Para 1930, dos años después del fallecimiento de Justo y en el contexto de crisis económica, el Partido Socialista –que ya cargaba con varias rupturas dentro de su seno– realizó una apertura de sus filas. Palacios se reintegró al mismo e inmediatamente logró una gran elección para el cargo de diputado.
La llegada del peronismo representó un duro golpe para gran parte de la izquierda argentina. El PS (al igual que el Partido Comunista) catalogó al régimen como “totalitario” y “dictatorial”, lo cual lo llevó a apoyar proyectos de derrocamiento y a acentuar un aislamiento progresivo respecto a la clase obrera. Muchos cuadros llegaron incluso a ocupar algunos puestos durante el gobierno de la autoproclamada “Revolución Libertadora”. Entre ellos, como representante en la Embajada de Uruguay, estaba Alfredo Lorenzo Palacios. Éste, a pesar de haberse pronunciado en contra los fusilamientos del 56’ y del pedido de luto del gobierno por la muerte del dictador Somoza, renunciaría recién en 1957, luego de ejercer su puesto durante de las presidencias de facto de Lonardi y Aramburu. En sus palabras, se consideraba embajador “del pueblo argentino” y no de un gobierno.
Los años siguientes vieron un Partido Socialista abrumado por disputas intestinas, que no podía dar respuestas a fenómenos de la realidad nacional ni internacional y lo alejaban cada vez más del rol que una vez había ocupado como referencia para los trabajadores.
En 1958 la mayoría del Comité Ejecutivo Nacional decidió la separación de una minoría partidaria, constituyéndose la primera como Partido Socialista Argentino y, la segunda, como Partido Socialista Democrático. Si bien Palacios, miembro del PSA, aún lograba atraer la simpatía de las masas y consiguió una nueva senaduría nacional en 1961 –con más de 300 mil votos en la Capital Federal–, no logró poner un freno a la crisis del socialismo. Poco tiempo después se daría una violenta expulsión de sectores juveniles e izquierdistas.
Reforma o revolución
El desarrollo posterior del socialismo –encarnado en personalidades como Alfredo Palacios– mostró un partido que, carente de programa y estrategia revolucionaria, no pudo ofrecer una alternativa a los trabajadores. Presentes ya en sus primeros congresos y cada vez más acentuados, el electoralismo y el reformismo del PS contribuyeron a debilitar al movimiento obrero.
Su retórica socialista en el parlamento fue entrando en creciente contradicción con una inserción orgánica en las organizaciones propias de la clase. En 1919 esto se evidenció en su llamamiento a levantar la huelga durante la famosa Semana Trágica, en contraposición a la valiente lucha que sostuvieron miles de obreros de la mano del anarquismo (ya en decadencia). Y para la década del 30’ significó alejarse de los procesos más revulsivos de las nuevas generaciones de trabajadores industriales que expresaron una gran potencialidad de lucha, pero que desde el punto de vista del socialismo no encajaban en el modelo de “partido moderno”.
Para concluir nos parece sugerente la reflexión de Rosa Luxemburgo: “En el campo de las relaciones políticas, el desarrollo de la democracia acarrea —en la medida en que encuentra terreno fértil— la participación de todos los estratos populares en la vida política (…) Pero esta participación sobreviene bajo la forma del parlamentarismo burgués, en el cual los antagonismos de clase y la dominación de clase no quedan suprimidos sino que, por el contrario, son puestos al desnudo. Justamente porque el desarrollo del capitalismo avanza en medio de dichas contradicciones, es necesario extraer el fruto de la sociedad socialista de su cáscara capitalista. Justamente por eso el proletariado debe adueñarse del poder político y liquidar totalmente el sistema capitalista”.
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