sábado, 15 de diciembre de 2018

Julio A. Roca: Olvidos y Miserias - Parte 3


En verdad, más que un "constructor de la Argentina" como lo llama Di Marco, Luna lo hace aparecer como el alma mater de una clase, que el peronismo acostumbrará a llamar oligarquía, omnipotente en todo salvo al momento de adaptarse a los cambios del mundo, esto es: de sobrevivir a la imagen que tenía de sí misma. Rosendo Fraga, notorio historiador, entre otras cosas, de personajes las Fuerzas Armadas, es el encargado de reseñar la "carrera militar" de Roca, como Ministro de Guerra y como Presidente de la Nación, y lo hace en una prosa prieta y telegráfica, al estilo de Mansilla o Estanislao Zeballos; una prosa que, en mérito a una supuesta objetividad, se limita casi exclusivamente a enumerar hechos, nunca a interpretarlos. 

Sin embargo, confrontado con el punto álgido, la "Conquista del Desierto", e incapaz ya de gráciles rodeos como aquel con que De Marco la define en términos de "una rápida campaña que le permitió enarbolar la bandera celeste y blanca en las márgenes del Río Negro, el 25 de mayo de 1879", (y sin hacer referencia alguna, como Eduardo Belgrano Rawson, a su carácter de "gigantesca operación inmobiliaria"), Fraga sostiene claramente que la Campaña no fue un "genocidio", que los pueblos aborígenes fueron "batidos" (sic) y "reubicados".

El tercer capítulo, en que Inés Rato de Sambucetti introduce sumariamente a la actividad pública de Roca, es igualmente "neutro" en la presentación de actividades y logros, pero despierta hondas reflexiones al nombrarlas con palabras de urticante actualidad: "pacificación", "convertibilidad", "unificación de la deuda externa". Al igual que Fraga, Sambucetti insta a considerar a Roca según categorías de su tiempo, esto es, considerarlo a la luz de una especie de "relativismo cultural" del que el propio Roca careció palmariamente, como lo demuestra su sistemática supresión de todo opositor, de todo "diferente". Un último capitulo escrito por Marcela F. Garrido, a cargo también del proyecto y dirección de la obra, presenta una pormenorizada cronología, dotada de imágenes que profundizan, como se dice, "facetas íntimas y humanas".


Sin embargo, si el libro resulta, como decíamos, imprescindible, es porque el paso de un siglo o más de historia argentina, con sus logros y sus innumerables tragedias, ha redoblado el poder de sus imágenes, o mejor dicho, ha multiplicado nuestra propia capacidad de leer, en cuerpos y gestos, mucho más de lo que los propios retratados hubieran querido, y aun podido, decir de sí mismos, y muchísimo más de lo que sus exegetas son todavía capaces de decir. Matronas alimentadas a la criolla y asfixiantemente embutidas en vestidos franceses de una delicada opulencia; una novia agobiada bajo un velo pesado como un dosel y con un gesto de entrega perpleja, mucho más apropiado para la guillotina que para el altar, junto a un General Roca rígido y vivaz, robando nuestra atención, como si fuera el inventor de esa mise-en-scene que era por entonces la "sección sociales" de los diarios; y sobre todo, esas imperdibles "escenas familiares" en que la cuidadosa disposición frustra el pretendido aire de espontaneidad, pero evidencia prolijamente el status que cada uno ocupaba dentro del clan, son algunos de los ejemplos, profundos como tratados, que ilustran el modo en que una clase se representaba a sí misma -aun al precio de una frecuente, y tormentosa, alienación de sus miembros...

La nota completa en Sudestada n°41.


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