Si bien la inserción que los socialistas efectivamente tenían ente los trabajadores implicó su participación en huelgas y en la fundación de sindicatos, sociedades y centrales, lo que subyacía era la concepción del Partido con un rol “pedagógico” hacia la clase y de “agente modernizador” del régimen.
Por ello el PSOA dedicaba especial atención a la educación de las masas creando bibliotecas y clubes y, en su Declaración de Principios, advertía que en varias cuestiones (por ejemplo, en la necesidad “moneda sana”), “el proletariado tiene los mismo intereses que el capitalismo avanzado e inteligente”.
Es ilustrativo que en el acto conmemorativo del 1° de mayo del año siguiente se convocara a realizar manifestaciones “ordenadas”, sin “gritos excesivos”. Esto sólo se exacerbaría con el pasar de los años: para la siguiente década directamente llamarían a “evitar gritos destemplados (…) [para] demostrar a la clase capitalista y gobernante que nuestras manifestaciones son modelos de educación y cultura”.
Un “diputado de profesión”
A principios de siglo se vislumbraban cambios en el país: el gobierno inauguraba cierta política de integración del movimiento obrero, expresada por ejemplo en el Proyecto del Código de Trabajo de 1901. Si bien esto no significó una merma de los métodos represivos –que resurgirían con cada conflicto– la elite gobernante comprendía que no podía cerrar los ojos ante aquel actor social que emergía con fuerza. En ese marco, Alfredo Palacios desarrolló su labor en la bancada.
A pesar de que no era particularmente afecto a la disciplina interna del Partido Socialista (que lo llevó a fuertes discusiones con compañeros de gran peso e incluso a distanciamientos), confluía con la apuesta de un cambio evolutivo, no violento, sin acción directa de las masas, en consonancia con las formulaciones del socialismo europeo de momento. Fue un representante de lo que Juan B. Justo definiría como “diputados de profesión”: es decir, “hombres hechos por el estudio y la experiencia para la acción parlamentaria” y ello contribuyó a que se erija como un gran referente de la corriente.
Lo que estaba planteado era una escisión entre lo sindical y lo político que supuso en los hechos (y luego en la teoría), considerar a los trabajadores como consumidores a los cuales debía protegerse (proponiendo medidas a favor del libre comercio), y como votantes a los cuales se debía ofrecer un programa que los contemplase. En palabras de Palacios, lo central era perseguir “fórmulas jurídicas revolucionarias que surgiendo de la acción de los trabajadores, cristaliza[ra]n en un nuevo derecho”. No es de extrañar pues que fuera un arduo defensor del orden institucional y del buen funcionamiento de las leyes.
Los últimos años de la primera década del s. XX fueron de intensa agitación. Luego de la “Semana Roja” de 1909, la burguesía encaró los festejos del Centenario con persecuciones a través de las fuerzas estatales y bandas parapoliciales, así como de legislación –v.g. la Ley de Defensa Social–. Las modificaciones en la estructura del país, la derrota de la huelga general de 1910 y, posteriormente, la erogación de la Ley Sáenz Peña, marcaron un cambio de etapa. El esquema socialista encajó perfectamente con la ampliación del sistema político resultante. No es de extrañar que en 1913 ganaran un senador y, en 1914, siete nuevos representantes.
En el prólogo del Tercer Censo Nacional de ese año podía leerse: “el socialismo no tiene nada que ver con el anarquismo. El primero busca sus prosélitos por medio de la propaganda ilustrada y persuasiva. El segundo trata de imponerse por medio del terror y la violencia. El uno quiere edificar con los elementos que reúne. El otro sólo propónese destruir”. Vemos así un socialismo en una relación más fluida con el Estado –que lo empieza a considerar una “oposición reconocida”– frente a un anarquismo combativo, víctima de ataques y represión (pero cuyos errores estratégicos contribuirían a su retroceso).
En 1915 Palacios era apartado del Partido (por su insistencia en dirimir sus conflictos mediante el duelo, no por diferencias fundamentales con los lineamientos estratégicos) y fundaba el Partido Socialista Argentino. Si bien logró hacer buenas elecciones (con un 25% en la Capital en 1918, que le vale un concejal), no consiguió la anhelada representación parlamentaria. Este motivo lo llevó a retirarse temporariamente de la militancia en 1922.
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