miércoles, 20 de febrero de 2019

Victorino de la Plaza - Apertura de sesiones 1914 - Parte 2


La vida de la Constitución misma y su propio origen, empalmaron en las tendencias de los partidos que, desde los comienzos de nuestra existencia independiente, pugnaban por establecer la forma de gobierno; y, aún antes de que la histórica declaración de la independencia hubiera sido pronunciada, se había ya dejado sentir la disparidad de opiniones sobre la extensión y carácter del régimen adoptado. La idea de concentración y predominio del poder nacional sobre el de los Estados, prevalecía en las más altas esferas sociales de esta ciudad y sus dependencias; entretanto que, la teoría si no diametralmente opuesta, al menos temperada con la de reconocimiento y respeto por las autonomías locales, era sostenida con generalidad en las provincias. De allí esa contienda civil que duró tantos años y costó tantos sacrificios, hasta que prevaleció definitivamente con la Constitución del año 53, reformada en 1860, el sistema que nos domina.

Más tarde, reaparecieron los partidos, que, aún cuando revestidos con distintas denominaciones, sustentaban esas ideas tradicionales y convergían a idénticos propósitos. Así, actuaron con energía y entusiasmo en las encarnizadas luchas que se desenvolvieron con motivo de las medidas de reorganización política y arraigo de la forma de gobierno federal; y así continuaron militando hasta su eliminación, más o menos completa de la escena, no seguramente por falta de ambiente ni por haber llenado sus fines, porque éstos subsisten vivos y perennes como la Constitución misma. Semejante eliminación, cualquiera que sea el hecho que la motive, es en extremo alarmante y crea un verdadero peligro para el equilibrio de nuestro régimen de gobierno, y para el mantenimiento de nuestras instituciones.

Bien se comprende que tal afirmación, no aminora en sentido alguno la importancia y sanos propósitos de los demás partidos que actúan en la vida pública del país, gestionan con actividad sus programas y sus aspiraciones; vigilan el desempeño de las autoridades; defienden las franquicias del comercio y de las industrias; se preocupan de la moral pública; de la regularidad y pureza administrativa, así como del mejoramiento de las clases menos acomodadas; y luchan con tenacidad por el establecimiento de aquellos sistemas económicos, que al mismo tiempo de inspirarse en los altos intereses de la comunidad, son de gran beneficio y alivio para los industriales y trabajadores.

Esos partidos tienen su relación estrecha y directa con la Constitución, porque ella como instrumento de gobierno, es la que consagra y ampara todas esas aspiraciones, y da las libertades necesarias para realizarlas; pero, asimismo, están colocados en líneas laterales con relación a los partidos de que me ocupo, los que no pueden en manera alguna ser sustituidos.
Podría aducirse la argumentación, como más de una vez se ha hecho, de que esos partidos han terminado su evolución; que sus tendencias caducaron y cayeron, finalmente, en desprestigio por sus abusos. Todo ello puede ser así, según el punto de vista desde el cual se consideren las cosas, pero es pertinente observar que los hechos de inercia en los deberes cívicos, no se confunden con las ideas, que seguramente, como en este caso, no caducan; ni las malas prácticas y errores de los partidos, afectan ni deforman los principios que deben servir y que están encarnados en las instituciones.
No es dado, pues, admitir como solución de hecho ni de derecho, que carezcan de sostén militante los ideales y principios que se relacionan tan directa e íntimamente con las interpretaciones, que en el ejercicio del gobierno se dé a la Constitución, ya sea robusteciendo y ampliando las facultades y poderes de la autoridad federal, con desmedro y sacrificio de las facultades y poderes de los Estados; ni la extensión de los de éstos con menoscabo de los del Poder Federal ni de sus altos fines.
Tampoco puede aceptarse que una gran parte de la comunidad argentina, bien preparada para las tareas de la vida democrática, permanezca aislada de las funciones cívicas y queden sus sufragantes indiferentes al éxito de las urnas; como, a la vez, no es aceptable la solución poco dignificante de que, compelidos a asistir por disposición de la ley a los actos electorales, esterilicen sus votos, como viene sucediendo, en apoyo de programas colaterales, o sea de aquellos de los partidos que les parecen más aproximados a los suyos, por carecer ellos mismos de agrupaciones para sostener sus propios principios.
Toca, ahora, después del detenido examen de todos los antecedentes enumerados, investigar si existe algo en la ley electoral que pueda haber motivado la disgregación o la desaparición de los partidos tradicionales, a los cuales he venido refiriéndome; o alguna tendencia en sus cláusulas ó en su espíritu que elimine la posibilidad de la subsistencia de aquellos, o la de sustentar con éxito en las urnas la representación de sus elementos en las cámaras legislativas.
No puede negarse que después de la aplicación de la nueva ley, desapareció un partido importante que estaba engranado con las tendencias del autonomista nacional; a la vez que los restos de otro, relacionado con el antiguo partido nacionalista, vio reducir sus filas; mientras que al mismo tiempo que esa eliminación y disgregación de fuerzas militantes se producía, las nuevas agrupaciones extremas de más o menos lejana aparición en la lucha electoral, adquirieron una sorprendente consistencia.
Cuando se preparaba la segunda campaña cívica, terminada el 22 de Marzo, hablóse con insistencia de la necesidad ineludible de formar un partido de concentración, para combinar los diversos grupos de tendencias moderadas, que no deben bajo pretexto alguno quedar excluidos de concurrir con su voto en los destinos del país. Se comprende sin esfuerzo que tales círculos no podían hacer abandono de las ideas y principios que sostuvieran en otras ocasiones, para amoldarse a figurar en una agrupación electoral sin bandera ni color definido, y sin otro propósito confesado y ostensible que el de resistencia a los partidos extremas; y es fuera de duda que esa circunstancia esterilizó el pensamiento.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario