«Discurso en el banquete ofrecido a Mr. Hoover, Presidente
Electo de los Estados Unidos de Norteamérica»
Excelentísimo Señor Presidente electo:
Habéis tenido a bien comprender a la República
Argentina, entre los países de Sud América que os propusisteis visitar; y ésta,
valorando debidamente vuestra cortesía, os ha tributado su más caluroso
homenaje, al par que el Gobierno, seguro intérprete de los sentimientos y
aspiraciones nacionales, os brinda en este momento su efusivo saludo.
Vinculados a los Estados Unidos de Norteamérica por lazos
amistosos, que se remontan a los albores de nuestra vida independiente —pues en
el ejemplo de los ilustres fundadores de vuestra República recogimos las
primeras lecciones de democracia, y la sabiduría de vuestra ley constitucional
fijó la arquitectura de nuestras instituciones federativas—, no dudamos de que
vuestra espontánea visita ha de intensificar las relaciones establecidas de
pueblo a pueblo y mantenidas armoniosamente por un espacio de tiempo ya
secular.
La Argentina — ¿por qué no decir la América y
el mundo ?—, espera que vuestra Nación, ya en el cenit de su engrandecimiento,
en la cumbre misma de su pujanza y de su expansión, irradie altos valores
espirituales y pacifistas, como el que llevara a vuestro insigne, Presidente,
desaparecido, a convocar en Ginebra —después de la trágica hecatombe de la
civilización contemporánea—, a todos los pueblos, para que, como bajo el
santuario de una solemne basílica, reafirmaran para las naciones, el precepto
eterno y luminoso que el Divino Maestro promulgó: «Amaos los unos a los otros».
Tales son los anhelos de los pueblos sudamericanos, los
cuales aspiran a avanzar siempre por el sendero de su perfeccionamiento hacia
la misión que en la Historia le han deparado los designios de la
Providencia; realizándose como entidades regidas por normas éticas tan
elevadas, que su poderío no pueda ser un riesgo para la justicia, ni siquiera
una sombra proyectada sobre la soberanía de los demás Estados.
Con la inspiración de estos votos sagrados, levanto mi copa
para desearos, Señor, un gratísimo retorno al seno de vuestra ilustre y
grandiosa patria.
YRIGOYEN
Saludo de despedida
Buenos Aires, diciembre 22 de 1928.
A S. E., el Señor Presidente electo de los Estados Unidos de
Norteamérica, Mr. Herbert Clark Hoover.
Al alejaros de las Naciones que acabáis de visitar, de
retorno a vuestro gran país, me es muy grato expresaros nuestro reconocimiento
por vuestros eminentes y generosos mensajes; el contenido en vuestros
telegramas y el que posteriormente me transmitiera el Embajador de los Estados
Unidos.
Esas comunicaciones han acentuado intensamente en mi
espíritu las impresiones experimentadas en las horas que convivimos, bajo el
efusivo ambiente con que os rodeó el pueblo argentino y en las cuales
dilucidamos en plena identificación del pensamiento, conceptos y propósitos
relacionados con la soberanía de los pueblos.
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