobre los británicos, se dio a la plaza el nombre de “Campo de gloria”. Así, pese a las críticas, se le hicieron algunas reparaciones y siguieron las corridas. El 11 de marzo de 1817 hubo corridas gratis para el pueblo, en celebracíón del triunfo de Chacabuco y concurrieron seis mil personas. Finalmente, en 1818 el Cabildo decidió volver a demoler la plaza como reacción antiespañola y la orden del Director Supremo JUAN MARTÍN DE PUEYRREDÓN, que en 1819 las suprimió a instancias del gobernador-intendente interino EUSTAQUIO DÍAZ VÉLEZ, invocando el estado ruinoso en que se hallaba y la falta de dinero para hacerlo, fue la sentencia de muerte de la plaza de toros del Retiro. Según la opinión de BONIFACIO DEL CARRIL (“Corridas de toros en Buenos Aires”), en rigor, las razones que se tuvieron para ello eran políticas y no de seguridad. La Revolución de 1810, no toleraba la existencia de “cualquier vestigio de la barbaridad española” y la Plaza del Retiro era según FÉLIX LUNA, “un monumento al oprobio”.
El 10 de enero de 1819 se realizó la última corrida y el día siguiente comenzó la demolición. En 1820 ya no existía la Plaza de Toros de Buenos Aires, aunque la actividad siguió desarrollándose en forma clandestina. Bartolomé Mitre expresó: “Las corridas de toros, condenadas por la civilización, fueron abolidas por la revolución argentina, como la inquisición, el tormento y otras costumbres abusivas”.
También en las provincias, las corridas de toros siguieron en forma clandestina, realizándose sobre todo en la provincia de Buenos Aires. En estancias y campos del interior, se reunían los aficionados sin preocuparse demasiado ante la presencia de la autoridad policial, que hacía la vista gorda y no las impedía, hasta que el 4 de enero de 1822, el epitafio legal lo firmó el gobernador de Buenos Aires, coronel MARTÍN RODRÍGUEZ, cuando dispuso por decreto, la prohibición absoluta de las corridas de toros en todo el territorio de la provincia de Buenos Aires, bajo severas penas que se aplicarían tanto a los actores, como a los espectadores y aún a los propietarios del lugar donde éstas se desarrollaban.
Fin de las corridas de toros. En 1856, una Ley que lleva la firma del Senador JOSÉ MÁRMOL y que fue promulgada por DALMACIO VÉLEZ SARSFIELD, estableció la erradicación definitiva del toreo en estos territorios, expresando en sus considerandos, en un todo de acuerdo con los enérgicos reclamos de SARMIENTO y MITRE, que no es de pueblos civilizados estimular esta bárbara costumbre, que afecta la dignidad del hombre y muestra una extrema crueldad hacia los animales.
Legisladores y gobierno coincidían con la enérgica opinión de Sarmiento y de Mitre. Sin embargo, no podemos apreciar, por falta de testimonios la conmoción que en el ánimo del pueblo de Buenos Aires habrán suscitado las prohibiciones de de 1819 y 1822, pero podemos imaginarnos que ahora con esta prohibición, que será la definitiva, podemos descontar protestas y con certeza nostalgias, evocaciones y recuerdos. Muchos habrán exaltado los rasgos populares y tradicionales que hacen del toreo, el delirio de las multitudes en España y América hasta nuestros días, aunque todos sus panegiristas sin duda reconocerían la decadencia de la plaza del Retiro.
Finalmente, en 1879, DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO, siendo Presidente de la Sociedad Protectora de Animales, frenó un intento de reimplantar las corridas. En 1883, BARTOLOMÉ MITRE volvió sobre el tema y dijo: “son condenadas por la civilización argentina. Como la Inquisición, el tormento y otras costumbres abusivas”. En 1946, un “matador de toros” nacido en Buenos Aires, llamado RAÚL ACHA ROVIRA gestionó ante JUAN DOMINGO PERÓN la posibilidad de traer a dos famosos toreros de aquella época, “MANOLETE” y “DOMINGO ORTEGA”, para que torearan ante el público argentino. Confiando en la aprobación de su proyecto, compró toros en Cádiz y con el traslado ya organizado y casi comenzando las instalaciones que le serían necesarias, le llegó la negativa presidencial, inspirada por gestiones que había hecho la Sociedad Protectora de Animales en tal sentido.
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